Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

* Homenaje a Aarón Flores padre e hijo * Cajitas de Olinalá

El profesor Aarón Flores Chávez

En octubre, el profesor Aarón Flores Chávez recibió un merecido homenaje –de parte de la Secretaría de Educación Pública en Guerrero– en el mero centro de la capital del estado. El programa empezó con un rollazo histórico-educativo del doctor Pablo Sandoval Cruz, que después de veintisiete minutos aterrizó ende buena manera en el homenajeado. Esta vez Nicolás Chávez no llevó demandas políticas, sino un breve y emotivo agradecimiento de su familia por el concurrido reconocimiento que se ofrecía a su pariente.
Luego hubo poemas: el que dijo una hija del maestro y el que declamó una simpática profesora de Chichihualco; ambos poemas fueron escritos por Aarón M. Flores, quien también fue maestro de muchos de los ahí presentes.
Si consideramos que la SEP se la pasa rindiendo intrascendentes homenajes a personajes destacados en el ámbito de la educación y la cultura en el patio de la institución, ante un público constituido por sus propios directores de área que generalmente se aburren ante la ceremoniosidad de los programas, hay que reconocer que en esta ocasión los organizadores se sacaron un 9.9. El reconocimiento se trasladó al auditorio José Inocente Lugo, del IGC, y (a pesar de la nula difusión del evento) éste se llenó. Tal es el poder de convocatoria del maestro Aarón, por cuya clase –en El Ocotito y en la Escuela Primer Congreso de Anáhuac–, a lo largo de más de 60 años de labor docente, pasaron al menos 50 generaciones de estudiantes. Muchos de ellos estuvimos ahí, para darle un fuerte abrazo al profesor Aarón.

Entre jefes de grupo

Explico a unos ex compañeros que el maestro no fue mi profesor de clases, sino mi entrenador de futbol. En El Sur (28-3-2012) publiqué un texto sobre parte de mi experiencia futbolera infantil, que dediqué Al profesor Aarón Flores Chávez, flamante entrenador del Real Anáhuac. Ellos se degustan contando anécdotas de su vida escolar con el profesor Aarón, en las que casi todos resultan jefes o los más inteligentes del grupo. Se saben los nombres de la plantilla de maestros, secretarias y conserjes, de los integrantes de la escolta y la banda de guerra, las danzas que se montaron, los programas de los Homenajes a la Bandera de los lunes y el calendario escolar. Como son muchos e intervengo poco, me preguntan por mis maestros. Y les cuento de Margarita Mora, que parecía la abuelita de Piolín y se la pasaba contándonos cuentos fabulosos, y de Tarcilia López de Plata, que me perdonó un mes de pinta. Cuando –en cuarto año– María Alarcón (considerada la más malhumorada y terrible de la escuela) enfermó, fue sustituida por Ruth Mora, a la que hablaba de tú porque era amiga de una de mis hermanas y quien me puso a bailar El Bolonchón y Los Moros. Por último, el profesor Felipe, que también era a todo dar. ¡Todos un dulce!… Y es que el profesor Aarón, como su papá, tenía fama de ser uno de esos docentes archiconvencidos de que la letra con sangre entra. “Es cierto”, dicen. “Contaban que los traía bien reglamentados”, les digo. No entienden y “a base de reglazos”, aclaro. “¡Ah, eso sí no es cierto!”, exclama uno de los alumnos-alumnos del profesor Aarón. “¿No es cierto que les daba reglazos en las manos?”. “¡No es cierto!…: no nos daba de reglazos; nos daba ¡de varazos!…
Tras la risa general, alguien me advierte que no vaya a sacar lo de los varazos en el periódico, que sea yo positivo. “Escribe sobre lo mucho que nos enseñó, Aarón era exigente y estricto pero también era comprensivo, hasta en lo personal”. “¡Es que éramos un desmadre!”, declara uno, y al primero se le sale un “¡eso!”, y me sugiere: “Escribe, por ejemplo, que el profesor Aarón Flores Chávez nos enseñó la disciplina y el orden en el salón de clases, para que fuéramos responsables en la vida”.
Ya está. De parte de todos: gracias maestro.

El profesor Aarón M. Flores

Para quienes no sepan quién es el muy mentado Aarón M. Flores, es justo recordar de quién hemos estado hablando, sobre todo cuando el próximo día 17 se cumplen 34 años de su fallecimiento. Nació en Chilapa, en cuyo Seminario Conciliar hizo estudios de filosofía que dejó truncos. En calidad de autodidacta presentó examen a título de suficiencia en la Normal Rural de Ayotzinapa y de ahí salió a dar clases a Chichihualco. Fue maestro de primaria en Tixtla y Huitzuco, y, ya en Chilpancingo, ejerció en la escuela Primer Congreso de Anáhuac, en secundaria, normal y preparatoria (fue mi maestro, nos enseñó los rudimentos de la lengua y la lírica española y, aunque ya íbamos en prepa, de vez en cuando nos regañaba en buen romance). Fue periodista pionero y sé que tiene una novela y varias obras de teatro. Como poeta recibió Flores Naturales y otros premios, el presidente Miguel Alemán lo nombró Maestro distinguido de México y se recuerda que el presidente José López Portillo lo visitó en su casa particular como reconocimiento a su larga y ejemplar carrera magisterial.
En mi tiempo escolapio y mucho después, los poemas para niños inscritos en Semillitas líricas y Margaritas en el sendero eran declamados en todos los jardines de niños y escuelas primarias de Chilpancingo. Los poemas que escuchamos en el homenaje a Flores Chávez nos recuerdan que su papá no escribió sólo para los niños. Un ejemplo más es el poema que sigue. Se titula Ventanas viejas.
Ventanas viejas de la adusta casa
donde el silencio a la tristeza
/abraza;
sois flores viudas, sin color ni
/aroma,
sois fe perdida en que el dolor se
/asoma.

Los años han dejado en vuestros
/senos
fatigados recuerdos no muy
/buenos;
recuerdos todos que al llegar se
/embozan
como pálidas damas que sollozan.

Los foscos muros de la casa vieja
a diario escuchan vuestra triste
/queja;
la fuente canta muy piadosa y
/buena
vuestra amarga tortura y vuestra
/pena.

Ventanas viejas del hogar derruido,
donde está oculto el sepulcral
/olvido;
sois los ojazos de una muerta
/historia
que ha terminado sin ninguna
/gloria.

Ventanas viejas de la casa sola,
donde vivió el jazmín con la
/amapola,
ventanas viejas de vivir
/hastiadas,
¡yo os compadezco porque
/estáis cansada!

Cajita de Olinalá

En el Pozole Verde en que acompañamos a Gabriela Mistral cuando se perdió –y encontró– en las grutas de Cacahuamilpa, mencioné que la poeta chilena había escrito unos versos a la Cajita de Olinalá. La prosa en que hace de órganos y magueyes espejos metafísicos de una cruel realidad económica y social –pónganle guerrerense–, resulta un abigarramiento literario profuso e inmensurable ante la sencillez con que mira, acaricia y huele estas famosas cajitas de Olinalá. En el “análisis” que hacen en internet, donde aparecen (y en el que no conocen el viaje por las grutas), dicen que se trata de versos de cinco sílabas, “con algunos de cuatro”. Como me recuerdan la canción de Antonio I. Delgado, con la que hicieron un bailable con bailarinas vestidas de acatecas con jícaras y cajitas de Olinalá en las manos, me da por sospechar que, además de la propia, llevan algún tipo de música danzable. Como el profesor Aarón M. Flores, la maestra Mistral era conocida sobre todo por sus poemas para niños.
Por cierto, ni en la Enciclopedia Guerrerense ni en Visitantes Ilustres de Guerrero, de Roberto Cervantes Delgado, se consigna el viaje que la Maestra de América –y Premio Nobel– hizo por el estado de Guerrero… Para el archivo, estas son las rimas que la poeta chilena Gabriela Mistral dedicó a la Cajita de Olinalá:

Cajita mía
de Olinalá,
palo de rosa,
jacarandá.

Cuando la abro
de golpe da
su olor de reina
de Sabá.

¡Ay bocanada
tropical:
clavo, caoba
y el copal!

La pongo aquí,
la dejo allá;
por corredores
viene y va.

Hierve de grecas
como un país:
nopal, venado,
codorniz,

los volcanes
de gran cerviz
y el indio aéreo
como el maíz.

Así la pintan,
así, así,
dedos de indio
o colibrí;

Y sí la hace
de cobal
mano azteca,
mano quetzal.

II

Cuando la noche
va a llegar,
porque me guarde
de su mal,
me la pongo
de cabezal
donde otros ponen
su metal.

Lindos sueños
que hace soñar;
hace reír,
hace llorar:

Mano a mano
se pasa el mar,
sierras mellizas,
campos de ovar.

Se ve el Anáhuac
rebrillar,
la bestia-Ajusco
que va a saltar,

y por el rumbo
que viera el mar,
a Quetzalcoatl
se va a alcanzar.

Ella es mi hálilo,
yo, su andar;
ella, saber;
yo, desvariar.

Y paramos
como el maná
donde el camino
se sobra ya,

donde nos grita
un ¡halalá!
el mujerío
de Olinalá.

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