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Cerró Daniel Sada su vida como escritor con novela sobre la violencia en México

Oscar Cid de León / Agencia Reforma

 

Ciudad de México

 

Cuatro meses antes de morir, Daniel Sada cerró El lenguaje del juego.

Atravesaba por los momentos más difíciles de la enfermedad, una diabetes que había devenido en una insuficiencia renal crónica que terminaría por vencerlo el 18 de noviembre del año pasado, justo el día en que el gobierno lo condecoraba con el Premio Nacional de Ciencias y Artes. Pero sus padecimientos, como podría suponerse, no permearon en sus páginas.

“Cuando se abstraía en la escritura, era como si el cuerpo no existiera. Eso fue siempre”, enfatiza en entrevista Adriana Jiménez, su viuda: “Podría estar en las condiciones más extremas, pero cada que estaba frente a la computadora, estaba en un lugar gozoso, era feliz”.

Esa novela, de alguna forma, le permitió rehuir de los momentos difíciles, las diálisis diarias.

Lo que sí permea, y que arroja una novedad dentro de su literatura, es el contexto de país, la violencia que lo azota. “Eso sí”, remarca Jiménez, quien recuerda que antes Sada sólo se había dejado contagiar por el entorno en Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, donde asoma un fraude electoral en un pequeño pueblo en el desierto llamado Remadrín, y que correspondía con el ambiente que había dejado tras de sí el año 2000. De allí en fuera, nada, hasta El lenguaje del juego, publicado por Anagrama.

“Este libro lo comenzó a escribir cuando la situación del país comenzó a deteriorarse (…) Empezó a preocuparle el asunto, como a todo el mundo, y empezó a escribir sobre el narco, la violencia, el crimen organizado, los problemas en la frontera.

Pero fue cauto, quería huir de las etiquetas, así que apostó por hablar de ello dándole la vuelta a la “narconovela”.

El lenguaje del juego habla de una familia común del norte de México, que vive en un entorno devastado por el crimen organizado. No sólo el pueblo, San Gregorio, es destrozado con esa presencia, también el interior de los personajes.

“Hay una penetración sicológica muy grande en la construcción de los personajes, y es eso lo que explora, me parece, con enorme acierto”, advierte Jiménez: “Son personajes cotidianos, muy elementales, en cierto sentido; el narrador es quien parece anómalo, comienza a registrar, detectar y a dar cuenta de toda esa transformación, de toda esa devastación. Y es una corrosión que no sigue los causes previsibles, me parece”.

Así fue como el autor huyó del lugar común de los subgéneros.

Sobre todo eso, asoma además el estilo del autor, “su arquitectura”, diría su viuda: “Él no dejaba nada al azar. Todo lo que está en esta novela está tan trabajado y tan radicalmente literario como en cualquiera de sus otras novelas (…) Escribir sobre la violencia le generó mucha reticencia, porque siempre eludió las modas, los asuntos políticos, los subgéneros. Al final entró en el tema con acierto, eludiendo todos los posibles lugares comunes y sin renunciar en ningún momento a su apuesta radical por la literatura”.

El libro se presentará el 10 de octubre en el Centro Cultural Bella Época, y en noviembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, coincidiendo con el primer aniversario luctuoso del autor.

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