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Arturo Solís Heredia

Canal Privado

* Para vivir… 100 años

El pasado sábado celebramos el cumple siglo de mi abuela materna, abuelita, como sus nietos le hemos dicho siempre a esta notable y entrañable señora, chiquita de estatura, pero gigante de apostura, hermana de 14, madre de 7 (casi de 8, pues mi abuelo a menudo era como su hijo), abuela de 20 y bisabuela de… ya perdí la cuenta.
No se asusten ni amilanen, que no pretendo aburrirlos ni empalagarlos con las opiniones personalísimas y los quereres melosos que me merece e inspira mi abuela centenaria, esos me los guardé para celebraciones familiares e íntimas como la del sábado pasado.
Pero sí pretendo y me dispongo a compartir con el respetable de esta columna, sean cuantos sean sus integrantes, un poco de lo que opino y me inspira la vida de una mujer mexicana a lo largo de los últimos 100 años de esto que llamamos patria nuestra.
Mi abuela nació cuando nació la revolución, apenas dos años después de que don Panchito –por chaparrito– Madero llamó a la revuelta. Nació, se crió y creció en una familia del norte del país, más burguesa que adinerada, compartiendo espacio y comida con 14 hermanos.
Antes de que cumpliera 15 años estalló la Guerra Cristera; tenía 26 años cuando Tata Lázaro expropió el petróleo, y cuando cumplió 27, estalló la Segunda Guerra Mundial.
Cuando cumplió 12 años, fue electo el primer presidente del PRI, y desde entonces ha sobrevivido a 15 presidentes priístas, dos panistas y a un presidente legítimo, y pronto vivirá la presidencia del 16° tricolor. Sin embargo, pudo votar por primera vez hasta que cumplió 41 años.
A pesar de la resistencia inicial de sus padres, casó con mi abuelo, un negro de la costa guerrerense, romántico, músico, poeta y un poco loco, y para colmo, ingeniero de caminos de oficina errante y salario modesto. Bisnieto de don Juan Álvarez y nieto de don Diego, don Ricardo Heredia Álvarez fue también historiador y escritor, y para vivir, también fue maestro de primaria y secundaria y salarios más modestos.
Con él, mi abuela parió y crió a seis hijas y un hijo, en una casa grande de presupuesto chico. Por eso, aunque en sus tiempos no era muy bien visto que una madre trabajara, la abuela le echó el hombro a su marido como maestra de primaria y burócrata municipal, sin abandonar sus deberes de esposa, ama de casa y mamá de tanto chamaco.
A lo largo de su longeva vida, mi abuela vivió, conoció, padeció y disfrutó un México que en 100 años cambió varias veces de rostro, carácter y circunstancia: el de la Revolución y el posrevolucionario; el de antes y después de los cristeros; el nacionalista de Lázaro y el modernizador de Miguel Alemán; el represivo de Díaz Ordaz y de la dignidad universitaria en 1968; los populistas de Echeverría y López Portillo, y los tecnócratas neoliberales de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas; el del zapatismo del subcomandante Marcos y el de la globalización del TLC; el de los demonios sueltos de Colosio y Ruiz Massieu, y el último de la hegemonía priísta de Zedillo; el primero de la alternancia de Vicente Fox y el de la guerra anticrimen de Felipe Calderón; el del presidente legítimo de López Obrador, y vivirá seguro la incógnita incierta del neo priísmo.
Con tanto camino andado y tanta historia vivida, mi centenaria abuela, más que una sobreviviente con heridas de mil batallas y traumas surcados en el rostro, es una mujer satisfecha y optimista, sonriente y con ganas de vivir otros 100 años.
Intrigado por la entereza y aguante de la señora, acudí a los gurús de la erudición enciclopédica digital, Google y Respuestas Yahoo, con una pregunta básica y elemental: ¿por qué algunas personas viven 100 años?
Resulta que la teoría más aceptada por los científicos ortodoxos e institucionales es que “todo está en los genes”. De cara seria y tono solemne, afirman que algunas personas desarrollan variaciones genéticas que les procuran fortalezas y ventajas fisiológicas superiores al promedio de los mortales.
Luego leí que la mayoría de esos científicos también afirman que, además de la genética, existen otros factores que favorecen la longevidad centenaria de algunas personas, como una dieta balanceada, baja en grasa y carbohidratos, ejercicio y hábitos saludables.
Luego me enteré que algunos científicos, menos serios y solemnes que los anteriores, pero tan aplicados, sostienen que la gran mayoría de los que viven más de 100 años suelen ser personas activas, extrovertidas y optimistas. Esta teoría es de un equipo de investigadores del Albert Einstein College of Medicine –o sea, científicos súper chidos–, que acaban de demostrar que los centenarios reúnen cualidades que reflejan claramente una actitud positiva hacia la vida: para la mayoría, dicen, la “risa es una parte importante de su vida”, además, tienen una amplia red social y fuertes lazos familiares.
Todo lo anterior, verificable casi por completo en el caso de mi abuela.
Lo malo es que esas teorías me hicieron pensar también en los mexicanos de estos tiempos nuestros; de ser ciertas y absolutas, dudo mucho que la mayoría lleguemos mucho más allá de lo que dicta la esperanza de vida nacional, porque, genética aparte, la mayoría tenemos una dieta para llorar, hacemos poco ejercicio, tenemos malos hábitos, somos pasivos, introvertidos y pesimistas, y tenemos una estrecha red social y lazos familiares sumamente debilitados.
Ay abuela, qué tiempos aquellos; y qué tiempos estos, don Simón.

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