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Netzahualcóyotl Bustamante Santín

Obama y la reforma
migratoria que no llega

Hoy los estadunidenses votarán a su presidente número cuarenta y cinco en la historia de esa nación. Lo harán bajo la expectativa de seleccionar  entre dos ofertas electorales ubicadas al centro del espectro político.
Barack Obama con la promesa de continuar su inacabada obra de gobierno y profundizar en las reformas iniciadas como la ambiciosa del sistema de salud, y Mitt Romney que invoca el cambio como respuesta a la gestión del primero, se batirán en una elección que puede ser conquistada por cualquiera por un margen muy cerrado de resultados o incluso con el riesgo de que no arroje un ganador esta noche. Se sabe de la complejidad del sistema electoral norteamericano en que los votos para elegir presidente no son directos, sino a través de representantes en colegios electorales, lo que evocaría la elección del año 2000 entre George W. Bush y Al Gore, en la que este último si bien consiguió mayor número de sufragios, no alcanzó la Presidencia.
Obama trae en sus prendas la lenta pero gradual recuperación de la economía doméstica en medio de las tribulaciones financieras que vive Europa, pero en contraposición lidia con un Congreso dividido y de minoría demócrata que no le aprueba ninguna iniciativa para que no se granjee dividendos electorales.
Los republicanos no solo le escatiman su derecho a ser norteamericano, sino han propalado entre los votantes la idea de que el mandatario no desea un segundo periodo en la Casa Blanca sino una “segunda oportunidad”.
Como sea, en los análisis políticos sobre el proceso electoral en Estados Unidos se coincide en que la expectativa de cambio planteada por Obama no pudo consolidarse en los últimos cuatro años, pero también es cierto que entre sus virtudes puede destacarse la ausencia de un tono belicoso y reacio a pelear contra todos aquellos que se consideren enemigos de los intereses de los norteamericanos.
Tradicionalmente los latinos en Estados Unidos han votado por el Partido Demócrata por su proclividad natural a las minorías en esa nación (aunque el recientemente fallecido pensador Gore Vidal sostenía que ambos partidos son de derecha).
Estados como California son un remanso para los originarios de todos los países del subcontinente, pues no solo se les permite vivir ahí sin ser perseguidos sino incluso, se les dota en algunos casos de licencias de conducir a gente sin papeles. Grandes ciudades como Los Ángeles con Antonio Villaraigosa o San Antonio con Julián Castro, son gobernadas ahora por políticos de origen mexicano.
En 2008 el apoyo de los latinos hacia Obama rondó el abrumador setenta por ciento de quienes votaron en la presidencial de ese año. Ahora sin embargo, las expectativas de los latinos sobre la política migratoria que puede emprenderse desde Washington se ha moderado y con ello también el respaldo al Presidente para un segundo mandato.
Obama habló de una reforma migratoria siempre y cuando contara con un Congreso a su favor. Cuando se habla del tema, siempre se invoca la Ley Simpson-Rodino que bajo el periodo de Reagan permitió la amnistía a los que arribaron a ese país hasta 1986.
Sin embargo, no se habló explícitamente de una amnistía que considere a los 12 millones de indocumentados que es equivalente al mismo número de población de origen mexicano allá, pero sí de una amplia reforma que permitiera la legalización o estancia permanente de los indocumentados.
Obama no logró la reforma y por si fuera poco, su administración logró el récord de deportaciones y extradiciones de las que se tenga memoria, casi un millón y medio de indocumentados, la cifra más alta desde la Gran Depresión en los años 1930 y mucho mayor que en los dos periodos de su antecesor.
Simultáneamente desde el año 2007 comenzó en Estados Unidos un amplio movimiento de jóvenes que exigían su ciudadanía para poder estudiar y trabajar sin temor a ser deportados. Planteando la necesidad de firmar una enmienda por parte del Presidente llamada el Acta del Sueño (o la Esperanza) (Dream Act), ese movimiento logró crecer hasta lograr adeptos en toda la nación y marchar frecuentemente a Washington para solicitar al Capitolio y la Casa Blanca el cumplimiento de su demanda.
Aprovechando la presente coyuntura política y electoral, Obama promulgó un decreto para que aquellos jóvenes que llegaron a Estados Unidos con menos de 16 años de edad y ahora no cuenten con más de treinta, se les otorgue un permiso de trabajo y estudios durante dos años y al mismo tiempo se interrumpa su proceso de deportación aún cuando haya iniciado un juicio.
El Decreto fue firmado en junio pasado y a partir del 15 de agoto iniciaron los trámites para que el millón de jóvenes que según el centro Pew están en esa condición, puedan acogerse al programa.
La Dream Act ha sido el único gesto del Presidente hacia los latinos y aunque modesto es un buen comienzo si se toma en cuenta que en el Partido Republicano y más específicamente en el Tea Party, considerada el ala de extrema derecha del partido, es muy fuerte la opinión de castigar y perseguir a los indocumentados por haber entrado “ilegalmente” a ese país, y como muestra hay que recordar la política xenófoba de la gobernadora de Arizona, la republicana Jan Brewer.
Obama incluso ha aparecido profusamente en spots de televisión hablando en español y solicitando su voto a los millones de latinos.
Los dreamers cumplieron su sueño, pero continúan en el limbo legal y jurídico millones de inmigrantes que esperan que, en caso de un segundo mandato Obama revalide sus promesas hacia ese sector poblacional.

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