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Jesús Mendoza Zaragoza

Octaviano, una izquierda a favor del pueblo

En días pasados murió Octaviano Santiago Dionicio, una figura emblemática de la izquierda histórica en el estado de Guerrero, quien saltó a la vida pública a través de la guerrilla encabezada por Lucio Cabañas Barrientos allá en la década de los setentas. Dejó después la clandestinidad para incorporarse a los procesos de democratización del país desde las formaciones políticas de la izquierda. Octaviano fue un hombre forjado en la izquierda, en esa izquierda que tuvo que padecer persecuciones, tortura, detenciones y confinamientos que, en lugar de alejarlo de la lucha a favor de las demandas populares, fortalecieron su temple que mantuvo hasta el final.
Este hecho hace oportuna una consideración sobre lo que ha pasado en la izquierda mexicana y, más específicamente, en la guerrerense a lo largo de las últimas décadas. Ser de izquierda en los años setentas era el resultado de convicciones profundas y de utopías internalizadas mediante el análisis, la reflexión, el estudio y la lucha popular. Ser de izquierda era tremendamente incómodo y riesgoso por el alto costo que había que pagar en tiempos de gobiernos autoritarios, represivos y de cerrazón antidemocrática. Ser de izquierda era el resultado de una seria consideración y de decisiones en las que se ponía en juego el estilo de vida y el futuro. Ser de izquierda era consecuencia, las más de las veces de la generosidad para empeñar la vida para producir los profundos cambios sociales que se hacían necesarios en el país. Implicaba abandonar la comodidad y la seguridad personal y aún de la familia.
Este perfil contrasta mucho con lo que se ha convertido ser de izquierda hoy. Muchos supuestamente izquierdistas ya no ponen en juego ni su comodidad ni su seguridad. Todo lo contrario, están enfrascados en una sorda lucha por el poder con la aspiración a obtener privilegios. Cuando las izquierdas se han acomodado dentro de un sistema político que se debate entre resistencias y dificultades hacia una democratización del poder en México, han perdido lo mejor de sí mismas. Han perdido ideología, utopía y ética y se han quedado con la obsesión fija en la conquista de parcelas de poder, cueste lo que cueste. De hecho, en poco se diferencian los gobiernos de izquierda y los de derecha o de centro.
Las izquierdas han abandonado las ideas y las han sustituido por el pragmatismo ciego de la búsqueda del poder. Hay poco aprecio al pensamiento, a la reflexión seria, a los análisis sustentados en la ciencia, en la realidad misma. La ideología ya no tiene gran influencia en la construcción de una conciencia de izquierda y menos en la construcción de proyectos de cambio social. Si se han abandonado las ideologías, se han abandonado también, las utopías. Desde la caída del socialismo real en Europa del Este se vivió en el terreno de la izquierda una especie de trauma ideológico que aún no ha sido superado. Este trauma sigue pesando porque no permite pensar ya en la posibilidad de un cambio social de fondo. Y por eso abundan los izquierdistas neoliberales que ya no miran lejos, sino que se acomodan a un modelo económico y a un sistema político agotado. Sin las utopías, no queda más que asumir que el fin de la historia ha llegado ya y que no hay posibilidades de una sociedad distinta sin exclusiones y sin privilegios.
A la izquierda se puede hoy sumar cualquiera y no necesita ni ideas ni ideales, se necesita sólo la habilidad para maniobrar un camino hacia el poder, en consonancia con el sistema político autoritario que tenemos. Y, lo peor, no se requiere un sustento ético que anteponga el bienestar del pueblo a los intereses del partido o de las élites políticas. Hablar de la dignidad humana, de la justicia social, de necesidad de la rectitud, de búsqueda de la verdad y de amor al pueblo, puede sonar ajeno al diccionario de la izquierda política, donde el encanto por el poder ha oscurecido los valores sociales tan necesarios para transformar la sociedad de manera auténtica y profunda.
He tenido la oportunidad de cultivar amistades con hombres y mujeres que militan tanto en la izquierda social como en la izquierda política, a quienes les resulta muy incómoda esta pérdida de utopías, de convicciones, de ideales y de principios. He visto a gente de izquierda que tiene nostalgia de ese pasado glorioso en el que ser de izquierda implicaba una altísima responsabilidad social y se remaba contra corriente. Era el caso de Octaviano, un hombre que no perdió el rumbo y no perdió su congruencia al mantenerse firme en sus convicciones y en un compromiso social de alto significado ético.
En Guerrero necesitamos a la izquierda, pero una que no se venda, que mantenga la bandera de la justicia y de la transformación social allí donde todo mundo se acomoda. Una izquierda que valore el pensamiento, las ideas, la reflexión y el estudio y que tenga en alta estima la dignidad de las personas y de los pueblos que no merecen ser utilizados para conseguir el poder. Una izquierda que acompañe las luchas de los pueblos y las demandas de los pobres y que haga contrapeso a los proyectos de los poderosos como el de las mineras que quieren instalarse en La Montaña y el de la presa La Parota. Una izquierda que asuma como propias las demandas por la transparencia en la administración pública, por la educación como herramienta de cambio social, por el desarrollo integral de los pueblos indígenas, por el respeto de los derechos humanos, por la democratización de los medios de comunicación social, entre otras demandas.
Octaviano hizo lo que le tocaba en la construcción de una “nueva sociedad” como se decía allá por los años setentas. Descanse en paz. Pero la izquierda no puede descansar mientras tengamos tragedias dolorosas como la violencia y la inseguridad y la pobreza extrema que no disminuyen.

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