Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

* Por fin, adiós Calderón

* El presidente de los 95 mil muertos

El 47.3 por ciento de 10 mil 654 personas encuestadas se declararon satisfechas con su vida, según reportó el INEGI la semana pasada; 36.1 se dijeron moderadamente satisfechas, 11.8 por ciento poco satisfechas, y solamente 4.8 por ciento se asumieron francamente insatisfechas. Así califica la población su vida familiar, su salud, su vida afectiva y su apariencia, factores que aportan los rangos positivos, mientras que de la situación económica, el tiempo libre, la educación y la calidad de la vivienda proviene la insatisfacción.
Antes de llevar esos datos a una generalización improbable sobre la felicidad del país, debe considerarse que es una apreciación personal, íntima, una calificación de la vida propia, no de lo que sucede en las calles, y que en última instancia refleja la predisposición del género humano a sobreponerse a la adversidad y disfrutar la vida, aunque por otros motivos esa vida esté sometida a toda clase de rigores y amenazas.
Por esa razón otra encuesta, dada a conocer el mismo día que la anterior, el 22 de noviembre, descubrió que el 55 por ciento de la población consideró un fracaso la guerra del presidente Felipe Calderón contra el narcotráfico, frente a 31 por ciento que dijo que fue exitosa. Este segundo estudio es la Encuesta Nacional sobre la Percepción de Seguridad Ciudadana en México, que desde hace once años realiza la organización México Unido Contra la Delincuencia con la empresa Consulta Mitofsky. El director de la firma, Roy Campos, explicó que  “los primeros años, 2007, 2008 y 2009, se percibía que los operativos (contra el narcotráfico) eran un éxito. A partir de 2010 ya no se pudo convencer a nadie de que eran un éxito. El sexenio acaba con un declive de 16 puntos; los ciudadanos no tienen una opinión positiva de los operativos”. Dijo que a lo largo del sexenio de Calderón bajó de 84 a 69 el porcentaje de quienes consideraban adecuado el uso del Ejército para combatir al crimen organizado, y que al preguntar ahora quién pensaban que ganó la “guerra contra el narcotráfico”, 54 por ciento señaló que el crimen organizado fue el victorioso, mientras que sólo el 18 por ciento aseguró que ganó el gobierno federal. (Reforma, 22 de noviembre de 2012)
Ese es el mundo de las apreciaciones y percepciones; el mundo de los datos indica lo siguiente: la Comisión Nacional de Derechos Humanos informó la semana anterior que tiene registrados 46 mil 15 asesinatos en el contexto de la guerra contra el narcotráfico, 15 mil 921 cuerpos no identificados, mil 421 cadáveres inhumados en fosas clandestinas y 2 mil 126 casos de desaparición forzada de personas. Pero es un cálculo conservador, pues otras fuentes sitúan el número de ejecuciones en 56 mil, 65 mil o más. El INEGI reportó en agosto pasado que sólo en 2011 se habían producido 27 mil 199 ejecuciones en el país, y que entre 2007 y el año pasado sumaban 95 mil 632, aunque no distinguía los homicidios comunes de los que eran consecuencia de la delincuencia organizada.
Adicionalmente, el presidente de la CNDH, Raúl Plascencia Villanueva, dijo que de 2005 a la fecha, ese organismo recibió 34 mil 385 quejas por abusos de funcionarios o personal de seguridad pública del gobierno federal. No es todo, pues la CNDH dio a conocer también que en el sexenio de Calderón los casos de tortura crecieron 500 por ciento, de una queja en 2005 por esa causa, a 2 mil 40 denuncias en 2011.
Pero esa mortandad no existe oficialmente, pues el gobierno de Felipe Calderón optó el año pasado por dejar de proporcionar las estadísticas sobre el número de ejecuciones relacionadas con el crimen organizado y la estrategia antinarco, con el propósito de evitar que su sexenio se asocie a esa cifra, lo que es imposible, con cifras oficiales o sin ellas.
Desde el principio el presidente panista despreció la existencia de las víctimas inocentes de su política contra la inseguridad pública, y solamente dio cabida en su memoria a los policías y soldados muertos en acción, a quienes llama “héroes”. Llegó a tal grado la exclusión que puso en práctica, que el 20 de noviembre, diez días antes de dejar el poder, inauguró la Plaza al Servicio de la Patria, el memorial construido en Campo Marte en honor a los soldados y agentes muertos. En referencia a las miles de víctimas “colaterales” anunció que la patria “también habrá de recordar con dolor a los ciudadanos y, en particular, a las víctimas inocentes de la violencia de los criminales” en otro memorial, pero sin los nombres de las víctimas.
Entre todos los muertos del sexenio de Calderón habrán de figurar 47 periodistas asesinados y 13 desaparecidos, que se sumaron a otros que desde el año 2000 han corrido igual suerte para llegar a 81 ejecutados y 14 desaparecidos (de esta estadística, 13 son de Guerrero). Por cierto, víctimas no tanto de la delincuencia organizada como de autoridades gubernamentales, a quienes le son imputables al menos 65 por ciento de esos casos, de acuerdo con estimaciones de organizaciones internacionales.
Para Calderón sólo existe un mundo: el suyo. Por ese motivo y contra todas las evidencias del desastre que dejará, en los últimos días de su sexenio recorre triunfante el país propagando la idea de que su gobierno ha sido el mejor, y él, el presidente más patriótico que en suerte pudo haber tenido la nación. Aunque el presidente se engolosine festejando que su administración construyó más kilómetros de carreteras que los dos sexenios anteriores juntos, si es que es cierto eso resulta irrelevante frente al incremento de la pobreza y la espantosa violencia en que sus acciones sumieron al país.
Al contrario de lo que observa todo el mundo y señalan los datos crudos, el presidente da por hecho el éxito de su guerra contra los criminales “para defender a los ciudadanos”. En La Joya de los Martínez, población de Sinaloa, viven los familiares de los  ciudadanos a los que les tocó ser los primeros en ingresar a las estadísticas de los “daños colaterales” de la guerra calderonista, los primeros en ser tiroteados por soldados por “no detenerse” en un retén militar. En aquel episodio ocurrido el l 1 de junio de 2007 murieron Alicia Esparza, de 17 años de edad; Griselda Galaviz, de 25, y sus hijos Joniel, Griselda y Juana Yosmireli, de 7, 4 y 2 años de edad, respectivamente. Para ellos la guerra de Calderón significó la muerte. Sin embargo, ninguno de los miles que han muerto como ellos, ha merecido alguna palabra de genuina solidaridad o compasión por parte del presidente cuyo mandato, por fin, terminará el próximo viernes.

Aclara don Pablo Sandoval

En una carta enviada ayer a la redacción de este diario, Pablo Sandoval Cruz ratifica que sigue siendo el mismo dirigente social lúcido y sensible que siempre ha sido. Ya nos parecía que no correspondía a su convicción haber figurado momentáneamente en un acto del senador Armando Ríos Piter, individuo notoriamente por debajo de la trayectoria y prestigio de don Pablo.

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