Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Cronica de un fotÓgrafo

Una granada lacrimógena, y después el fuego, los balazos y los golpes el 12 de diciembre

Lenin Ocampo Torres

La mañana del 12 de diciembre del 2011 parecía como cualquier otro amanecer guadalupano. Las calles de Chilpancingo se encontraban solitarias, en pocas casas se escuchaban las tradicionales mañanitas a la Virgen de Guadalupe y los cohetes esporádicos sonaban en el cielo de la capital de Guerrero. Alguno que otro mezcaleado al que se le pasaron los rezos deambulaba por los barrios en busca de más fiesta.
Ese día como cualquier otro de la semana tenía que buscar la foto que el martes tendría que salir publicada en el periódico en el que trabajaba. Lo peor es que en la capital –donde se junta toda la burocracia–, en los días de asueto patrióticos y religiosos nadie trabaja, nadie da conferencias y todo mundo descansa o prácticamente desaparece.
Pensando en el plan del día, a las 10 de la mañana le marqué a otro compañero  fotógrafo para ir a tomar unas gráficas en alguna colonia o pueblo cercano donde festejaran a La Guadalupana y como dijeran en las redacciones “aunque sea la (foto) cotidiana”.
Dos días antes un fuerte sismo sacudió la capital y municipios vecinos, y la idea también era buscar alguna vivienda afectada que no haya sido reportada en los medios y en el informe oficial del gobierno.
A  las 11 de la mañana sonó mi teléfono celular, del otro lado de la bocina una voz familiar me decía que en 20 minutos los normalistas de Ayotzinapa iban a bloquear la autopista en la entrada sur de Chilpancingo.
En mi pensamiento lo primero que se me vino fue un “ya saqué el día” con la protesta de los ayotzis. Del norte me trasladé al centro donde mi acompañante ya me esperaba.
Recuerdo que por un momento intenté hacer tiempo y pasar a buscar otra cosa antes de llegar puntual a la cita que improvisadamente tenía que realizar. Además sentía que ya sabía el plan de acción:
1. Los que protestan bloquean la autopista.
2. Los turistas mentando madres les piden que se quiten.
3. Llega algún agente de Gobernación e intenta dialogar con ellos.
4. Los que protestan piden audiencia con el gobernador.
5. Nunca la dan, pero los mandan con   cualquier otro secretario.
6. El bloqueo sigue.
7. Los turistas continúan mentando madres.
8. Suena una ambulancia que seguramente trae una urgencia.
9. Los que protestan no se quitan y los llamados terceros los comienzan a recriminar por su “poco valor civil”.
10. Llegan las 3 de la tarde y los rumores de que un grupo antimotines se dirige a desalojarlos.
11. Otra hora más de diálogo.
12. Los antimotines se preparan y los que protestan se repliegan, mientras las mesas de diálogo siguen su curso.
Con Zeferino Torreblanca este era el guión de las protestas, después venían las declaraciones y las órdenes de aprehensión contra los dirigentes y el golpeteo mediático contra los normalistas que casi siempre se da en el periodismo rancio de la capital del sureño estado de Guerrero.
Durante el trayecto también fui buscando la vía, pues con las casi cuatro calles que llegan al punto donde se realizan los bloqueos, decenas de carros quedan varados. La única forma era cruzar por las calles (aún sin pavimentar) de la 20 de Noviembre y meterse en sentido contrario al famoso hotel Parador del Marqués, voltear el carro y dejarlo listo para cualquier escapatoria.
Eso es lo de siempre. Casi se convirtió en rutina en el sexenio de Zeferino, cuando por lo menos tres veces al mes había bloqueos en la autopista y dentro de su mal genio “aguantó vara” en algunas ocasiones.
Al medio día llegamos al lugar. La imagen era diferente a la que tenía en mente pues las fuerzas de la Policía Federal ya se encontraban en el lugar. Dos camiones de los estudiantes  bloqueaban frente a la gasolinera  en el carril que va de Acapulco a México y otros dos en el crucero que va para el puerto y que conecta la carretera vieja con la nueva, casi enfrente de la otra gasolinera.
Los estudiantes sin uniformes, encapuchados y con algunos palos discutían con los federales. Éstos les exigían que se quitaran o los quitaban. Los estudiantes los retaban y los otros contestaban. Fueron pocos o varios minutos de diálogo que no recuerdo. A los choferes de los autobuses de las empresas más importantes del país, no les quedaba de otra que estar cuidando su unidad, las compañías lo exigen y si no se los cobran.
Del lado de los alumnos de la Normal Rural de Ayotzinapa “Raúl Isidro Burgos”, había tres frentes. El primero era de los más chavos que estaban de frente a los federales discutiendo si se quedaban o se movían. En medio, otro grupo de estudiantes con más grado. Al fondo campesinos que venían a apoyar a los futuros profesores que son los únicos que llegan a sus comunidades.
Del lado de los federales era el grupo que días antes el gobierno estatal y federal habían anunciado para el combate al crimen organizado. Visiblemente no estaba preparado para combatir una protesta estudiantil. La mayoría era de estatura alta y con acento norteño. Desde lejos se notaba que el que los comandaba no había salido de cuna humilde o campesina, su uniforme y grado le daba más poder que unos simples niños “revoltosos”.
Vestido de azul, con gorra tipo safari que le cubría su pelo cano, expresando maldades contra estudiantes y ordenando un desalojo  (que en ese momento por el lugar en el que me encontraba los tortugos la tenían para ganar a pedrada limpia) seguía comandando, la verdad nunca supe su nombre, pero en los videos que el mismo gobierno estatal ventiló sale golpeando a estudiantes con machete en mano.
Del lado del grupo de estudiantes con más grado, en el crucero que despide a Chilpancingo para tomar la autopista o la carretera a Petaquillas, estaba pertrechado un grupo antimotines del gobierno del estado comandado por el general brigadier, Ramón Arriola Ibarría, y a diferencia de los federales ellos portaban su equipo antimotines, aunque la escolta del ahora ex subdirector de la Secretaria de Seguridad Pública se encontraba armada.
Parecía que los mismos polis ya sabían del bloqueo y pareciera que llegaron al mismo tiempo al lugar del conflicto. Quizá su clarividencia viene gracias a la época de José Luis González de la Vega, ex secretario de Educación, y de Heriberto Salinas Altés, ex secretario de Seguridad Pública, porque después del desalojo violento del 2007, la escuela rural fue infiltrada por supuestos estudiantes que lograron llegar a la dirigencia y fueron dejando alumnos que siguieron informando de los movimientos del estudiantado.
Además, en el crucero de Tixtla o cerca de la escuela agentes de Gobernación dan los minutos exactos en que salen los estudiantes del plantel rumbo al lugar del bloqueo; militares conocidos como GIZ (grupos de información de zona) circulan en bicis o se plantan en paradas estratégicas cuando las banderas de la escuela son puestas en las astas al centro de la cancha y que saben que significa jornada de lucha.
Lo cierto es que ese 12 de diciembre al medio día los normalistas y los policías estaban frente a frente. Los chilangos que venían de Acapulco de un pequeño puente estaban detenidos y los feligreses en procesión,  tuvieron que aguantar el manto de La Guadalupana para poder pasar y realizar la tradicional carrera de año con año.
La efervescencia de los jóvenes subía de tono, pues frente a ellos no había más que personas vestidas con un uniforme que representa  el poder que por muchos años ha jodido a su familia y a su pueblo.
El coraje de los uniformados se levantaba, pues frente a ellos sólo había que sacar la defensa del poder que les da de comer y que en el fondo saben que su reacción no será la de un narcotraficante que mande matar a su familia o les corte la cabeza.
La orden fue tajante. “Vamos a desalojarlos”, dijo el mando. Y un subordinado le contestó: “No tenemos equipo antimotines”. Y el encargado del grupo le respondió: “Eso vale madre, lancen ya las granadas (lacrimógenas) que tengan”.
La batalla iba a comenzar, la adrenalina de todos subía, desde ese momento perdí el tiempo del inicio y del final de la gresca. En la gasolinera que está en dirección a Acapulco unos jóvenes llenaban garrafas de combustible que luego ocupan para abastecer a los carros retenidos.
De pronto vino una amenaza de que le iban a prender fuego, nadie creyó, segundos después una granada de gas lacrimógeno fue aventada por los policías estatales, como si fuera una señal enviada para empezar la batalla.
Seguido, dos jóvenes vestidos irónicamente con playeras color rojo y logotipos de la Normal se acercan a una de las bombas que reparte el combustible; uno de ellos prende una garrafa lo cual provoca un flamazo que alcanzó el residuo que quedó en una de las mangueras de la máquina que a su vez manda otro flamazo.
El joven que prende la garrafa, un tipo corpulento y encapuchado, corre a la salida de la gasolinera que conecta con el encauzamiento del Río Huacapa, donde se encontraba ya un grupo de policías estatales.
El otro joven con la misma playera roja y encapuchado corre al mismo lugar, pero en el trayecto resbala y queda frente a los federales, que inmóviles no lo alcanzaron.
Los dos pasan frente a los cuerpos de los despachadores que después me cuentan que “por su fuerza los aventaron y nos los pudieron detener”.
Los dos escapan hacia el lugar donde están los cuerpos policiacos del  estado, su única opción de salida era que un auto los esperara o brincaran al menos siete metros al canal del Huacapa, con una previsible caída que a cualquier humano le costaría un tobillo roto.
Los dos vestidos de playera roja y encapuchados desaparecieron de la faz de la tierra, ni los estudiantes supieron quiénes eran y ni las autoridades los buscaron.
Mientras, los federales, los estudiantes, los turistas y los dos reporteros que estábamos ahí no supimos qué hacer; algunos gritaban que iba a explotar la estación de gasolina y otros que no pasaba nada, pero exigían que marcaran a los bomberos.
En el primer flamazo todos los bandos corrimos con la velocidad que yo creo nunca habíamos alcanzado. Los federales retrocedieron pero regresaron aventado gas lacrimógeno y los primeros disparos al aire que se confundían con los cohetes esporádicos de la celebración de la Virgen Morena.
Me di cuenta porque mi compañero estaba en medio de la carretera tomando fotos y yo gritándole que se tirara al piso porque estaban tirando y la respuesta fue tajante: “son cohetes”.
Aunque el sonido se escuchaba diferente, de uno en uno, los disparos salían al aire a tal grado que parecía una melodía de balas. Los gases cerraban con su humo la visibilidad de la carretera bloqueada. Las pedradas caían al por mayor y las mentadas de madre se escuchaban en todos lados.
De pronto la corredera del estudiantado, yo también corrí y a mi lado corrió un señor al cual ni conocía, que la verdad no sé si pasaba o venía con los normalistas, los dos corrimos rumbo a un hotel cercano al escuchar los disparos, mientras un federal nos avienta la famosa frase “párense  hijos de su puta madre”.
En ese momento no hice más que gritar la también famosa frase de defensa  “somos reporteros” y el agente de la justicia nos seguía apuntando incrédulo, pero después me di cuenta que yo sí portaba mi cámara, pero mi compañero nuevo portaba un sombrero campirano y guaraches, que a leguas no parecía periodista pero me imagino que por la misma adrenalina el federal nos dejo ir y yo le ordene al Don que le corriera más fuerte y se saliera de ahí.
Dentro de la misma corredera los estudiantes del primer frente no supieron qué hacer y fueron alcanzados por los policías federales que les dieron del tingo al tango regalando patadas y puñetes en la gasolinera que no fue incendiada, pero los vidrios del Oxxo no fueron perdonados.
Lo chistoso fue que los mismo federales nos dejaron tomar las fotos en el momento que “aplicaban la ley” a toletazos, cachazos y escupitajos y denigrando a los muchachos que minutos antes los retaron.
También durante esa escena llegó un automóvil Sentra blanco de la Procuraduría del Estado, donde con ayuda de los federales subieron a “putazos” a por lo menos cinco estudiantes de los cuales uno fue llevado a un paraje al norte de Chilpancingo, para que le “jalara” a un cuerno de chivo y más tarde fuera culpado por las autoridades como responsable de iniciar la balacera.
La táctica de sembrar armas es común en mi país cuando la autoridad comete un error. Una de las más grotescas fue el asesinato de 17 campesinos en Aguas Blancas, los policías adornaron la escena sembrando armas de diferentes calibres cuando los campesinos estaban tirados y sin vida; el costo fue la caída como gobernador de Guerrero del cacique Rubén Figueroa Alcocer  y su pago la inmunidad casi de por vida.
Recuerdo el momento en que un hombre campesino de al menos 70 años era subido a uno de los camiones. Los federales lo jalonearon y lo patearon, le quitaron la camisa y lo dejaron semidesnudo. Aún recuerdo su rostro agrietado y espantando, su tez tostada por el sol por tanto andar en el campo trabajando y con la impotencia de no poder defenderse, pues la diferencia de edades y fuerza era muy distante.
Los disparos al aire seguían y las pedradas ni se digan, me tocó ver a un federal con la boca reventada y a otro pidiendo una ambulancia. De repente y de la nada los estudiantes de Ayotzinapa ganaban el terreno que por un momento perdieron y hacían correr a los federales y después los federales volvieron a tomar propiedad.
Se escucharon disparos en la zona de Liverpool, los federales se repliegan y se ponen en posición de tiro, pensando que los “ayotzinapos” estaban disparando. Al darse cuenta que los disparos eran de los ministeriales siguieron con su tarea de combatir el boqueo.
Justamente en ese momento llegaba un convoy de un grupo de Gafes que se dirigía hacia Acapulco, un mando bajó al instante y los demás se pertrecharon, el mando preguntó a un reportero qué era lo que pasaba y la respuesta recibida fue que era un enfrentamiento con estudiantes.
El gafe subió al Hummer y pidió entrada en la 35 Zona Militar, no querían saber de nada y menos de un enfrentamiento con estudiantes, seguramente por la carga de demandas que tienen porque violan los derechos humanos y por todo el historial de represión del Ejército mexicano en las zonas de Guerrero.
Casi al mismo tiempo se escuchó la sirena de los bomberos que llegaba a extinguir la bomba de gasolina que se estaba incendiando, también una ambulancia que recogió a un trabajador de la gasolinera que intentó sofocar el fuego y un flamazo lo alcanzó y días después murió.
Los combatientes del fuego aplicaron un extinguidor para terminar con la flama de la bomba de la gasolinera, casi al mismo tiempo la balada de bala por bala fue interrumpida por un rafagazo que no era un G-3, que su sonido era similar al de un AR-15 o AK-47.
El extinguidor de los bomberos cubrió la Autopista del Sol, primero de una nube negra, que luego se convirtió en gris. El fuego se apagó y la gasolinera se salvó. De repente los bandos dejaron de pelear.
En el lado sur donde está el crucero que comunica a la caseta de Palo Blanco o al poblado de Petaquillas, no se veía nada. Los federales caminaban a un ritmo disipando la nube blanca que dejó el extinguidor y las últimas granadas de gas lacrimógeno.
Yo caminaba al mismo ritmo, detrás de ellos y sin saber que pasando esa nube había dos jóvenes tirados. Por un instante pensé que estaban “apedreados” mas no baleados.
El primero que vi estaba en dirección al paradisiaco puerto de Acapulco, su sangre empezaba a salir de su cabeza como si fuera un borbollón de agua limpia, la primera expresión que escuché fue de un federal sin cabellera que afirmó “que lo había matado una piedra”. Después llegaron más federales tomando fotos como si fuera una gracia.
Mi impresión fue diferente, jamás había visto un muerto al que la bala que le cegó la vida tuviera pocos segundos de entrar. Mucho menos había visto cómo la sangre de un estudiante era derramada en una lucha donde lo único que pedían era clases y un mejor subsidio alimenticio.
Sin saber, alcé la vista al lado del carril que comunica al Distrito Federal y otro estudiante se encontraba boca abajo, con la mochila en la espalda y con la misma suerte que el primero. Los pies cruzados y su rostro cubierto con una playera que le servía de capucha, pero que no impedía el cauce de la sangre que de una herida letal salía. Más tarde lo peritos del Ministerio Público de la Procuraduría del Estado colocaron una cinta roja cerca de su cuerpo con la leyenda “peligro”.
Nadie sabía qué hacer, los reporteros empezaban a marcar a las radios, agencias y redacciones contando el hecho. Los federales aventaban la bolita de que los disparos venían del lugar donde se encontraba un grupo de policías ministeriales. Los ministeriales poco se acercaron y empezaron a escapar trepados en camionetas con insignias de la Policía del Estado.
Nada tontos, los federales comenzaban a caminar en forma de abanico recogiendo todos los casquillos tirados sobre el asfalto y que representaban pruebas del exceso de fuerza utilizada contra los normalistas.
Las primeras declaraciones oficiales del general Arriola, afirmaban que hubo una orden de desalojo y tenía que cumplirla. Antes el general brigadier del Ejército mexicano, un hombre bajito pero con un temple duro y con una trayectoria desconocida, bateaba con un palo prácticamente las pedradas que le caían, pero  ni su escolta pudo evitar que una de ellas le pegara en la cabeza; aun así siguió en el combate con sus viejos enemigos.
En el 2007 cuando fungía en el mismo cargo, pero bajo las órdenes de su amigo el general, Heriberto Salinas Altés, se enfrentó con los normalistas en el Congreso del Estado y se dio gusto golpeando con su puño ensangrentando la cara de los alumnos. Cuatro años después, una piedra de sus enemigos vengó la afrenta de los estudiantes.
Chilpancingo es una ciudad pequeña y mal crecida que ha servido de paso obligado por los turistas que visitan el puerto de Acapulco. Sus calles pequeñas se llenan por el excesivo transporte público que es de unos cuantos permisionarios que se han hecho ricos a expensas de los usuarios. Sus principales comercios son controlados por familias adineradas y con grandes extensiones de tierras que al paso de los años les han expropiado o han heredado.
Dentro de esas familias adineradas y privilegiadas de la política guerrerense siempre ha habido una repulsión a los movimientos sociales y principalmente una rabia inexplicable al estudiantado de la Normal Rural de Ayotzinapa “Raúl Isidro Burgos”, ubicada a 20 minutos de la capital en un internado que alberga al menos 500 estudiantes.
Su educación es diferente a la impartida en otras escuelas de nivel básico del estado. La lectura del marxismo-leninismo es crucial en la preparación de los jóvenes que provienen de comunidades apartadas y de familias pobres. La historia de Lucio Cabañas (uno de sus mejores estudiantes) es prácticamente La Biblia de la institución.
Para muchos son los “revoltosos” rezagados en la década de los 60 y 70 donde la mayoría de los jóvenes simpatizaban con el comunismo y las guerrillas, que se quedaron con la esperanza de un cambio verdadero y que siguen cantando La Internacional y el Venceremos, escuchando las  melodías de Víctor Jara, Inti Ilimani, Carlos Puebla, Carlos Mejía Godoy, Silvio Rodríguez y otros cantares subversivos.
Para otros, es el último bastión de lucha del estado y la esperanza para miles de niños indígenas y sierreños que por las condiciones de vida, lejanía y seguridad se quedan sin clases por falta de humanismo y vocación de los futuros maestros.
Las constantes marchas y bloqueos de los catalogados por las familias pequeño burguesas de la capital como “ayotzivándalos”, han provocado el enojo y el golpeteo mediático de los grupos de poder que han exigido el cierre de la Normal y que ningún gobernador del estado se ha atrevido a hacer.
Cada sexenio nuevo son reprimidos por los gobernantes y después de la represión en la mayoría de los casos son cumplidas sus demandas, es casi un recibimiento de los gobernadores que pretenden mostrar el “Estado de derecho” cuando les conviene.
Dentro de la historia de la Normal no hay recuerdos como el lunes rojo de La Guadalupana, donde dos jóvenes fueron asesinados por las balas de un Estado fallido que utiliza la fuerza y el miedo contra los ciudadanos que buscan un porvenir mejor y que no coinciden con la política de los gobernantes.
Aquel 12 de diciembre los cohetes se dejaron de escuchar y las peregrinaciones dejaron de caminar. Los cuerpos de Gabriel Echeverría de Jesús y Jorge Alexis Herrera Pino estaban tirados y dormidos para siempre, pero cumpliendo su cometido de lucha que era bloquear la Autopista del Sol.
Al día siguiente, la foto que buscaba para cumplir mi jornada laboral nunca en mi vida me hubiera gustado publicarla

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