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Aurelio Peláez

Días antes del desalojo, celebraba López Rosas su cumpleaños con buenos augurios

(Primera de dos partes)

Veinticuatro días antes de la represión a una movilización de estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa –el 12 de diciembre del 2011 y que derivó en tres muertos– Alberto López Rosas era uno de los personajes del momento en la vida política local: el procurador del estado cumplía 57 años y la terraza de su casa en Mozimba, que muchas veces resultó suficiente para albergar a familiares y amigos, fue sustituida por un salón en la colonia Progreso para dar cabida al más de centenar de asistentes al festejo en el que muchos deseaban dejarse ver y ser saludados por el funcionario estatal.
Superado quedaba y con visible fortuna, el acoso al que fue sujeto por parte del gobernador Zeferino Torreblanca Galindo (2005-2011), quien a través de la Contraloría estatal lo acusó por la presunta responsabilidad en el desvío de recursos del ayuntamiento de Acapulco, del cual López Rosas fue alcalde entre el 2002 y el 2005. El hecho derivó en una sentencia de inhabilitación para ocupar cargos en la administración pública en junio del 2009 por tres años por parte de la misma dependencia estatal. El ex alcalde porteño, ex diputado federal y abogado de profesión, se ocupó por cuatro años de su defensa, logrando en marzo del 2010 que la Secretaría de la Función Pública no encontrara elementos para respaldar la decisión estatal.
Fue, a todas luces, la acusación, una venganza contra López Rosas, quien había sido nominado candidato ciudadano a diputado federal por el PRD en 1997 a propuesta del Frente Cívico de Acapulco, que fundó Torreblanca y que pronto se independizó del grupo y se plegó al PRD. En 1999 López Rosas le compite la candidatura a la alcaldía a Torreblanca por el PRD –en el tercer intento de éste último, que gana por fin– y se da un distanciamiento que ya como gobernador, se intentará cobrar. Tampoco antes, porque en la siguiente elección López Rosas gana la alcaldía. No logra meterlo a la cárcel después, como amenazó, pero lo deja fuera de la competencia por la candidatura del partido a senador y más, encabeza personalmente una campaña para enlodar la reputación del ex edil porteño.
Por eso el festejo del 18 de noviembre tenía mucho de significado para López Rosas en particular, y para su equipo político –el Movimiento Ciudadano de Acapulco– era no sólo la rehabilitación de su figura pública, sino también la oportunidad de un punto y aparte en su carrera política. Su exoneración por parte de la Secretaría de la Función Pública (SFP) le había permitido competir en el proceso interno de selección de candidato a gobernador por el PRD en el 2010, en donde la dirigencia nacional decidió finalmente presentar como candidato al priísta Ángel Aguirre, una decisión que aceptaron todos los precandidatos y hecho que permitió que algunos se integraran al gabinete al ganarse la elección (Lázaro Mazón, David Jiménez Rumbo, el extinto Cuauhtémoc Sandoval y el propio López Rosas), y a otros allanar el camino a otros puestos (Armando Ríos Piter en la senaduría).
Y es que a pesar de que la Procuraduría es un espacio de riesgo para el político que la asuma, en los casi siete meses que López Rosas llevaba en el cargo, no sólo había logrado dar vuelta de hoja al pasado de la campaña sucia de Zeferino Torreblanca, resolviendo un caso aquí y otro allá y con una estrategia mediática que lo colocaba como la segunda figura pública del gobierno estatal, tras el gobernador. Según López Rosas, el gobernador estaba satisfecho con su trabajo, pues le había quitado los reflectores de los medios de comunicación nacionales por casos polémicos, pero “dentro del círculo cercano había quien se encargaba de la infatigable intriga… polemizaban porque mi relación con los representantes de los medios de comunicación metía en problemas al gobierno”. Y los llama “mis cordiales adversarios de casa”.
López Rosas no lo dice en los primeros párrafos de su libro Ayotzinapa, Verdades, sesgos y falsedades, lo insinúa, pero a la largo del testimonio retrata con un párrafo aquí y otro allá al enemigo de casa, el secretario de Gobierno Humberto Salgado Gómez, a quien muchos consideran un vicegobernador de facto, ante la campechanería con que se desenvuelve Aguirre, quien deja muchas de las decisiones o es consultado apenas, en el viejo priísta de quien fue subordinado. En 1981, cuando Humberto Salgado Gómez fue igualmente secretario de Gobierno con Alejandro Cervantes Delgado, el joven Aguirre, de 25 años fue el secretario privado. La mancuerna del viejo zorro y del aprendiz de político –con pátina caciquil– en el periodo en que el estado salía de la etapa de la guerrilla y la violentísima guerra sucia con la que se le combatió desde el gobierno priista.

¿Me entregaron?

En la conclusión de su testimonio editado como libro –acusadas deficiencias de redacción y pobre calidad en la edición y el papel, mandado a la imprenta en forma apresurada–, López Rosas reflexiona acerca de los hechos del 12 de diciembre que lo tienen en el juicio político: “Nos metieron a la vorágine, algunos dicen que nos entregaron, yo digo que afrontamos, al menos de mi parte, una circunstancia tortuosa para salvaguardar un bien mayor… la estabilidad de un gobierno democráticamente establecido (sic)”.
López Rosas alude aquí a los dos personajes con los que tuvo que lidiar el manejo de este incidente que derivó en una crisis de gobierno y en el que rondaba el fantasma de Aguas Blancas –la remoción de Rubén Figueroa Alcocer como gobernador en 1995 por la matanza de 17 campesinos por las fuerzas policiacas– para el gobernador Aguirre y su secretario de Gobierno, Salgado Gómez.
Y es que, tras casi un año de ser “institucional” para salvaguardar al gobierno “democrático” de Aguirre, el ex procurador se suelta un poco en el libro, cuyo objetivo esencial es demostrar que quienes dispararon fueron elementos de la Policía Federal y que para ello la Secretaría de Seguridad Pública preparó un montaje mediático con apoyo de Televisa, pero en el que revela una parte no conocida: el papel que habría tenido Salgado Gómez en esa trama que llevó a desmantelar a las cabezas de la Procuraduría de Justicia del Estado, “entregando” a sus compañeros de gabinete a cambio de salir exonerado del hecho, que cuenta López Rosas en pasajes dispersos de su testimonio. Como evadiendo el combate directo, que armando el rompecabezas, finalmente da.

El hombre del gobernador

Acusado de encubrimiento, por afirmar que la Policía estatal no disparó a los estudiantes, López Rosas se justifica: “Uno de los cuestionamientos públicos y privados que invariablemente me hacían, es el por qué trataba de defender al personal… sabiendo de la fama pública con que se les conoce… no se puede generalizar, hay buenos, malos y truhanes (pero) sabía de su inocencia….”.
No obstante, reconoce que tras su salida: “Hubo el momento de cobrar facturas, era el momento de regresar a la PGJE a personal que habíamos desplazado, todo tenía que seguir igual, suspendiendo las decisiones tomadas y restableciendo perfiles que creíamos superados”.
Un comentario que revela que si intentó cambios en la PGJE, estos no sólo se pararon, sino personajes de criticado historial regresaron a sus espacios, ahora en el gobierno “democrático”.
En fin, López Rosas era hasta antes del 12 de diciembre el personaje mediático que despertaba los celos del secretario de gobierno y que acordaba con el gobernador sin pasar antes por la oficina de Salgado Gómez:
Y es que, cuenta, con él “había tenido diferencias en algunas ocasiones, no sentía compatibilidad con su forma de hacer política”, que incluyen, cuentan allegados al gobierno, intrigas y “te ordeno”.
Más aún, pese al compromiso adquirido por Aguirre para allanarse el camino a la candidatura por el PRD al gobierno estatal, de nombrar a López Rosas procurador, de última hora, con Salgado Gómez o quizá sólo, intentó recular.
Lo cuenta así el ex alcalde de Acapulco: “Su enviado (el de Aguirre) inicia la plática rodeando el tema principal. Finalmente me dice: ‘nuestro amigo le pide por mi conducto que acepte ir al Tribunal Superior de Justicia’… esa propuesta me estremeció, era inesperado el mensaje, lo medité por un instante y respondí: ‘me he preparado para ser procurador, no puedo aceptar otra propuesta’… Al día siguiente (estando desayunando en el Sanborns del centro) una llamada me obliga a separarme del grupo, era el gobernador electo que con voz amable y cordial me decía: ‘Alberto, olvídate de la plática de ayer, vas a ser procurador”.
López Rosas no lo escribe pero el encargado de informar de nombramientos y descartes fue Humberto Salgado Gómez (HSG). Había pues, una enemistad ya declarada.

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