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Olor a drenaje y ambulantes dan la bienvenida a turistas a playa Revolcadero

Mariana Labastida

A las 12 del día la mayoría de los lugares se encontraban llenos en la zona Diamante del puerto y el interés de los visitantes se notaba desde la avenida Escénica, donde el tráfico era lento y, como una bella pintura, se veía la bahía de Puerto Marqués donde las motos y lanchas surcaban las aguas.
De la zona Diamante, la playa Revolcadero es de las más conocidas. Ahí hasta los automóviles y camionetas se pueden resguardar del sol bajo una palapa por 150 pesos.
Un olor a drenaje y la venta de cocos a 10 pesos le dan la bienvenida a los visitantes que llegan a la playa Revolcadero, aunque quienes llegaban en vehículos fueron asediados por los prestadores de servicios que buscan llevarlos a las áreas de su conveniencia: “por aquí, yo te llevo a un lugar con sombra”, se escucha que les ofrecen.
“Viene bien estresada, alguien se tarda y ya está diciendo que se va a perder”, le reprocha una turista a su mamá refiriéndose a su hermana que está en la entrada de los baños públicos contando a los niños que van con ellas para que ninguno se vaya a quedar, mientras agarra a una niña de la mano para dirigirse a la playa.
“Dile que queremos estacionamiento con sombra”, pide otro de los visitantes ya en la franja de arena, donde los automóviles y camionetas llegan como parte del servicio que ofrecen los comerciantes de la zona para mayor comodidad de los turistas, llegando a la palapa donde se puede ver los vehículos resguardados de el sol.
Dos jóvenes se tapan también del sol y se puede leer en sus playeras “Acapulco puede”; dicen que son enviados de la Secretaria de Turismo Municipal y preguntan a los turistas sobre el servicio y la atención que han tenido.
El ruido de las olas se mezcla con el bullicio de la gente y el cantadito de los comerciantes informales ofreciendo sus productos, que también invaden la playa, aunque en menor número en comparación con áreas de la bahía de Santa Lucía.
Abajo de la palapa se siente un clima fresco que contrasta con el sol ardiente que quema la piel al salir a la intemperie.
Pero el sol es lo que menos preocupa a los niños que, sin importar lo “negritos” que puedan quedar, disfrutan de las olas mientras intentan aprender a surfear, para lo que no llevaron su propia tabla pues en la playa Revolcadero podrán conseguir una por 50 pesos todo el día, mientras que otros son atraídos por los papalotes de plástico que surcan el cuelo, algunos en forma de paracaídas con un luchador colgando de ellos, con precio de 60 pesos.
Ya pasan de las 12 del día y se ve gente, pero no tanta. Siguen llegando familias con hieleras, es domingo  y el día empezó más tarde porque los jóvenes “se fueron de antro”, comenta un adulto.
El agua de mar está fría, lo cual es refrescante para muchos ante el calor que se siente en Acapulco.
Para los que no quieren meterse al mar hay otras diversiones: la renta de cuatrimotos que avanzan a vuelta de rueda para evitar incidentes y los caballos que pasean sus dueños por la arena para ver si alguien se anima.
Para la familia Fernández Reyes, Acapulco es un lugar accesible para vacacionar. Ellos rentaron la mesa y sillas donde descansan los siete integrantes, dos adultos, cuatro hijos y el amigo de uno de los menores en la arena, por 150 pesos. También colocaron una anafre para cocinar pescado y se disponen a preparar ceviche.
Muy temprano, dicen, antes de emprender el viaje a Revolcadero pasaron al Mercado  Central a comprar lo necesario; “creo que se llama Tianguis Campesino o como dijeron?”, preguntó Blanca, la madre del grupo.
Esta es la segunda ocasión que visitan Acapulco. Ellos pernotaron en la plaza Japón, en la avenida Costera, porque no tienen pensado rentar ni hotel, casa o departamento para dormir. Esa es la ventaja que encuentran en Acapulco, “que no prohíben nada”, dice Don Carlos; pasarán el año nuevo en el puerto para emprender el viaje de regreso a Ciudad Hidalgo, Michoacán, por la tarde del primero de enero.
Conforme se avanza por la playa hacía el Princess, límite que se distingue con Revolcadero por el tipo de mobiliario que hay, también cambia el ambiente, menos ruido, se puede ver gente leyendo o jugando con el teléfono celular o el una tablet, mientras los niños solos se entretienen haciendo fosas en el arena o acarreando agua de mar.
Los vendedores ambulantes poco hacen por detenerse a ofrecer sus productos, tal vez porque saben que los bañistas no les van a comprar.
A lo lejos, cerca del hotel y sin palapas, sombrillas o toldos se puede ver el montaje de sillas y mesas, pues por la noche será el escenario de una recepción que se realizará el penúltimo día del año.

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