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Silvestre Pacheco León

De vuelta a París

Ya casi termina el verano cuando volvemos a París. En los jardines de la ciudad el suelo se abriga con las hojas caídas de los árboles, esa  es una de las huellas visibles de que estamos en otoño y se acerca el invierno. El aire frío de las mañanas nos lo recuerda cuando en el turibús disfrutamos de la relativa calma que vive la ciudad.
Molidos por el largo viaje para cruzar el Atlántico (me sigo preguntando por qué la incomodidad de los aviones para la clase turista), en la noche de nuestra llegada sólo nos reanima a Palmira y a mí la vuelta a ésta ciudad de los sueños.
En la noche de nuestra llegada a la capital del mundo vamos a la plaza de la Bastilla y pedimos café atendidos por un empleado que nos habla en  correcto español.
Entre los clientes de los helados, el café y las crepas, me distrae una mujer africana color de caoba (como dice Kapuszinki) vestida a la usanza de su tribu y con unas zapatillas que la hacen sobresalir por su estatura, color, vestimenta y belleza.
En el tren del aeropuerto a París saludamos a una pareja de mexicanos que planea pasar su luna de miel en Europa. Ellos piensan ir a Viena y la emoción de conocer el viejo mundo se les trasluce en el rostro.
Nueve euros cuesta el boleto del tren del aeropuerto a la ciudad. En el regreso viajamos en metro  que cuesta 2.20 Euros.
Nos hospedamos cerca de la torre Eiffel y durante tres días caminamos hasta ella, una vez para subirla y los demás  para abordar el turibús que nos lleva por la ciudad.
Cosas de la vida, resulta más caro el acceso a la torre Eiffel que la entrada al museo del Louvre, aún así casi compiten en el número de visitantes.
Claro, cada lugar tiene su atractivo, pero sólo en la torre pueden darse escenas del coloquio amoroso como el que nos tocó presenciar: una pareja de jóvenes llegan a la explanada tomados de la mano. Él le pide a ella que se ponga de espaldas mientras prepara el escenario. Le va a pedir matrimonio y quiere que el momento sea inolvidable. Para ello pide el apoyo de las mujeres que están a su alrededor quienes luego intuyen el propósito y se disponen a participar. Cuando la muchacha se da la vuelta  encuentra lo soñado. Él hincado frente a ella le pide que se comprometa y cuando ella le da el sí, una lluvia de pétalos de rosas cae sobre sus cabezas, luego le entrega una sortija y le pone una copa de champán en la mano. Ambos brindan por el amor mientras el público aplaude.
Confieso que mi humildad ante la ciudad se terminó en éste viaje haciendo el recorrido más popular para el turismo: la torre de hierro, los jardines de Luxemburgo, Champs Elysées, las Tullerías, Montmartre, Montparnasse, la catedral de Notre Dame, el Sena y sus múltiples puentes, el barrio Latino, los museos y sus plazas.
En la ciudad nos sigue sorprendiendo la delgadez de los franceses y la explicación que encontramos no difiere de lo que nuestro amigo Esthibault dice: los parisinos hacen ejercicio diariamente, el transporte público se los exige, sobre todo el metro cuyo servicio exige recorrer grandes distancias a pie para abordar los trenes. Los que no caminan usan bicicleta y como su alimentación es muy frugal, resulta natural su esbeltez.
Como vamos prevenidos contra la mala fama de chocantes que tienen los franceses, seguimos la recomendación de saludar siempre, antes de pedir o preguntar. Eso cambia su actitud.
En el segundo día visitamos  los jardines de Versalles y su profusión de fuentes, estatuas y estanques, luego caminamos hasta la plaza Madeleine donde sobresale la magnífica construcción de la iglesia en el más puro estilo griego cuya fachada de grandes columnas me recuerda la casa del Negro Durazo en el cerro que da a la playa de la Ropa, en la bahía de Zihuatanejo.
Terminamos la noche en Champs Elysées. En La Brioche Dorée saboreamos el mejor capuccino de París, a dos euros la taza.
Si la vez pasada nos conformamos viendo desde fuera los escaparates de la tienda de Louis Vuitton, ahora nada nos detiene para satisfacer nuestro morbo averiguando los precios de los accesorios de vestir: bolsos, carteras, relojes, billeteras, sólo al alcance de los ricos o de quienes pueden gastar lo que no es suyo.
La tienda del diseñador de moda presta atención personalizada a sus clientes y por lo común los compradores llevan los datos del catálogo donde seleccionaron el producto escogido. Una copa de champaña es lo normal mientras se hacen las transferencias para el pago y se ordena el grabado de algún nombre para que el regalo sea especial e inolvidable.
En los días posteriores vamos a Montmartre donde se puede alternar con los pintores y dibujantes bohemios de la plaza y con los religiosos que visitan la iglesia de la cima y hasta con los clientes del Moulin Rouge que se distraen con las muchachas que juegan en torno a la corriente de viento que escapa del subsuelo a cada paso del tren subterráneo.
En la catedral de Notre Dame, única en lo monumental y su estilo gótico, nos unimos al caudaloso río humano que la visita diariamente, sólo con la idea de mirar entre apretujones el magnífico altar dedicado a la madre de Cristo.
Hemos estado en Montparnasse en callado homenaje a Carlos Fuentes mientras vamos en búsqueda de La Coupole, el famoso restaurante parisino cuyos precios nos resultan prohibitivos.
Como el recorrido de las salas del Louvre es más que un deber, le dedicamos un día completo. El salón donde se exhibe la Gioconda sigue siendo el más concurrido sin poder acercarse demasiado para admirarla. Nos contentamos apreciando a satisfacción la escultura griega de la Victoria alada que se exhibe casi a la entrada del museo.
Sólo en París, caminando por el extenso jardín de las Tullerías, el primer parque público en el corazón de la ciudad, he sentido la emoción de vivir la felicidad, ése estado de ánimo difícil de definir pero que se puede sentir, mirar y respirar.
Cuando visitamos el museo de Orsay caminamos sobre el puente de los enamorados donde las parejas dejan la prueba de su amor en un candado que ellas mismas colocan asido a la herrería. Lucen cientos o quizá miles de candados, de los más distintos modelos y precios.
El museo de los impresionistas es un magnífico edificio a un costado del río, equipado con los servicios más modernos. Busco la obra de Claude Monet, en especial la Mujer con sombrilla, de paseo en el campo, esbelta, bajo un cielo azul salpicado de nubes blancas,  pero antes de encontrarla me detengo en el cuadro de los Almiares del mismo autor. Son dos montañas de heno en el campo limpio de la cosecha, donde lo que resaltan son las diferentes tonalidades de la pastura acomodada (batalanes decimos nosotros), puesta a resguardo del invierno y, más allá, el bosque. Toda la fuerza del abstraccionismo en esta obra.
El barrio Latino rumbo a la Sorbona lo caminamos una tarde soleada visitando galerías, mercados ambulantes, heladerías y cafeterías. En una pastelería llamativa nos detenemos a probar los bocadillos en miniatura que venden en colecciones de los más variados gustos y presentaciones.
En la noche paseamos en lancha por el Sena deslumbrados por las luces que realzan la belleza de los puentes y edificios. Septiembre ha sido el mejor mes para visitar París porque ya terminó el período vacacional de verano sin el cambio de clima.

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