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Celebran en México, Brasil y Francia los 110 años del nacimiento de Manuel Álvarez Bravo

Itzel Zúñiga / DPA

Ciudad de México

Cuando Manuel Álvarez Bravo conoció en 1923 al fotógrafo alemán Hugo Brehme quedó impresionado por su trabajo. Poco después decidió comprar una cámara, artefacto que no soltaría jamás y que, junto con un talento excepcional, haría de él el artista mexicano más respetado de la lente.
Nació en México el 4 de febrero de 1902 y murió al cabo de un siglo, después de haber recibido un homenaje nacional en el Palacio de Bellas Artes, donde décadas atrás había expuesto al lado de Henri Cartier-Bresson y donde en 1968 celebró 40 años de trayectoria.
En 2012 México, Brasil y Francia celebrarán los 110 años del nacimiento del “mago de la lente” y recordarán una década de su muerte.
Este mes se inaugura en la ciudad de Querétaro una muestra de 50 fotos, y el Instituto Moreira Salles de Río de Janeiro exhibe desde noviembre de 2011 sus trabajos.
Para octubre, mes en que murió, París montará una exposición en la galería Jeu de Paume y el Palacio de Bellas Artes de México abrirá una retrospectiva, según explicó su hija, Aurelia Álvarez Bravo.
El origen modesto y sencillez de Álvarez Bravo contrastaban con su título del “fotógrafo más importante de México” o con la grandeza de su obra, calculada en unas 35 mil piezas, consideradas por sus contemporáneos europeos como surrealistas o de realismo mágico.
“Llegó a ser tan poderoso en el mundo fotográfico que todas las referencias se vincularon con él como sucedió en la pintura con Diego Rivera. Incluso en América Latina llegó a ser un poderoso referente para la región”, dijo a DPA Alejandro Castellanos, director del Centro de la Imagen (CI), ubicado en la capital mexicana.
Vivió su juventud en la efervescencia del México posrevolucionario, plagado de intelectuales y creadores que hicieron del arte un medio de expresión política o de reivindicación social.
Pero en el trabajo de Álvarez Bravo, que ha sido escuela para todos sus sucesores mexicanos, no hay mensajes políticos, aunque refleja un afán de modernización y la búsqueda de raíces propias, característicos de la época.
Su hija Aurelia, directora de la fundación que lleva el nombre del “poeta de la luz” y fruto de su matrimonio con Colette Urbajtel, lo describe como un hombre discreto, retraído, obsesivo y apasionado en el trabajo.
Acumuló amigos por decenas y anécdotas al lado de Juan García Ponce, Frida Kahlo, Walter Reuter, Sebastião Salgado, André Breton, Paul Strand o Tina Modotti, quien le cedió su trabajo de retratar a los muralistas mexicanos al ser expulsada del país.
De ellos “aprendí a ver los detalles”, contaba en vida el fotógrafo, aficionado a la literatura, principalmente la del Siglo de Oro español, y a la música, en especial la del compositor Gustav Mahler.
A su vez, Álvarez Bravo heredó sus enseñanzas a su primera mujer Lola, con quien se casó en 1925, y a su discípula Graciela Iturbide, considerada hoy en día la fotógrafa mexicana más destacada a nivel nacional o internacional y que recuerda la paciencia de su maestro.
“Nunca tuvo prisa para hacer fotos. Cuando llevaba su cámara grande, la acomodaba en un sitio y esperaba el momento oportuno para hacer ‘click’”, relató Iturbide en una entrevista.
La muerte de su padre, aficionado de la fotografía, obligó a Manuel Álvarez Bravo, con solo 12 años, a dejar los estudios para contribuir con el sustento familiar.
Antes de dedicar su vida de lleno al arte de la lente, casi aprendido de manera autodidacta, fue burócrata y también estudiante de contaduría y luego de arte y música.
Mucho después incursionaría en el mundo editorial y en el coleccionismo de imágenes, grabados y objetos fotográficos.
En contraste con su obra fotográfica, reconocida, premiada y estudiada internacionalmente, poco se sabe de su labor entre 1943 y 1959 en el cine, en filmes como Viva México, del ruso Sergei Einsenstein, o Nazarín, de Luis Buñuel.
Incluso al final de sus días, Manuel Álvarez Bravo se resistía a dejar la cámara. Prueba de ello son las últimas imágenes que hizo en el jardín de su casa, conservadas en el Centro de la Imagen de México.
“Aunque parece sencilla, su fotografía es muy sofisticada, muestra una realidad atemporal. Por eso es tan reconocido”, afirmó Castellanos, uno de los mayores conocedores de fotografía mexicana.

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