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Caminar entre basura y baches para disfrutar de arena, olas y la vegetación en playa Majahua

Karla Galarce Sosa

 

Desde temprano, “11 de la mañana porque son vacaciones”, los hermanos Peralta Vázquez, provenientes de Chilpancingo, se prepararon para ir a playa Majahua en Puerto Marqués, conocida por lo apacible de su oleaje, arena y la vegetación que aún queda al oriente de su amplia franja en el cerro de punta Diamante. Aunque se toparon con una nueva playa: la Hermosa, que se formó después de que Grupo Mexicano de Desarrollo rellenó cerca de 2 hectáreas de la bahía para construir la Marina Majahua; un letrero les dio la bienvenida antes de llegar a la emblemática Majahua.

Acompañados por su tío Arturo, Andrea, Dannae y Arturo Jair, de 11, 10 y 17 años respectivamente, llegaron a la playa alrededor de la 1 de la tarde en transporte público. Un Tsuru al que le rechinaba todo y cuya tapicería olía a humedad, los llevó desde la glorieta de Puerto Marqués, hasta el primer retorno de balneario en un recorrido de 2 kilómetros de baches, basura y “acarreadores” (identificados por atuendo, consistente en camisa blanca y pantalón negro), quienes ofrecían afanosos sus servicios de comida mediante boletitos de colores.

Bajaron una cuadra antes de la playa en cuestión porque si el chofer los llevaba “hasta Majahua”, cobraría 10 pesos por persona y no 7, costo regular del servicio de transporte colectivo en ese pueblo, que ofrecen en vehículos de regular condición, pero a costos de servicio como si fueran un camión con aire acondicionado.

Caminaron más de 200 metros para llegar, vieron desde la calle la obra inconclusa de la marina, y observaron cómo se iban estacionando vehículos o camiones en la zona que rellenaron, pero además tuvieron que “torear” coches que buscaban entrar para estacionarse.

Una vez dentro de la playa, tuvieron que decidir en qué lugar quedarse. Todos los meseros les mostraban las cartas y aseguraban que tienen los mejores platillos, pero decidieron quedarse en una modesta ramada que les ofrecía lo mismo que el resto de los restaurantes. Pagaron a la dueña de la ramada, 50 pesos por la renta de una sombrilla, cuatro sillas y una pequeña mesa frente al mar.

Los pequeños y su tío Arturo, un conocido promotor cultural avecindado en Acapulco, se dispusieron a disfrutar de las apacibles olas en esa playa. Tenían el mar frente a ellos y ocupaban la primera fila, pero poco a poco, una nueva hilera de sombrillas ocupó otra “primera fila frente al mar” y su vista fue obstruida por una nueva “primera fila”, misma que fue formada con los visitantes que llegaron después que ellos.

Los hermanos Peralta Vázquez llevaron ropa de playa y un pequeño buggy que les permitió llegar más lejos de donde rompen las olas para nadar.

Disfrutaron del agua. El inconveniente llegó cuando uno de ellos pidió entrar al baño que carecía de una tasa, de paredes y en su interior fue apilado el mobiliario inservible.

“Era una cortinita que cubría un poquito de arena, estaba lleno de papeles de baño y mi tío se iba a caer”, comentó una de las pequeñas cuando comentaban las condiciones del baño. “Era la vil arena”, acotó el tío Arturo quien dijo que había entrado para vestir su atuendo para el mar.

Pasadas las 5 de la tarde y después de disfrutar de las olas, el sol y cansarse un poco, la familia Peralta Vázquez salió de la playa entre basura y mucha gente que bloqueaba el paso. De regreso, observaron entre los restaurantes y los toldos, a unos lancheros que reparaban sus motos acuáticas sobre la arena.

A diferencia de los hermanos, los demás grupos de visitantes y familias llevaban hieleras repletas de “chelas y chescos”, poca o nada de agua “por eso de mantener la redonda figura”, comentó Julio Cortés Martínez, integrante de otra familia que visitan el puerto desde el estado de Jalisco.

Los miembros de la familia Cortés Martínez, sí paggaron por la comida, pero una jugada de los restauranteros los molestó. Cuando llegaron, creyeron que habían escogido el mejor lugar por sus precios, pero al pedir la cuenta los números no cuadraron.

Julio César dijo que primero les presentaron una carta con unos precios pero, al pedir la cuenta, el costo aumentó entre 5 y 10 pesos por platillo, lo que elevó hasta en un 15 por ciento la cuenta.

Al final, aclararon las cosas y la propietaria del restaurante respetó los precios de la carta que les había sido presentada inicialmente.

Entre las cosas que destacan de la playa Majahua, están los nuevos baños, que ofrecen el servicio por 5 pesos. Pende en su pared una gran lona que exhibe los precios de lanchas, clases de sky, paseos de recreo, velero, buceo snorkel, pesca deportiva en precios que van de 200 a mil pesos. En la lona también están impresos los costos de alimentos que van de 90, cien o 150 pesos y que consiste en pescadillas, camarones, almejas y ostiones.

 

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