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Eduardo Pérez Haro

El sector rural agropecuario
mexicano

Para Hugo Andrés Araujo y Javier Gil

No es posible imaginar que tengamos un despliegue de crecimiento económico sostenido colocando al margen a un sector que alberga a más de 25 millones de mexicanos que demandan ingreso y satisfactores, bienes y servicios alimentarios y no alimentarios, pues sería tanto como suponer que la economía urbana de manufacturas y servicios, tiene excedentes en grado tal que podría darles manutención, eso es, técnica y económicamente, imposible, prácticamente, en ningún momento y en ningún lugar del mundo sucede. Económicamente no tiene lógica y fiscalmente no tiene sustento.
Sin embargo, cuando la estrategia de desarrollo no pasa por una consideración del sector rural-agropecuario asignándole un lugar en el engranaje general de la maquinaria productiva para el crecimiento económico, implícitamente se inclina en este gran error, que podríamos entenderlo en el momento en que los precios tendieron a la baja y no había manera de rentabilizar la actividad (1965-2005) pero no así cuando por efecto de la restructuración mundial y la crisis se abre una tendencia de altos precios (2006-2012…) y se crea la oportunidad de relanzar a la agricultura. No asumirlo correctamente resulta muy delicado, prácticamente peligroso continuar sobre inercias inadecuadas. Resulta económicamente insostenible, desequilibrante de las finanzas públicas, socialmente inmanejable, políticamente complicado y éticamente inaudito.
Podría decirse que no viene al caso una referencia de este tipo porque en realidad nunca se ha llegado al extremo de abandonar el campo, y que en realidad el sector agropecuario si bien tiene rezagos e insuficiencias, ha sido atendido y que, en términos generales, su actividad es bastante solvente y prueba de ello es que no existen fenómenos de desabasto, y el tamaño de sus importaciones no pone en riesgo la seguridad alimentaria, amén de que la pobreza puede tener una atención focalizada y con programas gubernamentales, bien llevados a cabo, puede irse disminuyendo en tanto la economía del sector urbano se asienta y crece, y así aumentar las oportunidades para los hijos de los campesinos con el consecuente alivio de la pobreza y de las cargas fiscales que puede representar, pero este es un discurso político mas no un fundamento objetivo para el diseño de política pública y la gobernanza.
Efectivamente así se ha pensado, así se ha dicho y así ha sido en los últimos 40 años, y no debemos extremar los datos o las afirmaciones para cuestionarlo, los tarahumaras no se suicidan en las barrancas, ni se registra muerte generalizada por hambre, ni el costo fiscal de los apoyos gubernamentales al sector rural ha desquiciado las finanzas públicas, ni hay desabasto, ni la economía urbana parece tener requerimientos incumplibles en materias primas o insumos. Es decir, el campo no estalla ni México se derrumba, aquí está la prueba, México está de pie, crece su población y crece su economía, y sus agregados macroeconómicos (Inflación, Tipo de Cambio, Tasa de Interés,  Balanza Comercial, Reservas Internacionales, Balanza de pagos, etc.) son manejables. Actualmente, México lo hace con parámetros incluso de mejor condición que los países desarrollados.
Pero no por ello estamos ante un modelo exitoso de tratamiento del sector rural, ni tampoco puede eternizarse esta lógica porque esta realidad que se alude tranquilamente no es estática, se mueve, cambia y cambia el contexto en el que se inscribe. El crecimiento y la estabilidad macroeconómica, son una verdad parcial cuando se hace referencia a estos factores en sí mismos pero es distinto dentro de la dinámica interna y externa en la que estos referentes funcionan.
Lo cierto es que a pesar de que México tenga signos de progreso y no está al borde de un colapso, también es cierto que México no creció ni se desarrolló en los términos de superar el atraso, la desigualdad y la pobreza. Ciertamente está de pie pero no está mejor que antes, y sin duda eso ya es un gran problema pues ya casi dos generaciones han transitado en ese tiempo, sin saber a ciencia cierta qué es eso de el crecimiento sostenido y el desarrollo, a diferencia de la o las generaciones de los 40 años precedentes.
Mas el problema no queda en la ampliación de las desigualdades, ello da lugar a desequilibrios fiscales y macroeconómicos como el encarecimiento de los costos de producción agrícolas e industriales, y aún más, baja competitividad agregada que sólo posibilita la inserción de pequeños segmentos (electropartes y automotriz, y frutas tropicales y verduras de invierno) a los principales circuitos de la economía global con exclusión de la mayor parte de la economía nacional, que por lo demás habrán de disminuir ante la disminución de las importaciones resultado de la crisis en los Estados Unidos.
Estamos en un mundo con nuevas exigencias tecnoproductivas, económicas y financieras, y el devenir del presente siglo se torna más competido, y es por ello que estar en condiciones semejantes a las de hace cuarenta años significa que México tiene una situación más complicada que la de aquel entonces.
En esta oportunidad, lo importante radica en alcanzar los fundamentos de la estrategia recomendable para la economía nacional y particularmente del campo mexicano en la perspectiva de una estrategia tecnoproductiva que abra el proceso para insertar a México en el nuevo ciclo de la economía mundial cifrado por la era digit@l que a pesar de la crisis en Japón, Europa y Estados Unidos, se abre paso para un desarrollo más abarcante en el curso del presente siglo.
El reconocimiento de los desequilibrios y desigualdades que están en la base del atraso en México, con particular énfasis en el sector rural-agropecuario nos pueden llevar a la denuncia y el reclamo, de mayores apoyos al sector o de mejores estrategias y mecanismos operativos para su superación. Y no diremos que es erróneo concluirlo, pero no podemos exigir más recursos para hacer lo mismo que a final de cuentas no arroja los resultados deseados, ni podemos quedarnos en correctivos menores y sobre la misma lógica suponiendo que se trata sólo de ineficiencias de instrumentación de los Programas gubernamentales.
A las dificultadesque surgieron hace 40 años hay que sumar las que se han acumulado en este lapso. Y es que a pesar de los progresos relativos, no dejan de agolparse hacia el tiempo actual los hechos dados por el tiempo mismo, digámoslo en cuanto al envejecimiento de la población rural y la emigración de los mejores hombres y ahora ya mujeres, o por las cosas que se dejaron de hacer en ese lapso en cuanto al rezago de la infraestructura y la tecnología, la desorganización social y productiva, la descapitalización y la pobreza, y la violencia e inseguridad, factores que bajo ninguna circunstancia alcanza a compensar el progreso de los cien mil grandes productores de alto rendimiento, ni se pueden borrar con la realidad estadística de los agregados macroeconómicos nacionales o del sector.

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