Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Acapulco, música y poesía XXVI

 

 

 

Aquí se acaba, por ahora

 

Cumplimos cabalmente con el enunciado de esta serie cerrándola con la poesía de dos figuras señeras de las letras guerrerenses y universales: Ignacio Manuel Altamirano y Rubén Mora Gutiérrez, uno tixtleco y el otro costachiquense de Cuautepec. Voces muy distantes o jamás escuchadas por nuestros jóvenes. Hubo tiempos de paz en Guerrero –precaria pero al fin paz–, en que los poetas, particularmente Mora Gutiérrez, fueron el santo y seña de las tertulias juveniles. ¡No marches!, responderían hoy ante cualquier insinuación al respecto.

Pero dejémonos de regaños y vayamos al grano. Uno, para agradecer la paciencia de los miles de lectores de esta Contraportada (nótese que el escribano S.S. no cae en la falsa modestia que obliga a otros similares a confesar “mis dos o tres lectores). Dos, agradecer también a los corresponsales voluntarios y muy generosos que enriquecen regularmente estos textos. Sus correos no tendrán el destino de las cartas a Eufemia.

 

Acapulco y Altamirano

 

Ignacio Manuel Altamirano y su familia fueron huéspedes permanentes y muy queridos de los Álvarez en La Providencia (su madre, doña Juana Gertrudis Basilio, fue sepultada en el panteón familiar, en el atrio la parroquia lugareña). Fue ahí, precisamente, donde el hombre de letras convertido en guerrero para luchar contra el invasor francés, recibe la encomienda del gobernador Diego Álvarez para representarlo en los festejos patrios de Acapulco. La celebración, sin embargo, deberá suspenderse porque la plaza principal del puerto ha sido ocupada por refuerzos para las tropas galas de ocupación.

–¡Vámonos p´a La Sabana!–, propone una voz anónima . Y para allá marcha un enorme contingente encabezado por Nachito, como llamaban todos al ahora coronel Altamirano.

En carta al presidente Juárez, recibida en algún punto del Norte de México, Altamirano habla emocionado del comportamiento de aquella gente:

 

Todos me acompañaron en el recorrido de las dos leguas distantes de La Sabana. Acapulco quedó desierto como si hubiesen muerto todos sus habitantes. Por ello enemigo no ha encontrado nada más que casas vacías, calles solitarias y el odio zumbando en el silencio. Yo tuve el gusto de presidir esta proscripción espontánea de la población.

Le envío, señor presidente, el discurso que pronuncie en tan memorable ocasión y en él verá usted como se ha portado esta población patriota. Adiós, señor; mi pésame por el nuevo dolor de familia (la muerte en Nueva York de su hijo Pepito), mi pláceme porque estamos en vísperas de la victoria.

 

Su afectísimo amigo que le desea todo bien:

 

Ignacio M. Altamirano

 

Salir de Acapulco

 

Altamirano abandona el puerto semanas más tarde y lo hace a bordo del vapor St Louis, de la Línea Pacífic Mail. El poema Salir de Acapulco lo escribe en su camarote y está fechado el 30 de octubre de 1863, a las once de la noche. Este es:

 

….Aún diviso tu sombra en la ribera,

salpicada de luces cintilantes,

y aún escucho a la turba vocinglera

de alegres y despiertos habitantes,

cuyo acento lejano hasta mi oído

viene el terral trayendo por instantes

 

Dentro de poco, ¡ay Dios!, te habré perdido,

ultima que pisara cariñoso,

tierra encantada de mi Sur querido

me arroja mi destino tempestuoso,

¿adónde?, no lo sé; pero yo siento

de su mano el empuje poderoso

 

¿Volveré? Tal vez no; y el pensamiento

ni una esperanza descubrir podría

en esta hora de huracán sangriento

tal vez te miro el postrimero día,

y el alma que devoran los pesares

su adiós eterno desde aquí te envía

 

Quédate pues, ciudad de los palmares,

en tus noches tranquilas arrullada

por el acento de los roncos mares

y a orillas de tu puerto recostada,

como una ninfa en el verano ardiente

al borde de un estanque desmayada.

 

De la sierra el dosel cubre tu frente,

y las ondas del mar siempre serenas

acarician tus plantas dulcemente

¡Oh suerte infausta! ¡Me dejaste apenas

de una ligera dicha los sabores,

y a desventura larga me condenas!

 

Dejarte, ¡oh Sur!, acrece mis

dolores,

hoy que en tus bosques quedase escondida

la hermosura y tierna flor de

mis amores,

guárdala, ¡oh Sur!, y su existencia cuida

y con ella alimenta mi esperanza

¡porque es su aroma el néctar

de mi vida!

 

Mas ya te miro huir; en lontananza

oigo alegre el adiós de extraña gente,

el buque lento en su partida avanza

todo ríe en la cubierta indiferente;

sólo yo con el pecho palpitando,

te digo adiós con labio balbuciente

 

La niebla de la mar te va ocultando;

faro remoto ya tu luz semeja;

ruge el vapor, y el Leviatán

bramando

las anchas sombras de

los montes deja

presuroso atraviesa la bahía,

salva la entrada y en la mar se aleja;

 

Y en la llanura lóbrega y sombría

abre en su carrera acelerada

un surco de brillante argentería

la luna, entonces hasta aquí velada,

súbita brota en el zafir desnuda,

brillando en alta mar: mi alma agitada

pensando en Dios la inmensidad saluda

 

Acapulco y Rubén Mora

 

Por si uno o muchos no conocen al poeta costachiquense Rubén Mora Gutiérrez, digamos que nació el 31 de agosto de 1910 en Santiago Cuautepec y murió en Chilpancingo el 22 de junio de 1958. Recordemos también que sus restos reposan en la Rotonda de las Personas Ilustres de la propia capital del estado. Se trata de una de las figuras señeras de las letras guerrerenses.

El padre revolucionario ha muerto cuando Rubencito cursa la primaria en Ayutla y de ahí será enviado al Seminario Conciliar de Chilapa para una permanencia de tres años. Viaja luego a la ciudad de México para hacer la secundaria e ingresa finalmente a la Escuela Normal de Maestros. Regresa a Cuautepec como profesor de español y es agente de ventas para completar el gasto. Lee cuanto impreso cae en sus manos y con más ganas si es de poesía. Un primer desengaño amoroso lo conduce a los misterios de la rima, plasmándolo en La Potranquita.

 

Yo quise lazar

a una potranquita ingrata

en una noche de luna

y para mi mala fortuna

se me hizo coca la reata

 

Invitado como docente del Colegio del Estado (hoy UAG) imparte español e historia de la literatura. Disfruta mucho llevando a los jóvenes por los caminos de la poesía y la oratoria. No obstante ser un poeta sin libros, creaciones suyas circulan con gran profusión en el colegio y en todo Chilpancingo. Sus versos, al decir de los jóvenes, resultaban muy efectivos para doblegar corazones irreductibles.

Tres ediciones se concretaron de una antología suya preparada por el propio poeta En la cuarta se agregaron su novela Amar es pecado y su muy declamado Canto Criollo.

“Las ciudades revelan sus bellos secretos a través de la palabra del poeta cuautepeño: Taxco tiene “besos de filigrana”, Colotlipa se desnuda bajo “tardes nazarenas”, Chilapa púdicamente se “arreboza”; Iguala “paga los colores de su trigarante divisa con sonrisas que saben a chicozapote”. A Coyuca se va “sobre sus pisadas descalzas”. Ometepec es un empedernido soñador de “sueños de fantasía” y Acapulco “puerto que parece cuento, es hijo del portento del mar, en una conjunción agraria”.

El actor y director de teatro Salvador Solís Palacios ha seleccionado de diversos poemas de Rubén Mora, versos donde el poeta hace referencia a Acapulco. Él mismo los declama en forma espléndida y nos ha entregado su adaptación para cerrar esta serie de Acapulco, música y poesía, Va, pues:

 

Acapulco, Tú y Yo

 

Hoy mi pluma es un ala de gaviota

en la indecisa luz de pergamino;

mis ojos avizoran la remota

distancia horizontal de su destino,

para guindar como calandria el trino

de un cielo de ramajes de parota.

 

Mi acento, como un trompo

circunflejo

que danzara en la luna de un

espejo,

ha de girar de tu belleza en torno,

y en este carnaval de los sentidos

pondrá el recuerdo de los

tiempos idos

sobre la superficie del retorno.

 

Peregrina pupila solitaria

encendida en mitad del pensamiento,

detente en la garita de tu adviento

y hazte propicia a la admisión plenaria

para hospedar la consuetudinaria

magia de un puerto que

parece cuento,

donde el portento es hijo del portento

del mar, en una conjunción agraria.

 

Corre desde la punta

del diamante

a Mozimba, la línea circundante

que recorta el semblante de la playa,

y haz de juntar bellezas

como peces,

que vendrán en tumultos feligreses

hasta el templo visual

de tu tarraya.

 

Vamos al puerto, amor,

donde la espera

es algo que se toca con la mano,

como el añil que baña del océano

el dorado perfil de la ribera;

donde hay hornos que

enciende la quimera

para poder tostar

el barro humano,

cuyas carnes responden como un piano

que tuviera los músculos de cera.

 

Vamos al puerto, amor,

y a su contacto

quedará el corazón estupefacto

de hallar tanta belleza

en lo barroco;

y al ver a las morenas por la calle,

que vencen en conjunto y en detalle

a las carnes turísticas de coco.

 

Caleta de Agustín,

playa coqueta,

te sueño con dos ojos de locura,

donde ensayo la dulce

agrimensura

que se mide con metros de poeta;

collar de caracoles en la prieta

columna que remata

la hermosura,

y en el ritmo ritual de

tu andadura

el anclado vaivén de una goleta.

 

Tu hawaiana tiene el privilegio

de envolver florilegio en florilegio,

cuando clausura el paso de la audacia

y oculta el impudor advenedizo,

lo que tiene de encanto el paraíso

divinamentd bello de tu gracia.

 

Sentirse con el alma enamorada,

soñar con imposibles maravillas,

contemplar con el alma de rodillas

un naufragio de luna en la Quebrada;

ver el secreto que se encierra

en cada una de las estrellas,

cuyas quillas navegan por océanos sin orillas

hacia el remoto puerto de la nada.

 

Sepultar la mirada en el abismo

en un amplio clavado de sí mismo,

desde los rocallones del vigía;

un descenso retórico de escalas

y una angustia de música

sin alas

que hace explosión en una

sinfonía.

Pero hay una belleza que cautiva

toda mi devoción por la belleza,

que carga mis sentidos de cabeza

como una embarcación a la deriva;

es la ciudad antigua y primitiva

que aún conserva su naturaleza,

y guarda la bullanga de una artesa

en el fondo del alma sensitiva.

 

Es el puerto insurgente

de Morelos,

que pesca simpatía con anzuelos

entre la indiferencia regresiva;

que lleva el heroísmo en las entrañas

y que me ha sepultado las pestañas

en su morena ensoñación nativa.

 

¡Oh, niña de mis ojos, cuando miro

a través de la niña de tus ojos,

cintilan párvulos luceros flojos

en mi inocente noche de zafiro…!

yo sólo por tu espíritu respiro,

mi dicha está en tus típicos antojos

y busco el vino de tus labios rojos

antes del ecuménico retiro.

 

¡Oh, niña de mis ojos

conmovidos!

tú eres la comunión de los

sentidos

en católica síntesis maciza;

sin ti toda belleza se acabara,

y sólo fuera combustible para

los miércoles opacos de ceniza.

 

Antes de que existiera cuanto existe,

del cerebro de Dios, en lo profundo,

palpitaba la génesis del mundo

con toda la belleza que hoy lo viste.

¡Bendita sea la forma que en la gloria

de sus líneas de curvas de armonía,

invita a practicar la idolatría

por su desconcertante trayectoria!

 

¡Bendita sea la forma en que se ondula

en los rizos del mar, y en la serpiente

del camino –lujuria delincuente–;

vertida en la vertiente de la gula

por los contornos de una adolescente

que está desparramándose de chula!

 

La Costa es el espejo en que se copia

la forma de lo cierto y de lo incierto;

y con ansia amorosa, sobre el puerto

de Acapulco vació su

cornucopia…

Trajo sus formas y su esencia propia,

que son capaces de alentar a un muerto;

y hacer un paraíso de un desierto

y hacer una opulencia de de la inopia.

 

Tiene forma flexible de palapa

Para imperar en medio de los juncos;

y frutos eminentes y camuncos

que la hacen desquiciantemente guapa,

debajo de sus pétalos pochuncos

y encima de los círculos del mapa.

 

¡Oh, señora del tiempo bien amada!

en vuestro cuerpo, faro en La Roqueta,

disputan las mañanas de Caleta

y las noches de luna en La Quebrada…

 

En la bahía de vuestra mirada,

por las arenas doradas va un poeta,

queriendo asir vuestra melena inquieta

que es como una bandera desplegada

para buscaros, el confín esculco

yendo por Manzanillo y por La Angosta,

y vuestras formas a mi pecho inculco;

mi corazón le servirá de imposta

para apoyar la nave de mi Costa

que se ha quedado anclada en Acapulco.

 

Acapulco y La Costa, dando rienda

suelta a la alegría que los domina,

van a gozar de la Carnestolenda

como en los tiempos de La Nao de China…

 

¡Ésta es la misma fiesta que

culmina

de regocijo en explosión

tremenda…

yo tengo abierta, para vos, mi

tienda

de devociones, porque sois divina!

 

Dulce concierto de la brisa loca,

desboca su instrumento invertebrado…

¡una sirena enamorada toca

notas marinas de cristal de roca

sobre las teclas del acantilado…!

 

Acapulco está así en tu epifanía

con su vestido de ocasión de gala;

se lo ha bordado la marinería,

encendiendo sus luces de bengala

con la luz de bengala del vigía…

 

Así llegó en la voz de la leyenda

la más encantadora mandarina,

que pasó los umbrales de mi tienda

y se quedó cautiva en la vivienda

del castillo de luz de mi retina.

 

¡Carne celeste del celeste imperio!

figura de marfil y porcelana,

que llegada del fondo del misterio

nos hizo comulgar con el criterio

de su traje de luces de poblana…

 

Si alguna vez te miras al espejo,

busca en la intimidad de su recato

la encantadora imagen del reflejo;

y ha de hacer la virtud de mi consejo,

que se asome la China a tu retrato.

 

Acapulco y Tú son la misma cosa:

una dulce cadena imaginaria,

y yo soy una ausencia involuntaria

que sueña sueños de color de rosa.

las estrellas, sirenas de paseo, turistas

que nadan en oscuros olanes amatistas,

sin apuros, engarzan en las pautas

de sus cabellos de oro, suspiros argonautas,

para venir en busca del nuevo Vellocino,

hurtado por la magia traviesa de Aladino.

 

Hoy vuelvo, como vuelven los luceros

a encenderse de nuevo en las esquinas;

o como las devotas golondrinas,

o los peces que viven de viajeros…

 

A mi paso se embarcan las estrellas

persiguiendo tus dulces litorales;

por eso es que cuando del agua sales,

el cuerpo llevas empapado de ellas.

 

Para no abandonarte ni un instante

bajo tus soles de oro me evaporo,

y así te envuelvo con caricias de oro

bajo de un artificio nigromante.

 

Hoy se enciende el concierto de mi trova

en una entonación diminutiva,

para estar como lámpara votiva,

suspendida del cielo de mi alcoba.

 

Es así como puedo estar presente

en el agua del mar en que te bañas,

y en la luz que se cuela en tus pestañas,

y en la humedad que flota en el ambiente.

 

Porque al viejo solar acapulqueño

con todo el corazón me restituyo,

y fluyo azul como un ensueño tuyo,

de regreso a la casa de su dueño.

 

Acapulco y Tú son la misma cosa:

un sueño hermoso y de color de rosa…

Acapulco, Tú y Yo, como en la aurora

que en el Puerto del Marqués marca la hora

de partir hacia el rumbo de la Puesta

del Sol, que agoniza en Pie de la Cuesta.

 

¡Acapulco, Tú y Yo, estamos de fiesta,

frente a nuestra iglesia de la Soledad,

testigo mudo de la felicidad

que no hemos de perder ni en la adversidad!

Acapulco, Tú y Yo, es la misma cosa:

un sueño azul y de color de rosa.

(Tomado de Mora, Rubén. Prosa y Poesía, Biblioteca Guerrerense 5, Lito Editorial, Diciembre, 1998)

 

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