Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

* La izquierda de Pichilingue

Picaditas de mariscos, ensalada del mar con aderezo de frutos rojos y filete de huachinango a la talla con arroz al coco y plátano macho, y de postre nieve de coco artesanal: eso es lo que cenaron el pasado 15 de agosto a la orilla del mar, mientras disfrutaban la actuación de la cantante Regina Orozco, los 150 invitados del gobernador Ángel Aguirre Rivero, entre diputados y senadores electos y dirigentes del PRD, en la llamada Casa Acapulco, la residencia que el gobierno del estado posee en la opulenta zona de Pichilingue. (“De fiesta en Casa Acapulco”, Reforma, 17 de agosto de 2012).
La crema y nata de la izquierda estuvo en esa comilona organizada por el gobernador, entre ellos Jesús Zambrano, Manuel Camacho Solís y Carlos Nava-rrete, quien al calor del whisky, el tequila, el ron y el vodka se puso a cantar canciones de José Alfredo Jiménez. Ese día habían participado en la primera jornada de la “Reunión Cumbre de la Izquierda Mexicana” bajo la tutela del jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, quien dio el discurso principal en el que hizo coincidir el horizonte de la izquierda nacional con las líneas de su proyecto político rumbo a la candidatura presidencial del 2018.
Si en política la forma es fondo, como dicen, detrás de esa “cumbre” (y de esa fiesta) hay un mar de fondo. Por algún motivo personal, el anfitrión Ángel Aguirre consideró pertinente plantear en la sesión de apertura que “hoy más que nunca la izquierda democrática mexicana está obligada a dejar atrás el viejo dilema que señala que la violencia es el único camino para hacer historia”.
Es posible que el gobernador haya confundido movilización social con violencia, o izquierda con guerrilla, pues hace décadas que la izquierda mexicana no reivindica ni promueve actos violentos como vía para solucionar problemas. Y en todo caso, la única violencia vinculada con la izquierda es la que se ejerce contra ella, particularmente cruel y mortífera en Guerrero. Pero así lo dijo, y quizás efectivamente piensa que la izquierda y la movilización social son sinónimo de violencia. Para que quedara constancia de que cultiva un credo iz-quierdista, planteó también constituir y consolidar “una izquierda democrática, inteligente, estratégica y siempre unida, que sin derechos de patente se asuma responsable ante los nuevos desafíos de la nación”.
Ebrard, por su parte, expuso que el futuro de la izquierda (y de su candidatura) está en “la construcción de un gran Frente Am-plio de las Izquierdas Mexica-nas”, y advirtió que “quien apueste a su división está equivocado, porque el futuro es la unidad, porque tenemos la convicción de impulsar los consensos nacionales para conseguir un cambio de rumbo por fin en México”.
La “cumbre” de la izquierda se realizó antes del fallo del Tri-bunal Electoral del Poder Judicial de la Federación sobre la elección presidencial, pero no fue por eso que Andrés Manuel López Obra-dor no asistió al encuentro, como intentó explicar Camacho Solís, sino porque fue tan ostensible que su presencia era indeseable, que el encargado de invitarlo (Ángel Aguirre) lo hizo tardíamente con el propósito de subrayar que no querían que acudiera. De haber estado presente López Obrador en la “cumbre”, la postura que sostenían Ebrard en alianza con Jesús Zambrano, Jesús Ortega y los gobernadores en funciones y electos del PRD, urgidos de reconocer a Enrique Peña Nieto como presidente electo, no habría podido fluir como fluyó. Además, estaba la cuestión de cómo invitar a un aguafiestas a la exquisita cena junto al mar.
Quince días después de la “cumbre” y de aquella cena, emitido el fallo del Trife, consumada la renuncia de López Obrador al PRD y anunciada la creación de su propio partido a partir de la estructura del Movimiento de Regeneración Nacional, Zambra-no y Los Chuchos han tratado de minimizar el impacto de la salida del ex candidato presidencial y claman “por hacer del PRD el principal partido de la izquierda mexicana” y llegar “con nuevos triunfos al 2015”.
El objetivo de Los Chuchos de mantener la supremacía del PRD en la izquierda a pesar de haber perdido el capital que representa López Obrador, la estableció con toda claridad Ángel Aguirre, quien dijo el lunes que los que se queden en el PRD “vamos a construir una izquierda más moderna, de más apertura, una izquierda que no riña con una serie de proyectos de inversión, una izquierda que demuestre que tiene capacidad de gobernar, una izquierda en donde pueda aglutinar nuevas generaciones, una izquierda que sea más receptiva, más propositiva y está bien, él (López Obrador) a lo mejor va hoy a representar a la izquierda digamos más radical, y nosotros nos quedamos acá para construir una izquierda más de-mocrática y a lo mejor una iz-quierda con algunos activos del centro”. (El Sur, 11/09/ 2012)
Esa estrategia para sostener de pie al PRD en esta coyuntura aspira a contar con el apoyo de Cuauhtémoc Cárdenas, entre otros motivos por el hecho de que no ha secundado a López Obra-dor. Pero Cárdenas es el crítico más severo de la actual dirección del PRD y de la voracidad y sectarismo de las corrientes, y ha advertido que de seguir así, ese partido se dirige al fracaso y al “achicamiento”. Repitió ese diagnóstico hace cuatro días, cuando dijo que  “el PRD tiene que po-nerse a trabajar para fortalecerse”, pero puso la vara muy alta para los estándares habituales de Los Chuchos: “Tiene que ser un partido de propuestas, que realmente represente los intereses de un número muy importante de mexicanos, con sentido democrático y progresista”. (La Jornada, 11 de septiembre de 2012)
Nadie podría estar en desacuerdo con esa exigencia, pero no parecen los actuales dirigentes del PRD, ni los asistentes a la cena de Pichilingue, los más indicados para responder al dilema que con toda autoridad plantea Cárdenas. Es a ellos a quienes cuestiona. Y por otra parte, quien conserva la mayor representatividad social es López Obrador.
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