Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

CARTAS (Eduardo Albarrán recuerda a Octaviano en la cárcel)

Sr. director:

 

Conocí a Octaviano Santiago Dionicio en la cárcel de Acapulco. Corría el año de 1979. Época de la Universidad Pueblo, del segundo rectorado de Rosalío Wences Reza, de la fuerte lucha social que había en Guerrero, de la existencia de retenes en casi toda la entidad, de las marchas universitarias por el respeto a la autonomía de la UAG y el aumento de subsidio, por la libertad de los presos políticos, por la presentación de todas y todos los desparecidos por motivos políticos y de la lucha del CPCPA (Consejo Popular de Colonias Populares de Acapulco que lidereaba en esos días Darwin Batallar), de la lucha social encabezada por personajes de izquierda que no invadían terrenos para obtener una regiduría o una diputación.

En ese año yo era parte del Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística, CLETA. Éramos un dueto de mimos. El grupo La Carreta (nunca entendí el porqué del nombre, pero Rafita, que era el mimo fundador, que había estado en el grupo Nandyelli y participado en diversos encuentros de teatro a nivel nacional e internacional, siempre ligados a la lucha social, me dijo “es que la jalamos un par de bueyes”).

En aquella administración la jefa del departamento de teatro de la UAG era Rocío Reza Astudillo. Nos invitó a realizar una gira por el estado con los gastos pagados (viáticos), pero nada más.

Estuvimos en Taxco, Iguala, Chilpancingo, Tierra Colorada, Cocula, Acapulco, Coyuca de Benítez y Zihuatanejo. Traíamos un espectáculo de pantomima, bueno, dos; uno era La mímica del oprimido (una crítica de la explotación a los obreros y la propuesta de un cambio radical) y Los trabajos forzados. Estos mostraban detalles de la vida cotidiana de trabajadores. En fin. Eso era lo que traíamos y que en varios casos tuvimos que cambiar e improvisar por la incómoda presencia de militares o policías judiciales en las plazas donde nos presentábamos.

No supe qué hizo la UAG para lograr que entráramos a la cárcel de Acapulco, pero entramos. Ahí, antes de la función, platicamos un poco con Octaviano (que estaba gordito) y con Saúl López Sollano, entre otros.

Su espíritu de lucha, sus convicciones de una patria nueva, su sacrificio personal priorizando un proyecto de cambio para el país, nos hizo –a Rafael y a mí– tomar la decisión de presentar la Mímica del oprimido. Casi una hora de crítica al sistema y recibiendo los aplausos y participación activa de los presos.

Terminamos y antes de salir los compañeros nos agradecieron nuestra presencia, el trabajo que presentamos, y ratificaron que su esfuerzo y sacrificio no estaba siendo en vano.

Nunca más volví a la cárcel de Acapulco a dar una función de teatro. ¿Por qué sería?

Años más tarde, yo era trabajador de la UAG, fueron liberados varios presos por motivos políticos. Entre ellos Octaviano Santiago Dionicio.

De inmediato se integró a la lucha social, así como a la academia. Más tarde, después de Rosalío Wences Reza, fue presidente del CEE del PRD (cuando el partido del sol azteca tenía algo de revolucionario y democrático y no conservador y oligárquico como ahora).

El espacio que deja Octaviano no podrá ser llenado por ninguno de los que dirigen al PRD y se autoproclaman de izquierda. Ni siquiera sumando a todos los que ahora tendrán cargos de elección popular, y menos a los diputados plurinominales, se lograría construir a un hombre de convicciones y principios, de acciones y congruencia, como Santiago Dionicio, Guillermo Sánchez Nava y otros y otras camaradas, para quienes la democracia no ha significado sólo obtener huesos para algunos o algunas, sino un bienestar social real para los más pobres.

Octaviano se ha ido. No creo que esté en paz. Seguirá luchando, desde donde esté, en contra del oportunismo de derecha que ha hecho de la izquierda mexicana y de Guerrero una piltrafa. Ojalá y, por lo menos, les jale los pies en las noches. ¡Hasta siempre!

 

Atentamente

 

Eduardo Albarrán Orozco

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