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“Si me van a matar, déjenme en donde mi familia me encuentre”, dijo una maestra a sus secuestradores

Mariana Labastida

“Ya vamos a cobrar la quincena”, fue la frase que confirmó que sus familiares habían pagado su rescate y que pronto recuperaría su libertad pero faltaba evitar que no quedara en un fuego cruzado con otro grupo rival.
Secuestrada por un grupo de jóvenes en una de las colonias con mayor número de delitos, desde asesinatos, extorsiones, secuestros y asaltos, la maestra cuenta que durante las horas que estuvo en cautiverio hizo una sola petición a sus captores: “si me van a matar déjenme donde mi familia me encuentre para que me puedan enterrar”. Pero no hubo respuesta, sólo le ordenaron que se callara.
A las horas de espera y a la angustia de no saber si regresaría con su familia se sumó un sentimiento que define como mezcla de tristeza, impotencia e indignación, al saber como maestra que sus secuestradores eran jóvenes, menores de 20 años, quienes decían que no tenían otra opción, quienes en sus palabras descargaban el odio a los demás que tienen cosas materiales que ellos no tenían y “darme cuenta que tantos años de lucha para que algo cambiara no sirvieron de nada”.
Era un día entre semana como cualquier otro de actividades, de ir y venir entre reuniones, clases a sus alumnos y trabajo comunitario en una colonia de las más afectadas por la violencia pero en la calle principal un vehículo se atravesó frente al suyo, de él bajaron hombres armados que a gritos y empujones le quitaron en unos minutos su libertad, recuerda entre lágrimas.
“Pensé que querían el carro, yo les dije ahí está, nunca pensé que también a mí me iban a llevar”, recuerda llorando. Respira profundo antes de continuar el relato pues recuerda lo sucedido y el sentimiento le impide por momentos continuar pues los hombres la subieron a la parte trasera del vehículo con la cabeza tapada.
Considera que los jóvenes no habían planeado el secuestro sino que aprovecharon la situación “escuché como uno les decía: ustedes, órale a buscar a otro; andan en las calles buscando, puede ser cualquiera, eso sí me da miedo”, recuerda sin poder dejar de llorar.
La profesora cuenta que los hombres la llevaron a un cerro, que sintió que estaban lo más alejado de alguna zona habitada de Acapulco.
Su voz se llena de indignación y coraje, no concibe que gente del pueblo le haga daño a la misma gente del pueblo, que no les importe a quiénes están dañando ni tengan información de a quién privaron de su libertad, lo único que quieren es dinero.
Menciona que sólo una vez escuchó la voz de quien negoció con sus familiares que no creían que fuera un secuestro real, así que sus captores llamaron también a amistades cuyos números estaban en su teléfono celular. Ellos confirmaron el hecho a sus familiares que negociaron el monto del rescate, cantidad de la que no se quiere acordar por lo que representa en sus deudas actuales.
Impotencia es lo que siente al recordar que las voces de quienes las cuidaban eran de jóvenes, “muchachos que tienen sueños y hacen que me sienta culpable de haber dejado mi vida en una lucha para que tengan una vida peor a la que se tenía”, dice reprochándose a sí misma haber creído en políticos y partidos.
“A dónde ha llegado el sistema voraz que los ha llevado a secuestrar y es que te hablan con reproche, de porqué tú tienes cosas que yo no tengo”, le dijo uno de los secuestradores a quien sintió dando vueltas alrededor del sitio donde se encontraba.
Las horas del secuestro se sintieron largas, sabía que estaba a la sombra de un árbol donde escuchaba las voces de sus captores y por sus pláticas supone que son jóvenes, “eran muchachos con novia, no puedo ir a verte estoy cuidando un paquete, decían cuando hablaban por teléfono”.
El momento de crisis llegó al oscurecer, le pareció que donde estaba era un pozo hecho con ese fin, a lo mejor era una cueva, pero sentir que tenía tierra encima le provocó angustia y una petición, “si me van a matar déjenme donde mi familia me encuentre para que me puedan enterrar”, pero no hubo respuesta.
El pago de su rescate provocó reacción entre quienes estaban cuidando, “ya nos van a pagar la quincena”, escuchó que dijeron, mientras que otro le dijo que estaban recorriendo la zona para que no hubiera integrantes de los grupos contrarios, “no vaya a quedar usted en el fuego cruzado” le dijo el secuestrador con preocupación.
La hora de recobrar la libertad llegó: con las manos amarradas y la cara tapada subió a un taxi, o por lo menos eso cree que fue, un Volkswagen blanco con rojo de los que dan servicio en la zona conurbada, escuchó que le dijeron que al bajar del taxi permaneciera con los ojos cerrados un rato y cuando sintió que pasó el tiempo necesario caminó y después de dejar pasar varios taxis subió a uno con destino a su casa.
Al recobrar la libertad no permitió que el secuestro detuviera su vida y siguió con sus diferentes compromisos, pero cuando éstos terminaron llegó la crisis. Mientras estaba terminando compromisos adquiridos estuvo acompañada, pero después ya realizaba sola su trabajo. Fue entender que no sólo le quitaron la libertad, sino también desestabilizaron su vida, “estoy preocupada por la deuda que tengo y yo soy una persona que no le daba mucha importancia al dinero, lo gastaba en proyectos, en los alumnos”.
Reprochó que hubo gente a quien ella apoyó en el pasado en diferentes actividades que no intervinieron ni ayudaron en la liberación, sino que sólo fueron “unos cuantos” los que la apoyaron; ahora para pagar las deudas que adquirió su familia para su rescate busca otro trabajo aparte de la docencia, porque dar clases no es suficiente actualmente, “pero nadie me quiere dar trabajo”, dice.
Ahora trata de no salir de la Costera, está siempre en comunicación con sus familiares y aunque no es recomendable según las autoridades tener una rutina de traslado, la ha hecho para que sepan a dónde va y a qué horas estará en cada sitio y fue así como logró recuperar la confianza para volver a salir a la calle.
Durante una reunión con amigos vieron que el secuestro aún le afectaba así que recibe terapias, pero al hablar sobre lo sucedido su presión se eleva y de nuevo llega el miedo al recordar lo que vivió y pensar que pueda volver a ocurrir.
Lo único que quiere es que los gobiernos hagan programas reales de educación, empleo, y los políticos no sólo se enfoquen a querer estar en áreas con presupuestos altos y que no han logrado dar a los jóvenes más oportunidades y no tengan que trabajar en la delincuencia organizada “donde saben, ellos saben que van a morir”.

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