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Mantienen viva en Tulimán una añeja y singular tradición del matrimonio

Luis Daniel Nava

 

Tulimán

 

Las bodas de Tulimán, son un emotivo y alegre ritual que las jovenes parejas y sus familias aún celebran por las calles empedradas de ese lugar árido.

El novio que ya pidió la mano de la novia o que se la llevó a vivir con él sin consentimiento de los padres, se ve orillado a realizar un acto de consolación para fijar la fecha de la boda por las dos leyes, la del hombre que es el primer amarre y la de Dios que para ellos es algo sagrado. La consolada implica llevar a los papás de la novia numerosos chiquihuites llenos de pan, cajas de refrescos, cartones de cerveza, tablillas de chocolate, cigarros, piperman –bebida alcohólica sabor menta.

Un día antes de la boda por la Iglesia, los padres del novio llevan al domicilio de la novia un marrano gordo, que al día siguiente por la madrugada será sacrificado para dar de comer a sus invitados y familiares de la propia novia.

Al siguiente día, después del casamiento religioso, que comunmente se realiza en un caluroso mediodía, los novios se van a sus respectivas casas a dar de comer y beber a su gente por haber asistido a la boda; también se dan raciones de comida y bebida para llevar.

Luego, el novio acompañado de sus familiares, padrinos y de una banda de música de viento, que en este lugar se caracteriza por las notas del saxofón y el clarinete, va a traer a la novia para juntos ir a recoger los trastes en casa de los padrinos de la novia.

Los padrinos del novio deben llevar consigo guajolotes con un moño rojo y cartones de cerveza para ser entregados a cada padrino de la novia al momento en que entreguen los trastes o los muebles.

El padrino de bautizo de la novia se encarga de dar el ropero; el de confirmación, el metate. En este recorrido, los integrantes de cada familia moviéndose al son de los instrumentos de viento y la tambora, entre las calles empedradas y empolvadas o ya pavimentadas, van recopilando los muebles más pesados, como el ropero, la alacena, el comedor, las sillas, la cama, la estufa y, en la versión moderna, un tanque de gas.

Luego, en la última estación en la casa de la novia, se recogen los trastes que le fueron regalados para el uso doméstico (como un símbolo o mensaje de que será una ama de casa), escoba, cazuelas, platos, vasos, sábanas, almohadas, cobijas, licuadoras, molcajetes, recipientes plasticos, planchas…

Además, los papás le entregan a la hija la imagen del santo de su devoción y una vela prendida para proteger el futuro hogar del nuevo matrimonio.

De aquí, ya con los integrantes de las dos familias cargando trastes, se hace el último recorrido encabezados por los guajolotes y dos escobas vestidas con un traje negro y un vestido blanco de papel que representan a la nueva pareja, hacia la casa del novio, donde generalmente se hacían los bailes en el patio.

En está ocasión, los protagonistas que revivieron el ritual –realizado desde que los actuales pobladores tienen memoria– fueron los jovenes, Karen Tapia y Arquímides Guerrero, que celebraron en la cancha municipal donde todos los trastes y muebles fueron bailados en el centro, mientras las cervezas eran destapadas y tiradas al aire en señal de que en la fiesta habría bebida en abundancia. Por la noche un grupo amenizó un concurrido baile que consuma el festejo.

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