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Tlachinollan

La izquierda partidista ¿en la cumbre o en el ocaso?

El modelo democrático de nuestro país está diseñado para que la clase política pueda darse el lujo de vivir como reyes y de tener una vida confortable con un futuro asegurado. Esta democracia es evidentemente elitista. Construye un marco conceptual que fundamenta este sistema democrático como el modelo casi perfecto de un gobierno emanado supuestamente del pueblo, donde los partidos políticos y sus candidatos son los que se encargan de representar a la sociedad y de ejercer el poder. El sistema de partidos es el gran filtro de la democracia electoral donde se seleccionan a los futuros gobernantes, en base a los intereses económicos y políticos de los grupos o corrientes que se disputan las parcelas del poder. Esta pelea por los cargos está alimentada por una gran obsesión que arrastran todos los que quieren hacer una carrera política para entrar al mundo de los privilegiados.
Los ideales por transformar las estructuras que un poder colonialista o de ser parte de algún movimiento social anticapitalista, para los nuevos políticos se trata de visiones románticas que ya quedaron sepultadas en el pasado. Cualquier intento de reivindicación de las luchas populares o de proyectos sociales, que ponen en entredicho el sistema hegemónico neoliberal son estigmatizadas por la clase política empresarial, como reminiscencias de un populismo ramplón que alimenta poses mesiánicas por parte de los lideres sociales y políticos que encabezan estos movimientos.
El triunfo global de capitalismo permitió a las clases dominantes una nueva forma de imperio mundial y de colonias regionales y empresariales conocida como neoliberalismo, globalización o neocolonialismo. En este sistema unipolar, la explotación es el fundamento del orden capitalista que en sí mismo es injusto y antidemocrático, porque está sustentado en la desigualdad y la asimetría de las estructuras del poder. La democracia forma parte del modelo globalizador y trasnacional donde se pierde la soberanía y se anula como principio fundamental la justicia social. Se trata de un concepto oligárquico de la democracia que es elitista y por lo mismo, excluyente.
Esta situación que se vive se debe a que ha desaparecido el estado benefactor  y desarrollista y se ha implantado el estado neoliberal que, por su naturaleza misma, se desvincula de cualquier responsabilidad sobre la seguridad social, el desarrollo económico o de defensa de la soberanía. Con la globalización se ha impuesto un proceso de dominación y apropiación del mundo. Se ejerce la dominación de los mismos estados y de los mercados, de las sociedades y de los pueblos y esto se logra con una estrategia político-militar afín a un modelo económico y tecnológico. Esta globalización está piloteada por un complejo empresarial que ha sabido conjuntar el poder económico con el tecnológico, el militar y el político.
Este modelo imperante ha traído en nuestro país un profundo empobrecimiento que ha remarcado la desigualdad social y la polarización política. Los ciudadanos y ciudadanas tenemos que contener, con la lucha social, la caída vertical de la educación, así como el deterioro y colapso de los sistemas de la salud pública, de trabajo, seguridad, justicia y condiciones de vida dignas. Esta crisis se agudiza más con el enquistamiento de la macrocorrupción que se entrelaza con los sistemas bancarios y gubernamentales articulados al crimen organizado y con las mafias políticas.
En  nuestro Estado la lucha por la democracia ha desembocado en una disputa mezquina por los cargos públicos. Es una lucha sin cuartel marcada por la voracidad de personajes sin trayectoria política ni compromiso social. Domestican hechos históricos para posicionarse mediáticamente. Se remiten a etapas críticas donde se vivieron hechos doloroso como los centenares de víctimas de la guerra sucia, para asumirse como herederos de las grandes causas por las que se lograron conquistas en favor de la justicia y la democracia.
Las luchas contra el poder caciquil, por parte de la vieja izquierda, como se ha catalogado a quienes formaron parte del Partido Comunista (PCM) o de los movimientos armados fue el punto de quiebre entre los actores políticos que, por un lado. defendían la estructura caciquil y por el otro se organizaban para destruirla. Ante la beligerancia del poder presidencialista que se negaba abrir los espacios de participación política, en varios estados la lucha armada fue una opción para derrocar a los gobiernos represores.
Guerrero fue un ejemplo nacional tanto en la lucha armada como en la insurgencia cívica y el movimiento por la democracia, a través de la vía electoral enarbolado por el PCM. Fueron fundamentalmente maestros, campesinos, estudiantes e indígenas los que protagonizaron estos movimientos disrruptores contra el poder omnímodo del partido de estado. La respuesta fue la represión militar y la persecución encarnizada contra sus líderes, implantando el terror a lo largo y ancho del Estado. Ellos y ellas abrieron el surco y regaron con su sangre la semilla de la democracia. Fueron centenares de hombres y mujeres encarcelados, desparecidos, ejecutados y perseguidos. Su sacrificio heroico dio sus frutos con las reformas políticas iniciadas en 1977, que dieron paso a un proceso de transición democrática con el cambio del modelo de partido hegemónico a un modelo pluripartidista. Con estos cambios se sentaron las bases para la alternancia política que se logró con el triunfo de Vicente Fox, el 2 de julio de 2000.
En este terreno arisco pero fértil, los pueblos indígenas y campesinos lograron el florecimiento de la democracia que cosechó sus primeros frutos en La Montaña, con el triunfo del PCM en el municipio de Alcozauca, en 1979. Este logro representó muchos sufrimientos, persecuciones, encarcelamientos, amenazas, enfrentamientos con armas de fuego y hasta asesinatos. El precio por la democracia electoral fue muy alto porque costó muchas vidas humanas y significó un alto riego para la seguridad personal y la paz entre los pueblos. A pesar de la embestida que emprendió el partido hegemónico con todos sus grupos gansteriles, La Montaña se tiñó de rojo por los ideales asumidos por los pueblos indígenas en nombre de la democracia y la justicia social.
Los verdaderos protagonistas del cambio caminaban muchas horas para visitar a los pueblos y convocar a reuniones con los miembros de las comunidades. Cruzaban los ríos caudalosos. Sus documentos los colocaban sobre su cabeza para que no se mojaran. Se alimentaban con totopos y agua de los manantiales. En su morral llevaban la propaganda de su partido y su precario alimento. Dormían en el monte cuando no lograban llegar a las comunidades. Regularmente descansaban en los pisos de tierra de las comisarías o en el interior de las cárceles comunitarias. Todo este sacrificio estaba inspirado por la mística y el compromiso de alcanzar un cambio de gobierno. La población tenía muy claro lo que representaba conquistar el poder con la organización del pueblo.
Después del triunfo emblemático de Alcozauca hace 33 años, la lucha por la democracia perdió su esencia y los políticos que se auto adscribieron como de izquierda no sólo se extraviaron en el camino, sino que tiraron por la borda todo el capital político, la mística, el compromiso y la consistencia ideológica que le dio fuerza y legitimidad al entonces PCM entre la población más pobre del Estado. En Guerrero los políticos de izquierda han perdido sus referentes históricos que le daban identidad y dirección política, se han deslindado de la vieja izquierda tradicional para asumirse como la nueva izquierda moderna. Esta diferenciación no sólo se da en las formas, sino en el fondo, porque el proyecto político de esta izquierda no es transformar el modelo económico, mucho menos de transitar a un modelo de democracia participativa. Estamos lejos de ver a políticos que defiendan causas y que demuestren su compromiso y su militancia acompañando las luchas del pueblo y defendiendo sus derechos y su patrimonio. En lugar de encontrarlos en los caminos y veredas por donde transitan los pueblos, hoy a estos políticos de izquierda, que trabajan para la derecha, solamente los podemos ver en los mejores restaurantes y hoteles de Chilpancingo y Acapulco.
Son los políticos light, los hijos e hijas del confort, los que viven preocupados por obtener mayores prebendas y contar con mayores ingresos en sus cuentas bancarias. Son los políticos VTP, que no mueven un dedo si no les garantizan sus viáticos y el pago de sus comisiones. Con gran cinismo negocian cualquier acuerdo político y todo servicio gerencial genera honorarios.
La cumbre de las izquierdas fue una demostración de lo que son ahora los políticos que se ubican en el ala progresista de la lucha por el poder y que supuestamente están comprometidos con el cambio social. Su encuentro en el paraíso del Pacífico condensó su orfandad ideológica y su falta de compromiso con las luchas que se protagonizan a nivel nacional y estatal. Fue más el show y el interés por la diversión, que un verdadero encuentro para reflexionar sobre los grandes problemas nacionales y para asumir una postura coherente con la crisis político electoral que se vive en el país. Fue una reunión pensando más en el futurismo político y no tanto en la construcción de una agenda anclada en la agenda de los pueblos y de las organizaciones  sociales que luchan contra la exclusión, la desigualdad, la discriminación y las injusticias. La nueva izquierda está muy lejos de la realidad de la gente del campo de y de la ciudad que sufre el flagelo de la violencia y la pobreza. Los políticos de la izquierda moderna viven en una burbuja confortable, con spa y servicio al cuarto. Son totalmente ajenos al mundo real, el que se desangra en las colonias de Acapulco, el que lucha por la sobrevivencia; que se afana por entrar a la universidad o quienes exigen que le paguen su mísero salario. Con su crema protectora de los rayos solares, se vuelven inmunes a cualquier interpelación o cuestionamiento de los ciudadanos y ciudadanas de a pie. Trabajan para sus carreras políticas, para seguir afianzando la democracia elitista y haciéndole el caldo gordo al proceso globalizador de saqueo y explotación trasnacional.
La cumbre de las izquierdas, en el pleno corazón de Acapulco, marca el ocaso de su proyecto político que  dejó de nutrirse de las raíces históricas que le dieron vida e identidad a una izquierda que supo honrar con su sangre y su sufrimiento de sus miembros, las luchas que  hicieron de Guerrero un Estado de hombres y mujeres heroicos.

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