Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jesús Mendoza Zaragoza

El tema de la paz en el proceso electoral

La alerta que hizo a sus conciudadanos el Departamento de Estado de Estados Unidos, en la que advierte del riesgo de viajar a 14 estados de la república, entre los cuales se encuentra Guerrero, por las condiciones altamente peligrosas que representa la violencia, ha causado diversas reacciones en los ámbitos políticos. A esta advertencia hay que sumar otra del secretario de Defensa Nacional, general Guillermo Galván en la que reconoce que la seguridad interior está “seriamente amenazada” ya que el crimen organizado “es un grave fenómeno delictivo de dimensión cultural, sociológica y trasnacional”. Asimismo, señaló que en algunas regiones del país, la delincuencia se apropió de las instituciones del Estado, despojando a la población de sus bienes y de su tranquilidad. Aludió al hecho de que “es evidente que en aquellas latitudes del territorio nacional el espacio de la seguridad pública está totalmente rebasado”.
Respondiendo a la advertencia del Departamento de Estado, legisladores del PRI, del PAN y del PRD consideraron que esa acción fue desmedida y que Estados Unidos actúa con doble moral al permitir actos de corrupción y de connivencia entre sus autoridades y los delincuentes. Y por su parte el gobernador de Guerrero calificó la alerta norteamericana para no viajar a Guerrero como “apartada de la realidad”, señalando que la zona turística del puerto está blindada y tiene garantizada la seguridad, mientras que el alcalde acapulqueño sale con que la alerta está fuera de lugar.
El punto es: ¿qué tan grave es la situación de inseguridad e, incluso, de ingobernabilidad en el país y, particularmente, en algunas regiones como Guerrero, más allá de lo que digan unos u otros? Más allá de las opiniones hechas públicas por algunas autoridades, ¿qué es lo que realmente está pasando en el país? Y digo que más allá de las aseveraciones de las autoridades porque lo que dicen y hacen en este momento, muy probablemente tiene una connotación electoral y una intención política que suele distorsionar la realidad. Lo que digan unos u otros, tenemos que leerlo tomando en cuenta el proceso electoral en el que cada actor político intentará capitalizar el tema de la seguridad.
El gran problema está en que no podrá remontarse la violencia generada por el crimen organizado mientras no haya un reconocimiento justo de sus dimensiones y de su gravedad. Y hay que decirlo: falta mucha honestidad frente a esta realidad, lo cual deriva en un desplazamiento hacia el futuro de las verdaderas soluciones. A diagnóstico equivocado, remedios equivocados. Así comenzó la primera complicación cuando el presidente de la República emprendió la guerra contra el narcotráfico: lo hizo a partir de un diagnóstico insuficiente y equivocado. Por ello, no ha prosperado y se ha pagado un altísimo precio.
La recurrente forma en que algunas autoridades minimizan la violencia en nuestra ciudad es decididamente política en su sentido más faccioso y peyorativo. Sus intereses les lleva al disimulo y a la deshonestidad. De ordinario, las autoridades cuentan con mucha información al respecto, la cual manejan de manera arbitraria de acuerdo con sus conveniencias políticas.
Durante la pasada contienda para elegir gobernador en el estado de Guerrero, estuve monitoreando la información sobre el discurso y la posición de cada uno de los dos candidatos acerca de la violencia y la inseguridad y acerca de la construcción de la paz. Estos temas no fueron tocados por ellos con la debida seriedad y responsabilidad. No fue tema de alguno de los discursos importantes y sólo lo tocaron eventualmente y de manera tangencial ante preguntas de los periodistas.
Para poner otro caso, hasta la fecha tampoco hemos visto que este tema le interese al Congreso del Estado, a los legisladores que, supuestamente, nos representan. Pareciera que se representan a ellos mismos y, en el mejor de los casos, a sus partidos, pero no a nosotros. Ahí se la van llevando, sin mayor problema. Sucede que la élite política vive en una burbuja que los inmuniza ante la realidad y el hecho arrollador de la violencia nos les llama la atención.
Ahora bien, estamos de nuevo en procesos electorales, en los que habrá abundancia de temas. Pero el de la paz, de plano no interesa a los partidos políticos ni a sus candidatos. Ellos tienen sus temas, muy distintos a los de los ciudadanos. Temas que no tocan la realidad honda y doliente de nuestros pueblos. Temas que entretienen solamente y que no representan soluciones de fondo a los problemas de la sociedad. Temas orientados a administrar la pobreza y no a eliminarla. Temas que promueven el asistencialismo que es muy bien correspondido entre los sectores más vulnerables. Temas que no les crean problemas, ni económicos ni políticos, pero que siguen manteniendo situaciones de postración para el pueblo.
En fin, lo que ahora importa es reconocer que es imprescindible la honestidad ante la realidad que no se puede ocultar. El calvario que sufre mucha gente golpeada por la violencia en sus variadas formas merece respeto y consideración y no se vale que sea tratado de manera evasiva e irresponsable. Este sufrimiento requiere de nuestras mejores energías, de grandes ideas y de propuestas acertadas. Si los políticos no tienen el valor para darle la cara a la situación de violencia y para hacer planteamientos realistas, asumiéndolos desde el ámbito de la política para construir la paz, no podrán generar credibilidad entre los ciudadanos.
Es necesario emplazar a todos los candidatos y a sus partidos a asumir responsablemente el tema de la construcción de la paz a partir de una escucha atenta a la población, sobre todo a quienes han sido víctimas directas de la violencia. Y emplazarlos también a hacer propuestas y a recibir propuestas para darles cauce desde los puestos públicos. Necesitamos aliados para la causa de la paz en los ayuntamientos, en los Congresos estatal y federal y en la Presidencia de la República. ¿Será posible que los tengamos? Tendrían que salirse de la lógica del poder para pasarse al terreno del sufrimiento de la gente de a pie. Y, la verdad, tengo mis dudas. Espero equivocarme al respecto.

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