Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jesús Mendoza Zaragoza

Inhumanidad, violencia y
cultivo del espíritu

Las necesidades del espíritu emergen en estos días y se expresan en manifestaciones personales y comunitarias a lo largo de diciembre, mes que suele tener un talante más espiritual por las fiestas religiosas que propician expresiones masivas de significativo impacto social como las peregrinaciones guadalupanas, las posadas y la Navidad.
Lo que ahora me interesa enfocar es el fondo de estas expresiones religiosas en un contexto tan crítico como el que nos ha tocado vivir. En otras palabras, así como hay necesidades biológicas y sicológicas que necesitan ser cubiertas en las personas, también hay necesidades espirituales que necesitan ser reconocidas y atendidas. Hay quien las atiende desde una perspectiva preponderantemente religiosa y hay otros que no recurren a ella, pues las cubren con expresiones artísticas y culturales. Arte, cultura y religión son herramientas que cultivan la dimensión espiritual del ser humano y cada quien elige aquéllas a las que reconoce una capacidad para hacerlo.
El hecho es que las necesidades espirituales están ahí y reclaman su lugar en la vida humana y en los espacios sociales. El espíritu humano necesita ser cultivado para dar respuesta a las grandes aspiraciones humanas a la verdad, a la paz, a la unidad y a la vida feliz. Cuanto más se cultiva el espíritu, más posibilidades hay de desarrollo humano y de calidad de vida. Pero cuando no se atiende el espíritu, la degradación no se deja esperar y el ser humano renuncia a su dignidad y se reduce al nivel de una piltrafa que se arrastra.
La descomposición social que padecemos, en la que se conjugan violencias, carencias y frustraciones, revela un alto descuido de las necesidades del espíritu, el que ha quedado en una situación de discapacidad para lograr un destino verdaderamente humano. Nuestra sociedad consumista desprecia el espíritu y reduce a las personas a meros consumidores que viven ansiosos por satisfacer las necesidades que la publicidad inventa. De aquí se genera otra dinámica que va convirtiendo a las personas en meras mercancías que pueden saciar adicciones y ansiedades. De ser un mero consumidor, el ser humano deriva en un artículo de consumo que tiene un precio y es intercambiable por otros bienes como el dinero. ¿Acaso no nos damos cuenta de que la expresión más brutal de esta sociedad consumista y mercantilista es el crimen organizado, que no tiene escrúpulos en fijarles un precio a las personas, tratándolas como mercancías?
Por otra parte, el sistema político ha mostrado un gran desprecio por el espíritu porque le conviene en su afán de mantenerse. La educación ha sido una herramienta política y no una herramienta para el desarrollo espiritual que capacite a las personas en el ejercicio su libertad, para ser creativas y críticas, para imaginar nuevos horizontes y para diseñar el futuro. La educación está castrada de lo mejor de sí misma y se ha quedado convertida en una caricatura que solo sirve para ofrecer mano de obra a los dueños del capital. El interés de los gobiernos por la cultura, por las artes como alimentos del espíritu es espantoso. No se enseña a leer, a pensar, a crear, a criticar. Ni mucho menos a imaginar utopías y a construir un pensamiento. Por eso, con espíritus castrados, tenemos resultados tan desastrosos en todas partes y no debiera sorprender el talante violento que está envolviendo nuestra vida nacional.
Desde la religión debiera hacerse un honesto examen de conciencia. La mayoría de los mexicanos tiende a buscar respuestas religiosas para cubrir sus necesidades espirituales. Hay situaciones tan hondas y sensibles que revelan necesidades espirituales. El dolor y el sufrimiento reclaman la necesidad del consuelo, mientras que la soledad y el aislamiento hacen necesaria la relación, la comunicación y la aceptación. El amor como necesidad y como respuesta a esa necesidad suele tener canales religiosos para expresarse y concretarse en la vida de las personas. Otras necesidades espirituales como la esperanza, la fe y la autotrascendencia requieren respuestas específicas. Pero tal pareciera que las religiones, sobre todo las más institucionalizadas como la católica y los grupos protestantes históricos, están más ocupadas en otros menesteres, que han perdido capacidad para satisfacer las necesidades religiosas y espirituales de sus fieles.
¿Qué le queda a la gente? Volverse adicta a la televisión, llenar su espíritu con tanta porquería que denigra a nuestro pueblo. Una muestra son los altos ratings del reality show de Laura que exhibe la misma Televisa que se ufana de benefactora con su Teletón. A la gente le queda saciarse con la prensa amarillista y con la producción comercial de los medios que convierten en oro todo lo que tocan. Han comercializado todo, el deporte, el arte, la diversión, la cultura. Y todo lo transforman en circo para embrutecer y enajenar.
Por esto, no nos extrañemos del nivel tan deprimente al que ha llegado una sociedad donde se pone precio a las personas mediante la trata, el secuestro y la extorsión, donde la tortura se convierte en diversión y en desahogo de frustraciones, donde el amedrentamiento de la población se ha convertido en el principal sistema de control para lucrar.
La situación de violencia y el nivel de inhumanidad que nos está envolviendo requieren que nos preguntemos sobre lo que no hicimos bien para que se dieran las cosas como están. A mi juicio, uno de los factores que están detrás de tanta brutalidad está en el subdesarrollo espiritual de muchas personas, que no están en condiciones de ejercitar debidamente la razón y la libertad y, por lo mismo, tienen disminuidas la capacidad del razonamiento ético y la sensibilidad a los valores humanos elementales, al tiempo que viven con una dolorosa carencia de recursos espirituales que requiere una persona para desarrollar relaciones sanas y constructivas con los demás. Este subdesarrollo espiritual está vinculado, por un lado, al subdesarrollo social y económico de nuestros pueblos y, por otro lado, al desinterés en el cultivo del espíritu.
Es cierto que cada persona decide su talante moral, decide si se convierte en un criminal pues siempre quedan márgenes de libertad para decidir el bien o el mal. Pero también es cierto que los entornos humanos llegan a tener condiciones que empujan hacia el mundo del crimen. Por ejemplo, las familias en las que se conjugan la violencia y la miseria tienen altas probabilidades de favorecer las dinámicas criminales. El subdesarrollo espiritual, que nos convierte en discapacitados para las relaciones fraternas, es un producto altamente explosivo que necesita solo una chispa para la generación de la violencia. Basta asomarse un poco al alma de las mentes de los criminales, tan llenas de traumas y de carencias.
¿Quién está dispuesto a hacerle frente a este factor de la violencia?

468 ad