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Tras seis horas de viaje disfrutó la familia Ramírez del Año Nuevo bajo el sol de Acapulco

Karla Galarce Sosa

Viajaron en una caravana de cinco vehículos. Desde el sábado pasado que llegaron a Acapulco se hospedaron en un modesto hotel de la zona Tradicional; son la familia Ramírez Villasana, integrada por 16 adultos, siete adolescentes y más de media docena de niños y niñas cuyas edades oscilan entre los cuatro meses a los 11 años.
Son turistas originarios del estado de México y Puebla. Viajaron más de seis horas en carretera a bordo de sus vehículos hasta llegar a las playas de Acapulco. Disfrutaron el cierre de un año y el arranque de otro, bañados por las cálidas playas y el clima del puerto.
El señor Fernando Ramírez Villasana es padre de cinco jóvenes, quienes viajaron con sus respectivas familias para pasar unos días en el puerto.
Como cada año, los miembros de la familia Ramírez Villasana pasaron sus vacaciones en algún destino de playa del país, pero en esta ocasión decidieron que fuera Acapulco.
Todos condujeron sus propios vehículos. Una familia partió de Puebla, otras tres del estado de México y, una más, salió de otro punto del país. Todas se reunieron en el poblado Tres Marías para tomar la desviación que los condujo a la Autopista del Sol.
Llegaron a Acapulco el sábado pasado y se hospedaron en el modesto hotel Varadero, ubicado en la zona Tradicional.
El primer día estuvieron en playa Papagayo, comieron en restaurantes de cadenas nacionales; después estuvieron en Caletilla para permitir que los más pequeños de la familia pudieran disfrutar de la arena y el suave oleaje.
La familia hizo castillos en la arena, disfrutó de los productos que los cientos de comerciantes ambulantes ofrecían en la playa, desde tatuajes de hena, donas, fruta con chile y limón y, ostiones.
Para la llegada del Año  Nuevo se prepararon con una buena dotación de bebidas, cervezas y algunas frituras. Los 16 adultos debían cuidar a cada uno de sus pequeños hijos.
Fernando Ramírez dijo que no es la primera vez que visitan Acapulco, aunque sí la primera vez que llegan todos en caravana “por estar juntos”.
Explicó que cada uno de sus hijos ha visitado en distintas ocasiones el puerto.
“Este año ellos”, y señaló a sus hijos, “quisieron que nos viniéramos para Acapulco, pero ya hemos pasado la noche del Año Nuevo en otras playas como Veracruz o Puerto Vallarta”, indicó el hombre que sobrepasaba los 60 años. Vestía una ligerita camiseta blanca que estaba empapada de sudor. Su rostro había sido tostado por el abrazante calor del sol.
Era las 9 de la mañana del 1 de enero y las calles de Acapulco, las del centro, la avenida Cuauhtémoc, el bulevar Vicente Guerrero y la Costera estaban prácticamente desoladas. Uno que otro chofer de taxi o colectivo invitaba a los peatones a hacer uso de sus servicios mediante el sonido del claxon, pero sólo algunos abordaban. Aún no había servicio urbano sobre la Costera.
Los integrantes de la familia Ramírez Villasana salieron de sus respectivas habitaciones pasadas las 10 de la mañana y acordaron almorzar en las fondas del Mercado Central antes de volver por sus cosas y regresar a sus ciudades de origen.
El reloj marcaba las 10:30 de la mañana cuando las playas aún lucían semivacías, pero algunos turistas comenzaron a abarrotarlas y aunque algunos trasnochados aguardaron en playas como Dominguillo y Papagayo y pasaron la mañana bajo el “crudo” sol.
Los primeros en ocupar las sombrillas vacías de playa Papagayo llegaron en grupos de más de 20 integrantes. Con toalla al hombro, los desvelados visitantes ocupaban uno a uno cada lugar de la franja de arena, para disfrutar el sol y el mar.
La familia Ramírez Villasana decidió comer “antojitos”. El reloj marcaba las 11:45 del día y casi todos los locales de la nave de comidas del Mercado Central esperaba clientela; el resto, los de la nave de pescado, carnes y abarrotes estaban cerrados.
La gran familia se distinguía del resto de los comensales porque algunos de sus integrantes, los niños, iban de un puesto de comida a otro, buscaban a su mamá, quien prefirió comer tacos de barbacoa; o le gritaban al abuelo, quien ordenó que le sirvieran un chile relleno con caldillo.
La variedad de comida que ofrecían los puestos del mercado permitió a los visitantes escoger elaborados platillos como los moles o caldos, y carnes asadas o fritas, tacos con tortillas de mano o de máquina.
Aunque los 30 integrantes de la familia debían volver ayer a sus ciudades de origen, disfrutaron de los últimos momentos de las playas de Acapulco y se quedaron en Hornos, donde las familias seguían llegando para mojarse en una vigilada ciudad, pero que a pesar del operativo de seguridad trascendió la noticia de cuatro muertes antes que se vislumbraran policías o marinos en las calles principales del puerto.

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