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Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

* Política barata

“¿Te doy un tema para tu columna?”, me soltó así nomás el vecino y, sin esperar respuesta, se acomodó en pose de conferencista magistral, para declarar su idea editorial en una sola frase: “¡Qué abaratada está la política!”.
No dijo más, pero lo dijo con un tono de reproche desdeñoso tan sincero, que de inmediato le pesqué el sentido.
“Tan barata como el precio de impresión de una lona”, le reviré, y puso cara de “miraaa, qué abusadillo me saliste”, aunque sólo me dijo “e-xac-ta-men-te”.
Pero no se necesita ser muy abusado para darse cuenta de que un chingo de gente se siente y se dice solvente para competir por un asiento VIP en los aposentos de la grilla y el poder.
Basta con aventarse un rolecito por las principales calles y avenidas de la ciudad, la que sea de uno, para divisar un resto de lonas grandotas, grandes y no tan grandes, con las fotos de un montón de rostros sonrientes, muchos de ellos desconocidos, enmarcadas con frases pegadoras, colgadas de edificios, postes, árboles, puentes, túneles y hasta rocas chonchas como las de Acapulco. También se divisan otro tanto de impresiones más chirris, impresas en calcomanías pegadas en el medallón de vehículos particulares o del servicio público.
No más para darle sustancia documental y contexto argumental a la idea del vecino, que me pareció perfecta para esta columna, me aventé mi rolecito por las principales calles y avenidas de Chilpo, y alcancé a contar 47 lonas de todos tamaños, con el rostro de 16 personas distintas.
No manches, pensé, y eso que faltan más de cuatro meses para las elecciones constitucionales, apellido por cierto recientemente necesario para distinguirlas del montón de elecciones internas de los partidos políticos.
Nunca, que recuerde, habíamos padecido tal saturación de ambiciones políticas colgadas por todos lados, y menos con tanta anticipación. Antes las internas partidistas ni siquiera eran nota, es más, ni había necesidad de elegir democráticamente a los candidatos, pura decisión consensuada, dedazos más o menos elegantes para destapar tapados.
Pero ahora, qué trabajo les cuesta ponerse de acuerdo, porque todos quieren ser candidatos, todos alzan la mano, hacen su luchita, y reclaman su derecho a un asiento VIP. Ahora hasta los panistas, antes tan decentes, unidos, democráticos y civilizados, se trenzan en ásperas contiendas internas a la hora de elegir a sus candidatos.
Eso no está mal, en un sentido democrático muy general. Todos los militantes de un partido político, que no los ciudadanos de a pie, pueden y tienen derecho a ser candidatos y gobernar, si la mayoría les favorece.
Lo que está mal son dos cosas: la primera, que no es lo mismo tener derecho que tener lo que se necesita para representar dignamente a la sociedad, y menos lo que se necesita para gobernar bien.
La segunda, que ahora el gran elector no son los electores, sino las empresas encuestadoras y la mercadotecnia política. La elección interna de candidatos en cada partido se complicó tanto a partir de la alternancia democrática (ya no se necesita ser priísta para ganar una elección), que la certeza fría de las encuestas y los atajos prácticos de la mercadotecnia, convencieron a las dirigencias de la utilidad electoral y política de sus métodos. La clase política se dejó guiar por números, estadísticas y porcentajes, y se olvidó de la sensibilidad y el oficio de los antecesores.
Hoy, para ser candidato a lo que sea, del PRI, PAN o PRD, primero hay que ser popular, de perdis conocido por la raza. O sea, que mucha gente debe saber su nombre y reconocer su rostro, para poder figurar en las encuestas.
“Santo que no es visto, no es adorado”, reza el viejo adagio priísta, que hoy parece más vigente que nunca. Por eso, en cuanto se definieron tiempos y plazos de las internas de cada partido, de todos lados aparecieron lonas de un montón de aspirantes a algo, según el lugar que se alcance en la encuesta, la pedrada.
Pero lo que alborotó más a la gallada fue la concurrencia inédita de las próximas elecciones guerrerenses. Imagínense, queridos nueve lectores certificados de Canal Privado: tres partidos políticos y un puñado de partiditos, metidos en la pesca de senadurías, diputaciones federales y locales, alcaldías y regidurías. ¿Para cuántos aspirantes y candidatos les gusta?
Por eso dan ganas de entrarle al relajo. Total, ¿qué tanto cuesta imprimir unas lonitas de esas, de jodido cinco? En una de esas, es chicle y pega.
Anímese, estimado lector, vaya con un fotógrafo de estudio, sáquese una foto chida, bien fotochopeada, en donde salga ya no digamos menos federico, pero eso sí bien peinadito y arregladito. Antes ensaye frente al espejo, puño arriba, pulgar hacia adelante, brazos alzados en “v”, o como abrazando a un paisano jodido con cara de empatía solidaria.
Escoja la foto que proyecte más su imagen de winner. Luego, piénsele alguna frase dominguera, fácil de memorizar, e invéntese un buen logotipo con su nombre, acuda a su impresor de confianza y ordénele todas las lonas al alcance de su presupuesto. Por último, cuélguelas de donde pueda, de preferencia en zonas muy transitadas… y listo.
Si ya no le da tiempo para esta elección, no se apure, ya vendrá la próxima.
El precio de una lona no es un gasto, sino una inversión que, más temprano que tarde, puede rendirle hartos dividendos. Recuerde que la política puede ser más barata que antes, pero para ganar hay que tener paciencia, constancia, perseverancia.

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