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Desacatan prohibiciones en la recién certificada playa Icacos

Karla Galarce Sosa

El recién certificado tramo de la playa Icacos, de 800 metros de arena, en 2012, aunque limpio y con servicios básicos de sanitarios, vigilancia y regaderas, tiene un sin número de comerciantes ambulantes que ofrecen alimentos y bebidas, y pese al aviso de prohibición los turistas introducen y pasean a sus mascotas en esa área.
Tanto la presencia de mascotas en la arena como la venta de alimentos en recipientes de plástico van en contra de lo establecido en la Norma Mexicana de Certificación NMX- AA-120-SCFI-2006, que prohíbe el ingreso de animales, así como la venta de alimentos en contenedores plásticos, estipulación que se publica en los avisos colocados en cada acceso a la playa.
La llegada de visitantes a las playas del puerto de la zona Diamante y Dorada, así como la presencia de comerciantes ambulantes, comenzó de manera copiosa el día de Navidad.
La ocupación hotelera, según la información oficial difundida por la Secretaría de Fomento Turístico (Sefotur), ayer marcaba 84 puntos, pero las avenidas Escénica y la Costera lucían prácticamente vacías pasada la 1:30 de la tarde.
La llegada de visitantes, en su mayoría nacionales, comenzó cerca de las 2 de la tarde a la playa que recibió el documento de certificación hace apenas tres semanas, pero el proceso de limpieza preparativa comenzó hace más de año y medio.
Los grupos y familias que no rebasaban cinco integrantes comenzaron a ocupar las sombrillas y escasos camastros de la franja de arena que incluye a hoteles como El Presidente, Malibú, Calinda, Elcano y Copacabana.
Los múltiples servicios que ofrecían los negocios iban desde las bebidas a la carta con promociones al 2×1, a los platillos que diferenciaban a un local con otro. Aunque algunos paseantes preferían adquirir los productos de los comerciantes ambulantes que, de manera insistente, ofrecían su mercancía.
La primera tanda de productos comenzó con las sandalias de correa en animal print y a rayas o multicolores, cuyos costos oscilaban entre los 130 a los 180 pesos, según “se dejara el cliente”, comentó un vendedor. La segunda oferta fue la de los lentes de sol, que costaban entre 50 a los 90 pesos; le siguieron el desfile de quesadillas hechas de pescado, queso o papa con salsa verde picosísima, espolvoreadas de queso rayado y verdura de a 30 pesos. En seguida estuvieron las nieves, las frutas con chile, los cocos con salsa búfalo y hasta el servicio de masajes.
Éste último tenía un costo de 300 pesos, pero incluía “una técnica tailandesa” que iba de “las rodillas hacia abajo”, según explicó quien ofreció el servicio a cada cliente que veía en la playa.
El ambiente de la franja de arena se vivió apacible, aderezado con música ambiental que iba del jazz, pasaba por el pop y el blues. La zona estuvo vigilada por mar, gracias a un par de salvavidas de la Promotora y Administradora de playas, que estuvieron atentos en cada auxilio.
El par de salvavidas corrían de un lado al otro buscando sacar a las personas que querían nadar, porque pasadas las 2 de la tarde la gente buscaba el arrullo del agua pero el ímpetu del mar les impedía entrar o salir, y arrollaba a quien quería estar en el agua.
Una joven tuvo que ser auxiliada por el par salvavidas y al ser rescatada estuvo en riesgo de perder una parte de su biquini a rayas, pero lo mantuvo junto con su vida.
“¡Ayuda!, ¡Ayuda¡”, era lo que otro joven gritaba entre las bravas olas del mar y que, de acuerdo con testigos, pidió ayuda a un pequeño, a quien doblaba en peso y, por supuesto en edad, luego que perdió fuerzas para seguir nadando al ingresar a nadar. Minutos después que el niño gritó el auxilio del par de salvavidas, los guardianes llegaron para auxiliar al turista que, aunque dijo saber nadar, el movimiento de las corrientes en el agua le impedían salir.
El tiempo transcurrió entre músicos vestidos con camisas floreadas y cubetazos de cerveza para los visitantes que, agobiados por el calor, pedían una tras otra las “claritas bien frías” a los meseros.
Entre las curiosidades que ofrecían los comerciantes ambulantes estuvo el de un mandil que decía: “Yo soy mandilón pero cabrón”, leyenda que escondía un pene de peluche bajo un trapito blanco, pero que al ser levantado erigía también el pequeño juguete de pelillos.
Una primer pareja de recién casados recibió (casi) de todos los servicios, incluido el masaje tailandés, los tatuajes de hena y los “potentes” e indispensables ostiones en su concha que ofrecían los comerciantes en platitos de unicel, chorreados de jugo de limón y salsa búfalo o Valentina, por cien pesos la docena. Al parecer compraron tres docenas.
Los vecinos de al lado, otra pareja que parecían tener más tiempo juntos –puesto que no se daban muestras de cariño tan frecuentes– y que estaban al lado de la primera pareja, prefirieron comprar en el establecimiento La playita unos cocteles de camarón en las tradicionales copas de cristal, por 110 pesos.
Hubo quienes prefirieron pagar 5 o 10 pesos más por la “comodidad” de estar en la recién certificada playa Icacos, pero que, al darse cuenta que las reglas para mantenerla ordenada y limpia fueron sólo mostradas para obtener el documento ex-pedido por el Instituto Nacional para la Normalización y Certificación de Playas, comentaron que volverían a las playas de siempre: Hornos y Tamarindos.

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