Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

DOSCIENTOS AÑOS

 

t Las batallas de Morelos

 

 

Morelos y la guerra popular

 

Hoy, hace doscientos años –decíamos en nuestra entrega del pasado 5 de diciembre–, José María Morelos y Pavón ya es el líder mayor de la guerra de independencia, y se encuentra cómodamente instalado en la ciudad de Oaxaca, haciendo gobierno y preparando a sus tropas para iniciar una nueva etapa de movilización militar.

Los haberes de armas conquistados hasta entonces no eran menores, en un ciclo que, recodemos, se había iniciado en octubre de 1810 en Indaparapeo (Michoacán), extendiéndose entre 1811 y 1812 a procesos de lucha que fueron dando al cura de Carácuaro la dimensión de un guerrero casi mítico, descomunal.

Y entonces, obviamente, todo el mundo se preguntaba: ¿De qué estaba hecho el referido pastor de almas? ¿Cuáles eran las fibras que lo formaban para hacer de él y de su fuerza hasta el momento imbatible un coloso de la guerra nacional? ¿Qué tácticas y estrategias, o qué tipo de artimañas y de medidas era capaz de producir para enfrentar y ganar, en relaciones casi siempre desfavorables, las más variadas confrontaciones de armas contra los orgullosos y bien avituallados realistas? Más era en esos planos la sorpresa al saberse que el referido líder de la independencia no contaba con formación alguna de carácter militar.

Las fibras básicas de José María Morelos se fueron formando desde sus tiempos mozos, cuando antes de inscribirse en sus estudios eclesiásticos se desempeñó como arriero, en viajes repetidos entre Acapulco y México en compañía de su tío Felipe. Cualquiera podrá imaginar que esa fue su escuela primaria en el conocimiento de terrenos diversos, pero no sólo: fue en dichos trances donde pudo saber lo que significaba vivir los peligros propios del oficio, muy castigado en aquellos tiempos por el bandolerismo regional. La formación eclesiástica posterior y su trabajo como pastor de almas en Churumuco, La Huacana, Nocupétaro y Carácuaro sumaron el resto, al conceder a Morelos capacidades de trato y mando en el espacio social.

Pero estos elementos formativos –la arriería, por un lado; la formación eclesiástica y su ejercicio, por el otro– no son suficientes para explicar al Morelos ya convertido en gran estratega militar. Hay que agregar sin demora lo que no pudo formarse o desarrollarse más que en el propio juego de la guerra, y que pudiéramos resumir en una sola ecuación, a saber: el rápido descubrimiento por parte del cura de Carácuaro de lo que pudiéramos llamar las leyes propias de la guerra popular. Esquemáticamente dicho esto en por lo menos seis elementos de valor:

a) La fuerza diferencial dada en el combate por la “rabia popular”, generada básicamente por los acumulados agravios de la dominación española y por el sistema de castas;

b) La correlativa ventaja generada por el miedo del enemigo a dicha rabia popular (la terrible rebelión de los vencidos, que “no tenían nada que perder”);

c) La convicción de Morelos de que dicho empuje de fuerza brava sólo valía y era efectivo con y desde un encuadre disciplinado del movimiento físico bajo un mando único (de él, pero no sólo: tuvo grandes cualidades para derivar responsabilidades de mando en los Galeana o los Bravo; en Juan Álvarez, Vicente Guerrero, Mariano Matamoros y muchos más);

d) La convicción combinada, no menor, de que “el jefe” o “los jefes” tenían que jugarse el pellejo sobre el mismo campo que los más, en un marco o concepto de liderazgo o conducción que aprovechaba de manera especial tanto las habilidades propias del “hacer de mando físico” como las muy distinguidas de corte espiritual (y no sólo de nivel religioso-espiritual –como en el distinguido caso de Hermenegildo Galeana, a quien su tropa seguía con singular devoción);

e) La priorización del factor sorpresa sobre el factor posicional, elemento que llevaba también a priorizar la rapidez de movimiento –la velocidad de los desplazamientos– sobre la capacidad instalada de fuego (número de armas, por tipo; potencia en artillería, calculada en número de cañones a transportar, etcétera);

f) Y –finalmente, pero no por ello menos importante– la absoluta claridad del cura de Carácuaro de que la guerra se ganaba en el frente de batalla pero también y de manera importante en la retaguardia; en los tiempos de descanso y de preparación militar de las fuerzas; en las reformas profundas que se aplicaban in situ (en los pueblos, en las regiones) antes y después de los encuentros de armas; en el cuidado de heridos y de enfermos; en el revituallamiento y rearticulación física de la gente; en la fiesta o en el convivio que se llevaba a cabo para renovar o fertilizar espíritus y temples (como las fiestas –¿se podrán denominar así? – que se hicieron en el sitio de Cuautla, cuando en medio de cadáveres y de hambres imposibles ya todo parecía estar militarmente perdido).

Veamos, para cerrar esta específica entrega, lo que sobre algunas de estas cualidades expresa la mirada del insustituible México a través de los siglos:

Sin estudios militares (…) pudo Morelos llevar a cabo la organización de su ejército, prefiriendo a las masas desordenadas (…), el menor número de soldados convenientemente armados y con el mayor grado posible de disciplina. Comprendía la importancia de la artillería, pero lejos de adoptar el sistema seguido por casi todos los demás jefes de la revolución de llevar consigo gran número de cañones (…) atendió a la dotación y competente servicio de los pocos que se propuso conservar para que embarazasen menos sus movimientos militares. Así (…) pudo efectuar sus rápidas marchas por caminos casi infranqueables, caer veloz como el rayo sobre el enemigo cuando éste lo creía alejado (…), y obtener, sin embargo, grandes ventajas de su escasa artillería. (Pero) no sólo se dedicó (…) a las cosas de la guerra. Ya desde Tecpan, cuando avanzó por primera vez hacia Acapulco, había expedido un decreto nombrando comisiones (…) que exigiesen cuentas a los recaudadores de las rentas reales y que arreglasen el manejo de éstas dando a cada ramo su legítima aplicación. En Chilapa renovó y amplió sus anteriores disposiciones (…) Más tarde publicó un decreto, cuyas prescripciones tendían a sofocar el fermento de la guerra de castas (…) Procuró establecer ciertas reglas para el secuestro de los bienes de los españoles (…).

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