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Justicia, pide una madre a que ha perdido cinco hijos por la violencia en La Laguna

Zacarías Cervantes

 

 

Puerto de las Ollas / Coyuca de Catalán

 

El asesinato de los dos hijos de doña María de Jesús Segura Villa, media hermana de doña Juventina Villa, sí fue una muerte anunciada. Igual que el de doña Juventina, igual que las de todos los que han regado con su sangre los bosques de por aquí.

Sostenida con el hombro sobre el pórtico de la puerta de una casa, en donde se encuentra refugiada, con el mentón recargado en el cuenco que forman el dedo pulgar e índice de la mano derecha y el codo sobre el brazo izquierdo atravesado en el pecho, doña María se escucha afligida, con una voz apenas audible, como si ya no tuviera ganas ni de hablar, sólo sus deseos de justicia le dan fuerza.

“Mis hijos iban en el camino huyendo de ellos, pero su mala suerte hizo que pasaran a donde estaban esperándolos y allí los asesinaron; uno se llamaba Celso Chávez Segura y el otro Fortino Méndez Segura”.

Doña María es una de las 105 personas que llegaron el 30 de noviembre aquí a Puerto de las Ollas provenientes de Hacienda de Dolores y La Laguna, de donde salieron huyendo de la violencia que los acosa. Entre los desplazados hay mayoritariamente bebés, niños y mujeres. Los hombres adultos no pasan de 20. A la mayoría los han matado.

El 11 de noviembre, los dos hijos de doña María ya se iban de Hacienda de Dolores donde vivían con su madre. Se iban por el miedo, pues les habían advertido que los iban a matar. Venían huyendo con rumbo a Puerto de las Ollas, “pero les tocó la mala suerte que aquellos (los homicidas) estaban en el camino y ya no los dejaron, allí los mataron”, relata la mujer.

Sigue: “venían con sus manitas cruzadas, sin nada en sus manos, sin una aguja con qué defenderse, porque ellos nunca portaban armas. Eran apenas unos chamacos; Fortino tenía 17 años y Celso tenía 22”.

Dos días antes, el grupo agresor ya los había agarrado porque querían que su madre, doña María de Jesús, llevara de Hacienda de Dolores a Los Ciruelos a un bebé, hijo de una mujer de la segunda comunidad que lo había dejado allá.

“Yo estaba en La Laguna cuando llegaron a mi casa (de Hacienda de Dolores) para llevarse a mis dos hijos. Después fueron dos chamacas a avisarme que se los habían levantado, desde entonces pensamos que los iban a matar, no esperábamos otra cosa”.

Pero doña María todavía alcanzó a salvarles la vida por algunas horas más. Buscó a una persona que fuera a negociar con quienes los tenían en el cerro, cerca de Los Ciruelos. Fue entonces que le pusieron como condición que ella llevara al niño, hijo de una mujer de los agresores, que estaba en Hacienda de Dolores.

Doña María cumplió, acompañada de uno de sus hijos menores de edad, fue hasta Los ciruelos a entregar al menor personalmente a su madre, y sólo así el grupo soltó a Celso y a Fortino, quienes se escondieron durante dos días en Hacienda de Dolores.

“Pero yo les aconsejé: váyanse mejor, hijos, no los vayan a matar, pero cuando se ya se venían (a Puerto de las Ollas) ya les tenían la emboscada”.

El asesinato de los hijos de doña María en Hacienda de Dolores el 11 de noviembre, fue el preludio de otro doble asesinato que vendría después; el de su tía y líder de la comunidad de La Laguna, Juventina Villa y el hijo de ésta, Reynaldo Santana, de 14 años de edad.

“Los que los mataron son de Los Ciruelos, uno se llama Julverio y el otro le dicen Maicon, pero no sé cómo se llama; eran dos, pero con uno que hubiera sido, mis hijos no llevaban armas”, dice doña María.

A doña María de Jesús, en 20 años le han matado a cinco hijos de 8 que procreó; Heliodoro, Rafael, José, Celso y Fortino, “y de los casos ninguno ha sido investigado, como si no hubiera pasado nada”, denuncia.

Por eso clama: “yo quisiera que el gobierno hiciera justicia, no es posible que nomás los maten así. Mis hijos quedaron por allá arriba tirados, en el cerro, no encontraba quien me ayudara a traerlos. Ya estaban bien hormigueados, con el sol caliente. Los trajimos ya casi con la noche a la casa”, dice entre sollozos.

Reprocha que no se esté haciendo ninguna investigación, “como si no hubiera comisario, como si no hubiera ninguna autoridad, ni nada”, dice, ya cuando su voz se escucha menos porque el poderoso motor y las hélices del helicóptero en el que se trasladó aquí la subsecretaria de Gobierno, Rossana Mora, comienzan a zumbar, a levantar una polvareda que invisibiliza la vegetación y las chozas cercanas. Las ramas de los árboles se mueven, también, violentamente y el ruido que hacen abona a que la voz de doña María no se oiga.

Arriba de la aeronave, la funcionaria ya se encuentra cómodamente dispuesta a regresar a Chilpancingo, y cuando el aparato por fin se levanta, es imposible que vea los ojos de doña María de Jesús anegados de lágrimas. La mujer solloza y clava la vista al suelo, allí, donde están sus  pies descalzos.

Rossana Mora, vino a Puerto de las Ollas a  ofrecer ayuda a los desplazados a ocho días del asesinato de doña Juventina Villa y a cinco de que las familias amenazadas de Hacienda de Dolores y La Laguna fueran trasladadas aquí.

Les ofreció llevarlos a donde ellos quieran, comprarles el terreno y construirles sus casas, darles créditos para proyectos productivos que les permitan sobrevivir en los lugares donde se vayan. Por lo pronto les trajo colchonetas, cobertores, rollos de manguera y despensas. Les ofreció todo,  menos lo que le pidieron y necesitan: Justicia.

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