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Las danzas de los pueblos del centro de Guerrero, parte de su memoria histórica, afirma investigadora

Anarsis Pacheco Pólito / Taxco

El espectáculo que vemos en la pelea de los tigres oculta un significado para los pueblos originarios distante de la comprensión de los mestizos. Mientras más pelea haya, la lluvia abundará. Mientras más golpes se produzcan, serán más las gotas que caerán. Ése es el significado profundo de la danza de tigres o tecuanes, explicó la investigadora, Minerva Padilla Pano, ponente de la mesa uno dedicada al tema de Los Rituales Agrícolas, al comenzar ayer en esta ciudad platera la Quinta Mesa Redonda, El conocimiento Antropológico e Histórico Sobre Guerrero.
Al hablar de sus investigaciones antropológicas acerca de la representación de las danzas, la investigadora señaló que la danza de los tlacololeros en el estado de Guerrero tuvo su origen y se conserva en la zona centro del estado, principalmente en Chilpancingo y Chichihualco.
Agregó que esa danza está asociada a las actividades agrícolas de los pueblos y a la caza del tigre, que en realidad se trata del ocelote, felino ligado a la cultura mesoamericana.
“Los danzantes simulan la preparación de la tierra para la siembra del tlacolol, así llamada a la siembra trashumante que incluye la tumba del monte, la quema y la siembra, actividades todas que se desarrollaban de manera comunitaria”, dijo.
Bien documentada, la ponente narró que en la vestimenta original de los danzantes utilizaban un capote de zoyate, como se le conoce a la palma silvestre, lo que dio origen al nombre de zoyacapoteros, lo que hoy sustituyen por costales de yute en su indumentaria.
Padilla Pano expuso que aún cuando se conoce poco acerca del origen de esta danza, tiene grandes similitudes con la danza de los maromeros y los mecos, pero en lo esencial señala que todas ellas han recibido influencia tanto de la dominación española con la religión católica que implantaron, como del teatro indígena del que las danzas toman algunas características.
La riqueza cultural que nuestro país manifiesta en sus danzas expresa también la enorme influencia de la comunidad como forma de vida –dijo–, y enumeró como resultado de su investigación las diferentes razones que los danzantes argumentan para preservar la tradición: unos bailan porque asumen ese compromiso con la sociedad de la que forman parte, otros lo hacen por devoción y los demás por el gusto de participar o para sobresalir en la comunidad.
La investigadora mencionó que el ritual agrícola o de petición de lluvias que los pueblos indígenas realizan en abril, culmina en la fiesta de la Santa Cruz en mayo, todas esas fiestas son dedicadas a los entes naturales, viento, agua, tierra, a los que se pide por la sana convivencia, y como no sólo se trata de pedir, sino también de dar, los pueblos andan sus caminos, preparan las comidas que ofrecen a sus dioses.
En ése sentido, concluyó que las danzas constituyen la memoria histórica de los pueblos, que a pesar de la globalización de la agricultura sus tradiciones los mantienen unidos en comunidad.

Las mayordomías en Chilacachapa

Por su parte la ponente de la Universidad Autónoma de Chiapas, Mercedes Villacorta Gómez, expuso los resultados de su investigación relativa al ritual que llevan a cabo anualmente los habitantes de Chilacachapa, comunidad ubicada en el municipio guerrerense de Cuetzala del Progreso, referido al sistema de cargos que ha permitido a sus pobladores mantener la cohesión comunitaria a pesar de los cambios que se han producido con la llegada a la comunidad de los partidos políticos.
La investigadora dijo que si bien la cofradía de esa comunidad concentraba los poderes religiosos y políticos en la comunidad, con el triunfo de la oposición política se ha intentado separar dichos poderes.
Sin embargo la costumbre tan arraigada en los cargos y atribuciones de los mayordomos los hacía disponer del templo incluso sobre la autoridad de la iglesia, pues hubo veces en las que la iglesia podía permanecer cerrada contra la voluntad del sacerdote católico.
En una exposición muy didáctica Mercedes Villacorta narró el ritual en Chilacachapa donde uno de los activos más valiosos del santo patrón es la cantidad de cera en velas y veladoras que se colecta y deposita en una bodega como patrimonio del santo donde la ceremonia más delicada e importante es el relevo de los mayordomos a quienes se entrega en custodia el tesoro que ellos pueden prestar cobrando religiosamente los intereses para acrecentar esos bienes.

Los alimentos como patrimonio biocultural en San Juan Tetelcingo

La primera jornada de la quinta edición de la Mesa Redonda sobre el conocimiento antropológico e histórico de Guerrero organizado por la delegación del INAH, concluyó la tarde del miércoles con la ponencia de la maestra Cristina Hernández Bernal quien expuso el tema de Los alimentos en la vida ritual de los nahuas de San Juan Tetelcingo como una propuesta de patrimonio biocultural.
En su exposición Cristina Hernández ilustró al auditorio sobre el ritual de ese pueblo conocido en Guerrero por sus artesanías de barro y madera, actividad a la que se han dedicado obligados por la necesidad de subsistir frente al deteriorado campo donde la agricultura de temporal prácticamente ha desaparecido.
A pesar de que en su mayoría los habitantes de San Juan Tetelcingo ha dejado de sembrar –unos dedicados a la fabricación de sus artesanías y otros ocupados en su comercialización– todos mantienen la costumbre de organizar la fiesta de Xilocruz que ahora los reúne cada año.
De acuerdo con la investigadora, mientras los habitantes del pueblo pudieron sembrar y cosechar suficiente para cubrir sus necesidades, la base de su alimentación era lo que la tierra y la lluvia les permitía cultivar.
En tiempos de cuaresma, como le llamaban a la época de secas, los lugareños sembraban en la ribera del río la sandía y el melón, mientras que en la temporada de lluvia, maíz, calabaza, frijol y ajonjolí.
Como el cambio climático y también la agricultura han modificado la calidad del suelo, ahora hasta para sus rituales deben abastecerse de los mercados de Iguala y de Xalitla. Pero aún con esos cambios tan drásticos que ha vivido la comunidad, continúan con la tradicional petición de lluvias, pues razonan que siendo los alimentos que consumen productos de la tierra, les es obligado continuar pidiendo que llueva para que tengan qué comer.
En la festividad de la cruz, de acuerdo con la exposición de la investigadora, los pobladores caminan para bajar las cruces de los cerros y del panteón y de la iglesia, reuniéndolas todas en la plaza entre toques de campanas. La elaboración de la comida para el festejo corre a cargo de las mujeres, con la particularidad de que las casadas se dedican a preparar lo que han de consumir los participantes de la fiesta, mientras que el alimento que se ofrece a los dioses o elementos del cosmos solamente las vírgenes pueden hacerlo, pero en general, la abstinencia sexual es obligatoria para hombres y mujeres desde tres días antes del inicio de la fiesta.
En la propuesta de considerar a los alimentos como patrimonio biocultural, la investigadora encuentra que siendo dichos productos resultado tanto del trabajo comunitario, el intercambio y el medio que los mortales utilizan para relacionarse con sus dioses, se considera viable hablar en esos términos, pues cree que alimentos como el maíz que está considerado como la masa temporal pero también la sangre que circula en el organismo. El consumo de éste, del cacao y la semilla de calabaza, constituyen una fuerza que mantiene activa a la población, quizá porque a partir de la ofrenda todos los alimentos que se emplean contienen el valor de lo sagrado, finalizó.

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