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La UAG, o la injerencia de los gobernadores después del año trágico sin subsidio de 1984

Aurelio Peláez

 

 

 

Desde 1972, cuando la UAG tuvo sus primeras elecciones en su recién ganada autonomía y bajo el principio de que estudiantes y maestros podrían elegir con voto del mismo valor al rector de la institución, un proceso no podría estar más decidido a tres meses de realizarse. La sesión de ayer tuvo una dedicatoria: Javier Saldaña Almazán, a quien las corrientes históricas y novatas de la universidad, despejaron el camino para ser candidato “casi de unidad”, con acuerdos de repartición del poder que seguramente se guardarán bajo el colchón hasta el “sí protesto”.

 

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Gabino Olea, rector en el periodo 1993-1996, recuerda que los triunfos más holgados en la historia de la UAG fueron el de Arquímedes Morales Carranza, el candidato de lo que hoy serían las izquierdas, contra el priísta Palemón Díaz (1975-1978), cuando en ese periodo aún había esa rayita que separaba claramente a unos grupos de otros, línea que ahora se ha difuminado en la universidad. Arquímedes, que venía del Partido Comunista y es hoy integrante de la Comisión de la Verdad, obtuvo el 80 por ciento de los votos. La segunda, la de Arturo Contreras, que ganó a Germán Cerón por más de diez mil votos hace apenas seis años.

 

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De voz pausada, una buena memoria para recordar los asuntos de la universidad de Guerrero se refiere, nadie diría que el ex rector Olea que camina apacible con un grupo de propios por los pasillos de Rectoría, en espera del comienzo de la sesión del Consejo Universitario que aprobaría prácticamente como único punto el asunto de la elección, un día antes había desenfundado el hacha para amenazar que si el rector interino Alberto Salgado intentaba prolongar el mandato la corriente de la que es cabeza, Acción Revolucionaria (AR), sería una de las pujarían por su destitución.

 

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El edificio de la Rectoría luce un bullicio guevón, a decir de los ánimos que quedaron contenidos y coartados el día anterior, por intervención del mismísimo gobernador Ángel Aguirre que no obstante declarará una y otra vez que es respetuoso de la autonomía univrsitaria. Muchos de los que se saludan por los pasillos del inmueble lo hacen en forma civilizada, hasta fraternal. Son sobre todo trabajadores, maestros que se conocen de toda la vida; saben en qué bando milita cada cual en las diversas escuelas y facultades. Conviven en fiestas sindicales o de fin de año. El acuerdo, el sometimiento del rector Alberto Salgado y de unos cuantos consejeros fieles para que éste abandonara su pretensión de alargar su periodo de interinato, evitaron que el cuadro de calma chicha se convirtiera en el de una guerra a cuchillo. Así las cosas.

 

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La de Aguirre sería la segunda intervención o “mediación”, pero nunca violación de la autonomía, en la UAG. La primera es de cuando fue gobernador interino –en sustitución de Rubén Figueroa Alcocer– en el proceso electoral universitario de1996. El resultado fue cerrado, “mil 300 votos” (2 o 3 por ciento de la votación), a favor de Hugo Vázquez, quien fue el candidato ganador. El que quedó abajo, el extinto Armando Chavarría Barrera y los grupos que lo apoyaron, acusaron que AR de Olea y su candidato Hugo Vázquez se despacharon con la cuchara grande en las escuelas que controlaban, inflando urnas, como en la Preparatoria 17. Los chavarristas tomaron Rectoría, coordinaciones escolares entre ellas Acapulco; resistieron amagos de rescate por los de AR, se cerraron carreteras por los de Olea. Hubo movilizaciones de apoyo por bando donde se mueven unos diez mil, pero al cabo de los días, Chavarría anuncia el retiro de la resistencia, deja colgados a cientos de activistas movilizados, y aceptó el cargo de delegado del Instituto Nacional para la Educación de Adultos (INEA), un cargo menor, pero que fue la salida política, se supone que digna, que le ofreció su también “compadre”, el gobernador Ángel Aguirre, que desde su primer periodo fue respetuoso de la autonomía universitaria como se ve.

 

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La segunda intervención directa de un gobernador del estado fue la de René Juárez en la elección de 1999. Igual, elección cerrada entre Florentino Cruz Ramírez, de la misma corriente que el candidato anterior Chavarría, y Samuel Reséndiz, de AR . Cada grupo da sus resultados que los presentan como ganadores; cada grupo arma con sus consejeros sus propias ceremonias del Consejo Universitario y cada grupo anuncia incluso su propia toma de posesión; los de Florentino en la Alameda de Chilpancingo, los de Samuel en Rectoría, aunque René Juárez, con resultados en mano inclina la balanza hacia Florentino. El resultado de la negociación –entre amagos de enfrentamiento– Reséndiz acepta ser delegado del INEA, esa dependencia encargada de la educación para adultos sin prioridad para los gobiernos, utilizada para dar salidas políticas “dignas” a candidatos a la Rectoría de nuestra máxima casa de estudios y que ha tenido entre sus titulares a la hermana del ex gobernador José Francisco Ruiz Massieu, Marisela, huérfana de currículum pedagógico y al final, damnificada por observaciones de la Contraloría estatal. (Entre paréntesis, en su toma de posesión Florentino Cruz menciona hasta en seis ocasiones al gobernador René Juárez para agradecer su apoyo a la institución y destacar que es egresado de la misma, de su escuela de Economía para más señas).

 

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Rogelio Ortega Martínez fue uno de los primeros jefes de corriente, el Murat, en dar su respaldo a Javier Saldaña como un precandidato de unidad a la Rectoría, días después del fallecimiento del rector Ascencio Villegas Arrizón, y de que era cantado –hasta que comenzó a amagar con quedarse un tiempo más– que el interino Alberto Salgado tenía que convocar pronto a elecciones. Tras la de él, acompañado de Cerón, vinieron otros descartes de jefes de grupo, ya por estar pasados de maduros o demasiados novatos, para competir con Saldaña, quien con una carrera si no a la sombra, si a las espaldas de dirigentes visibles, y sin trayectoria académica alguna, se convirtió en un candidato de consenso en una universidad en la que privó ahora más el mal arreglo que el buen pleito.

–¿Por qué no una tercera campaña Rogelio?

–Llevo dos –corrige– en la tercera decliné por Ascencio Villegas. Es mucho desgaste –argumenta.

El nombrado coordinador de Posgrado en los areglos posteriores a la muerte de Villegas Arrizón y ex director fundador del Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados Ignacio Manuel Altamirano (IIEPA), un centro creado casi a modo y en la que se alterna la representación con la investigadora Rosa Icela Ojeda, a saber, su esposa, también fue el protagonista de una elección reñida en el 2002 ante Nelson Valle. Fue una contienda fratricida, pues ambos venían de la misma corriente política, que tenía como jefe político a Armando Chavarría Barrera, esa que tuvo su origen en la Unión de Estudiantes Guerrerenses (UEG) con Saúl López Sollano y el malogrado Guillermo Sánchez Nava.

Era Ortega el candidato natural del MAR, que con esas siglas se presentaba ahora la ex UEG, también conocidos como Los Cívicos o los acenerros, por ser la expresión universitaria de ese movimiento político, que a su vez era corriente en el PRD. Sucede que Rogelio cometió un error más que político, logístico. Se dejó retratar con el perredista Félix Salgado Macedonio, uno de los contendientes visibles a la candidatura del PRD al gobierno del estado.

Esa foto que apareció en los diarios llevó a Chavarría a cambiar sus querencias, y dio marcha atrás decidiéndose por hacer candidato a Nelson Valle Contreras.

–¿Y ese quién es? –preguntaron entonces algunos no tan inmiscuidos en los asuntos de la UAG.

–El que le carga el maletín.

 

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Esa contienda entre Rogelio Ortega y Nelson Valle, fue igual un proceso cerrado. El equipo de Ortega impugnó. Los consejeros de Chavarría y aliados cerraron filas y lograron ungir a quien era su secretario privado –cuyo periodo pasó de largo– como rector (“el más mentiroso”, acusaría entonces el tres veces rector Rosalío Wences Reza). Rogelio Ortega buscaría ser candidato por una segunda ocasión en el 2006, ahora su grupo se llamaba Mutar, ya una escisión del de Chavarría, que presentó como su candidato a Germán Cerón, pero enfrente tuvieron a Arturo Contreras, el candidato de la última campaña en que participó el tres veces rector y hombre fuerte de la UAG Rosalío Wences Reza, el fundador del Frente de Defensa de la UAG (Fredeuag), que ahora es el principal respaldo de Javier Saldaña como antes lo fue de Ascensio Villegas.

En esta, la última elección en que participó Wences en su tejido de alianzas, y con un clima entre las corrientes de la UAG antichavarrista, Contreras ganó por un margen amplio la elección, que en consecuencia no fue impugnada.

Rogelio se presenta a la sesión en traje café formal, el único que portó uno; de lejos se ve que es el principal apoyo de Saldaña para conocer las entrañas íntimas del lenguaje de los políticos veteranos de la universidad. Se le ve diestro y cómodo en su inédito papel de asesor; en la segunda fila, y no en la primera, como aparece en la fotografía de la conferencia de prensa en la que Salgado y Saldaña anunciaron el fin de la bronca.

 

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En el principio de la autonomía de la UAG fueron la izquierda y el PRI. La UAG quizá como reducto de los movimientos progresistas, revolucionarios, de izquierda o como se les llamara a principios de los 1970. El primer rector fue Rosalío Wences Reza, en 1972 (y lo sería por dos ocasiones más, cosa que ya no se podría, según las nuevas reglas); el segundo, Arquímedes Morales, en 1975 y de ahí el PRI como tal desapareció de la escena. Lo que siguió fue la división de esas izquierdas en cuatro movimientos principales. Los del Partido Comunista, que se identificaron en la Universidad como Unidad Democrática (UD) y han tenido solamente un rector,  Arquímedes Morales, y el control de seis de los nueve dirigentes sindicales académicos; la UEG, disgredada ahora hasta en cinco ramas; Acción Revolucionaria (AR), de Gabino Olea, que se mantiene compacta; y el Fredeguag, formado con diversas alianzas por Rosalío Wences Reza (la UEG pasó por ahí) y que también mantiene una clientela de fidelidades en la institución.

 

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Javier Saldaña deviene en beneficiario del desgaste de esas pugnas, donde en cada contienda una corriente no duda en aliarse con otra con la que se enfrentó en el proceso anterior. “Llegó como una candidatura natural”, cuenta el ex dirigente de los trabajadores académicos, Antonio Torres Montoro, un histórico de los comunistas en la casa de estudios. “La izquierda dejó a la UAG –entonces– como una caja de resonancia”, y adelanta que la próxima elección va a dejar por primera vez un escenario de enfrentamiento de los grupos políticos.

 

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Con Torres Montoro y otros universitarios se platica de las primeras “irrupciones” de los gobernadores en la UAG. La primera sería en 1989, recién pasada la elección presidencial donde se acusó al priista Carlos Salinas de robar la elección al candidato de la izquierda (FDN), Cuauhtémoc Cárdenas. Ruiz Massieu se dio un paseo por la prepa 1 de Chilancingo, sin avisar a la autoridad universitaria. En ese contexto, el entonces rector de la UAG, Ramón Reyes Carreto manifestó su protesta por esa visita.

Ayer, en la sesión del Consejo Universitario, Reyes Carreto pidió inútilmente que se le concediera la palabra,  sin ser consejero, a lo que el rector, con dejos de grosería se la negó, afirmando que intervenían sólo los consejeros, invitándolo a abandonar la sesión, como a los tantos otros que llegaron como porra, tras la previa marcha en apoyo a Saldaña. Carreto es otro de los que dio su apoyo a Saldaña.

La segunda visita a la UAG la hizo el gobernador Rubén Figueroa Alcocer, a invitación del rector Gabino Olea. “Entonces ya no había ese distanciamiento contra el gobierno”, recuerda Torres Montoro.

Desde hace ya algunos periodos, los rectores se pelean porque los gobernadores los visiten o les abran espacio en su agenda. Ya nadie ve como una violación de la autonomía la injerencia de los gobernadores, y el caso extremo llegó con Zeferino Torreblanca –ningún gobernador más ajeno a la UAG que él, un egresado del Tecnológico de Monterrey– que fue recibido como orador nada menos que en una sesión del Consejo Universitario. Ya ningún dirigente de la izquierda de la UAG quiere que se repita la traumática experiencia de 1984, cuando el gobierno federal retiró el subsidio a la institución y maestros y trabajadores estuvieron sin cobrar su salario un año. La UAG es una antes de ese año y otra después.

 

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Javier Saldaña ingresó a la UAG cuando era rector su primo, Marcial Rodríguez Saldaña (1990-1993), quien propenso a apoyar el desarrollo espiritual de sus familiares, lo hizo encargado del Comedor Universitario en Acapulco. Estudió derecho, se siguió con una maestría y luego con el doctorado en la Unidad de Estudios de Posgrado e Investigación (UEPI), un reducto de Wences Reza en Acapulco. Moviéndose con bajo perfil, cada tres años metiéndose en alguna campaña del Fredeuag, hizo méritos escalando cargos burocráticos. Con escaso carisma pero aprovechando las relaciones, se hizo imprescindible en el movimiento, hasta ocupar cargos directivos con Arturo Contreras y Ascencio Villegas: el poder burocrático, sentenciaría el sociólogo alemán Max Weber.

En una sesión que no sólo el rector interino Alberto Salgado, sino el secretario general Uriel Reyes calificaron de “histórica” ante la posibilidad de tener un candidato único, se leyeron las bases de la convocatoria. Allí entre otros, se resaltan requisitos “a valorar”, que seguramente serán obviados cuando todos acepten el registro del pretenso Saldaña, entre otros: “Ser autor o coautor de artículos o libros científicos, tecnológicos, humanísticos… haber presentado ponencias o productos en congresos, foros o seminarios de carácter científico, humanístico o tecnológico… haber creado o perfeccionado alguna obra, desarrollo tecnológico, instrumento o material que tenga impacto económico”…

Lo “histórico” estará también en obviar algunos pecados en el currículum  del candidato.

 

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Retrato hablado de las elecciones de la UAG, según la convocatoria: “queda prohibido todo tipo de pintas dentro de las instalaciones universitarias… Así como también las fiestas, bailes, regalos, obsequios, que tengan como fin actos proselitistas dentro y fuera de los edificios universitarios… la promoción de categorías, uso de patrimonio universitario o acciones de cualquier tipo de parte de funcionarios, trabajadores universitarios (y) la práctica de exámenes ordinarios en el periodo de campaña”, nada que no usen los grupos, aunque en la sesión, un consejero confió en que como no habrá competencia, pues no habrá ya necesidad de estas prácticas o mañas.

 

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La sesión finalmente no fue de trámite, como se esperaba. Aunque el acuerdo entre el acorralado rector y las corrientes era votar el asunto de la convocatoria y ya, la cosa empezó mal porque Salgado se apersonó en la Rectoría a las 1 de la tarde –los consejeros atornillados lo esperaban desde antes de las 11–, la sesión se instaló a las 2, con un Salgado, cuentan algunos, transformado del apocado de la sesión anterior, a un autoritario que se puso a callar a asistentes. Impaciente, mandó a desalojar a los no consejeros a las 2:20, proceso que se llevó más de media hora, no sin antes agarrar pleito personal con el ex rector Reyes Carreto y luego de que el consejero Arturo Miranda, de los históricos cívicos de Genaro Vázquez, insistiera en poner en asuntos generales el tema de la destitución por Salgado de la secretaria general de la UAG, a manera de llamarlo a cuentas por haber roto los acuerdos entre las corrientes que dejó el fallecido Ascencio Villegas. Abajo, cerca del presídium, inquieto, Javier Saldaña intentaba aplacar un estado de ánimo que él había alimentado en días anteriores entre sus seguidores. Lo que le urgía era sacar la convocatoria y encaminarse como candidato único o casi, porque no faltará quien se apunte por fuera de las mafias, como lo hizo en alguna ocasión el historiador Alvaro López Miramontes, que al final protagonizó una candidatura simbólica. Tras la escaramuza, la esposa del desaparecido Wences Reza e integrante de la Comisión Electoral, Laura San Pedro, leyó el dictamen que se aprobó por unanimidad, sin votos en contra ni abstenciones, poco después de las 3:30 de la tarde en una sesión que se dio por terminada diez minutos después, con lo que Javier Saldaña –que se retiró apoyado por su porra y que más bien parecía candidato a la Federación de estudiantes– respiró aliviado.

Habrá que ver cuánto del pastel le queda, luego de haber repartido espacios a los grupos. Que por eso lo apoyan ¿o no?

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