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Eduardo Pérez Haro

Política social y organización social; mover a México, organizar a México
Eduardo Pérez Haro

Para Enrique González Tiburcio

No hay mejor política social que la que se desvanece ante el brío de la política económica y su expresión en el desarrollo apuntalado por el crecimiento económico, esta fue una idea que escuché del profesor René Ávila quien por ya muchos años se ha encargado del tema de la política social en la Facultad de Economía de la UNAM.
Me llamó la atención pues pareciera un despropósito y así argumentar contra la política social, pero no era esa la orientación del juicio sino el ardid argumental para destacar el papel de la política del Estado en la procuración del crecimiento como factor de fondo en la estrategia y así disminuir la carga, fiscal y política, a la política social para subsanar la pobreza y abatir las desigualdades.
En otras palabras dijera “no hay mejor política social que la que no existe”, a lo que yo agregaría en el ánimo de redondear el mensaje de la expresión, porque no es necesaria, dado que la economía en crecimiento resuelve las necesidades fundamentales y por ende no hay por qué apelar a los esquemas de ayuda con los que identificamos a la llamada política social.
En esa perspectiva, el razonamiento no es descabellado en el ánimo de subrayar las acciones encaminadas al crecimiento y el desarrollo, empero puede introducir una idea inexacta, pues en realidad la política social tiende a cubrir lo que la economía privada no alcanza, sólo que guarda una diferencia sustantiva cuando la política social lo hace con holgura fiscal y frente a una sociedad que tiene cubiertas sus necesidades fundamentales, como las de alimentación y vivienda, a cuando se coloca como instrumento de emergencia para aliviar la pobreza extrema, en la que la seguridad alimentaria y patrimonial están en entredicho o categóricamente no están.
Así se presenta en un país desarrollado en el que la competencia propia del mercado produce diferenciación social y el Estado se activa en una función compensatoria, pero distinto es cuando se trata de entrar a evitar una catástrofe humana. Esta fue la expresión de los extremos de la política social en el escenario previo a la crisis de los países desarrollados y los países entonces llamados subdesarrollados o en vías de desarrollo, pero en el tiempo actual el escenario ha provocado cambios muy importantes en el enfoque y los esquemas de la política social en uno y otro casos.
Por lo que hace a los países tradicionalmente desarrollados se ha vivido un desplazamiento de las clases medias a las condiciones de las clases bajas; por lo que hace a sus ingresos y nivel de vida, haciendo girar los recursos y las políticas sociales a esquemas de ayuda no sólo para el desempleo sino de asistencia alimentaria y de resguardo en albergues, mientras que la política social en los países en vías de desarrollo no han alcanzado a hacer de la política de ayuda un instrumento para la superación del atraso dado que no se despliega en la perspectiva de construir el capital social.
Evitar la catástrofe y apuntalar las bases del crecimiento, es tarea doble y singular de los países no desarrollados para perfilarse como países en vías de desarrollo, pues de no ser así se perpetúa la condición del atraso y se separa de la posibilidad del desarrollo. En otras palabras, no es lo mismo ser un país atrasado que en vías de desarrollo, y la diferencia radica precisamente en si se están reuniendo las condiciones del crecimiento y el desarrollo o sólo se está conteniendo el colapso permanentemente hasta que un día ya no se pueda.
Los países desarrollados cuando entran en crisis tienen condiciones potenciales de superación que al destrabarse se activan con grandes capacidades pues subyacen, existen, los ingredientes tecnológicos, culturales, organizativos, de infraestructura, humanos y sociales, etc., pero a un país que ha dejado erosionar secularmente estos factores no le bastan los esquemas de ayuda asistencial, más que para evitar el colapso, pero lejos están de poderse colocar como factores del crecimiento y el desarrollo, que como bien dijera el profesor Ávila, representan el elemento vertebral en el bienestar y la calidad de vida pues en su centro encontrarán el empleo dignamente remunerado como principal mecanismo en la distribución del ingreso, y de ahí el nivel de vida.
La educación será factor determinante en este sentido de la construcción de una sociedad de base con capacidades para ligarse al aparato productivo en eventual cambio modernizador, pero la asistencia social tiene a su alcance un recurso contingente y de gran valor estratégico y es el de la organización social, la movilidad social organizada sin la cual la educación no tendría manera de cerrar el círculo, y ello políticamente adquiere un papel de especial relevancia porque su respuesta se traduce en ecuación viva de la agenda de la gobernanza sin la cual los otros factores para el crecimiento (capital financiero) no tendría espacio de ampliación y se continuaría con un esquema de desarrollo unilateral y elitista con la consecuencia de seguir ampliando la brecha de la desigualdad mientras que se va cerrando el tejido de las redes del atraso.
Mover a México tiene su principal oportunidad en la política social. Escapar al asistencialismo simple que evita la tragedia pero no cimienta el desarrollo es parte del desafío de corto y mediano plazos en el que debe de resolverse la política social. En México no se está atendiendo una coyuntura o época de crisis como en Europa, Japón o los Estados Unidos tradicionalmente desarrollados, sino un país secularmente rezagado y atrapado en las redes del atraso. La tragedia de México no se reconoce en un momento de crisis sino en la imposibilidad del desarrollo por exclusión de la sociedad de base, nadie ha podido demostrar que los “emprendedores” resuelvan el desarrollo nacional, construyen una suerte individual pero no de la nación porque ciertamente no es su proyecto ni su responsabilidad sino del Estado.
Mover a México debe agregar el apelativo, organizadamente. Organizar a México y hacer converger voluntades en el desarrollo, puede ser factor de reforma estructural que no queda atrapada en procedimientos legislativos sino que desafía la calidad y fuerza de la relación entre el poder ejecutivo y la sociedad de base obligando a los representantes populares del palacio legislativo a actuar con mayor proximidad al interés más amplio que es el de sacar al país del atraso y medirlo no con el crecimiento del PIB sino de los indicadores del ingreso per cápita real y de la calidad de vida de todos los mexicanos.

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