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Tlachinollan

¿Habrá un año nuevo en Guerrero, con los vicios de una clase política vieja?

Es bueno no perder el optimismo ni el buen humor para pensar  positivamente el futuro.  La sana costumbre de abrazarnos y desearnos una “feliz navidad y un próspero año nuevo” forma parte de ese legado que nuestros familiares nos enseñaron para vivir en paz y respetar los derechos de los demás. Esa felicidad y esa prosperidad la hemos perdido desde hace varios lustros. Son ilusiones efímeras. La trágica realidad que vivimos es luchar por un trabajo que nos permita sobrevivir y sortear nuestra vida contra el crimen organizado enquistado en los aparatos del Estado.
Es sumamente constructivo poder medir el tiempo y hacerlo de manera cíclica para tener la sensación de que las coordenadas tempo espaciales están bajo nuestro control, que son progresivas, y que por lo mismo, avanzan para todos y todas de manera ascendente y a nuestro ritmo. Esta idea nos hace creer que los días, meses y años que pasan, nos llevan necesariamente a un nuevo estadío, y que por arte de magia hace tabula rasa de las desigualdades sociales, quedando por un instante redimidos de la pobreza, para unirnos al divino coro de las familias acaudaladas, quienes de manera ofensiva dilapidan sus riquezas para demostrarnos el poder de su felicidad. Este 2012 no fue la excepción, seguimos alimentando nuestra vana ilusión y le hacemos el caldo gordo a las trasnacionales que nos mantienen enajenados con sus mensajes falaces que nos tratan como seres manipulables, hechos para el consumo vacuo.
Como guerrerenses seguimos sin aprender lo que de manera sistemática los gobiernos usurpadores y usureros, acostumbran hacer con nuestros recursos. A la gente pobre (a la que bien le va) les regalan en esta temporada cobijas y despensas, y a los niños y niñas juguetes de plástico. Mientras tanto, a los grandes políticos y empresarios les ofrecen todo lo que necesita un monarca, para que tengan una estancia paradisiaca en Aca-pulco: aviones, helicópteros, playas exclusivas,  seguridad por aire, mar y tierra y todo lo imaginable para descansar placenteramente. ¿Cuánto le cuesta a las y los guerrerenses esta vida suntuosa que sin ninguna limitación les brinda el Ejecutivo del estado, para granjearse la amistad del presidente de la República, de las y los secretarios de Estado, los empresarios de clase mundial, artistas, líderes de partidos políticos, jerarcas religiosos, ex gobernadores, senadores y diputados?
Esta vida dispendiosa que hasta el tope disfrutan las élites políticas y económicas del país, zanja más la desigualdad y la división de las clases sociales. Profundizan más el abismo que torna imposible que la justicia social sea una realidad tangible en nuestro estado. Estos excesos impúdicos atentan contra la vida de los pueblos y son un factor de mayor polarización y explosividad social. Estas antípodas que nos dibujan el cielo y el infierno terrenales atentan contra la paz pública y la convivencia pacífica. Los excesos para unos pocos se han traducido por décadas para el pueblo trabajador de Guerrero, en más hambre, mayor desempleo y reducción de matrículas para estudiantes. Se manifiesta en la falta de médicos, enfermeras, medicinas y centros de salud dignos para las comunidades alejadas de las ciudades. Queda demostrado en el gran déficit de plazas para maestras y maestros, los altos índices de analfabetismo, las  muertes maternas, la desnutrición infantil y la migración masiva de familias indígenas. También se expresa en la ausencia de justicia, los feminicidios, los desplazamientos forzosos, en una mayor violencia intracomunitaria y en el viacrucis de la inseguridad.
Estos dos modos de vida contrastantes en uno de los estados más pobres del país, nos muestra el grado de descomposición en que ha caído la clase política del estado, que sigue aferrada a cumplir a pie juntillas con las directrices políticas y económicas que dictan tanto los organismos financieros del primer mundo, como los grupos políticos y empresariales que tienen el control de las instituciones. Todos se pliegan a lo que dicte el Ejecutivo federal en turno, porque ningún político quiere arriesgar su carrera defendiendo principios, causas y proyectos que favorezcan a la población más explotada  y que cuestionen el modelo económico dominante. El paradigma del adelgazamiento del Estado y la privatización de los bienes públicos es lo único que aparece en el horizonte de las cúpulas políticas. Los sueños de la igualdad, la equidad, la justicia social, el respeto a los derechos de los pueblos, la soberanía, el fortalecimiento del Estado como entidad rectora de las políticas, del manejo de la economía y del control de los recursos estratégicos, están ausentes en sus planes personales y de grupo. El objetivo central es la ganancia a la máxima potencia, al costo que sea y por encima de los derechos del pueblo y del cuidado de la madre tierra.
En este sistema deshumanizado es difícil encontrarnos con políticos y empresarios que estén dispuestos a replantear el modelo de desarrollo vigente y mucho menos a cuestionar la forma como han logrado su riqueza y alcanzado la cúspide del poder. El movimiento de los políticos es centrípeto, se trata de cerrar el círculo del poder público para alcanzar una nueva hegemonía política basada en la economía de mercado. Desde los sexenios que marcaron el cambio del modelo económico, con Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto, el PRI y el PAN obtuvieron el poder presidencial gracias a las alianzas establecidas con las elites económicas y a una maquinaria electoral hecha a la medida de estos grupos, para no perder el control de los comicios. Por eso no es casual que cada sexenio que pasa, las cúpulas partidistas aprieten más las tuercas de este sistema autoritario, para sacar las reformas constitucionales que aseguren el ajuste estructural que requiere nuestro país y de esta manera, alinearse a los parámetros del sistema neoliberal, que en otras partes del mundo nos está demostrando su fracaso, como pasa en varios países de Europa y con nuestros vecinos del norte.
La clase media pauperizada y mayoritariamente despolitizada de Guerrero, sigue sin querer ver el desfondamiento de nuestro estado y se mantiene aferrada a la algarabía de la que sólo pueden darse el lujo los potentados. Viven un ambiente festivo hechizo donde predomina la embriaguez y el alucine, como en los tiempos de las vacas gordas de la burocracia caciquil. Estos momentos fugaces, de ruidos, gritos, desveladas, excesos de comida, bebida y de gastos innecesarios (que rompen con la rutina de nuestra vida cotidiana y que nos permiten escapar de la situación deprimente que enfrentamos), son las descargas de energía, que en lugar de ubicarnos mejor en la realidad que vivimos, nos embotan la mente, la obnubilan, atolondran y desquician. Profesionistas y pequeños y medianos empresarios rebotan como entes inertes, perdidos en la farándula, vomitando sandeces y cargando con su terquedad y resaca pensando que las cosas van a mejorar, o a ser como antes, por el simple hecho de seguir brindando con algún amigo político bien colocado, o creer que el retorno del PRI a la Presidencia de la República les devolverá la chamba o los privilegios perdidos.
El derroche, los excesos y las extravagancias de las elites políticas y económicas nos hablan de sus grandes carencias y extravíos. La vanidad los esclaviza y los hace sucumbir  por la superficialidad de sus egos. Le dan vuelo a la imaginación con la invención de un mundo ficticio, con ideas de humo y lenguaje fatuo. No hay parangón, no sólo por sus excentricidades, sino por una forma de vida que topa con lo irracional. Por su inconsciencia sobre la tragedia que enfrentamos como un estado sumido en la miseria y la violencia; por su complicidad y amnesia por lo que han hecho los malos gobiernos tanto del PRI como del PRD, y por sus posturas traicioneras contra el pueblo que defiende sus derechos y su patrimonio.
A los políticos que hoy ostentan un cargo en el estado o en la federación, nada les afecta en sus carreras la miseria de los indígenas y campesinos; ni mucho menos ponen en riesgo sus prerrogativas, la exigencia de justicia de las víctimas; de los familiares de desaparecidos, ejecutados, desplazados, encarcelados injustamente, perseguidos, amenazados, explotados y excluidos. No tienen tiempo para viajar a otras regiones y sentarse a escuchar los testimonios de la gente que lucha, a pesar de sufrir tantos desprecios y engaños. Sólo prestan atención a quienes son de su nivel y se desviven por quedar bien con los que económica y políticamente están por encima de ellos. Su mundo termina donde desaparece el confort y aflora el hambre, la enfermedad, la desnutrición, las muertes prematuras, el desempleo, el analfabetismo, la indigencia, la migración y los desplazamientos forzados. Son los que quieren que se privaticen los territorios de los pueblos indígenas.
No podemos arribar a un año nuevo con una clase política añeja e impune, que ha cometido delitos de lesa humanidad como matanzas a campesinos, masacres contra indígenas, asesinatos contra maestros, jóvenes, periodistas, defensores, defensoras, estudiantes. Con políticos que no investigan ni dan con el paradero de las víctimas de desapariciones desde la guerra sucia hasta las recientes desapariciones de los defensores ecologistas. Autorida-des que son cómplices de los desplazamientos forzados de campesinos y campesinas causados por la acción impune de las bandas del crimen organizado. Tampoco podemos ser optimistas de que este año será mejor con autoridades corruptas que siguen trabajando para las próximas elecciones a gobernador y que son responsables del quebranto de las finanzas de los municipios y de las instituciones públicas.
Qué futuro le depara al pueblo de Guerrero cuando la clase política está alineada para que entren las empresas mineras a los territorios comunales y que también apoyan la construcción de la presa La Parota. Además siguen empecinados en dividir a las comunidades para crear la reserva de la biosfera en la Montaña alta. Es indignante seguir viendo a diputados y diputadas  asumir posturas sumisas al aprobar sin oposición alguna las reformas del Ejecutivo federal que atentan contra los derechos de los trabajadores. En lugar de tener posiciones dignas, se acuerpan para criminalizar a los estudiantes de Ayotzinapa y pactan entre todos los partidos para que ninguna autoridad sea investigada y castigada por los asesinatos de los estudiantes. Hay la consigna de impulsar e imponer la reforma educativa, como la fórmula más efectiva para que el despido de los maestros no tenga costos políticos por el rango constitucional que ya adquirió. También mantienen sus posturas racistas y discriminatorias contra los pueblos indígenas al no impulsar la reforma constitucional que los reconozca como entidades autónomas y sujetos de derecho.
Con los grupos caciquiles de ayer y con políticos de ahora, sin oficio, indefinidos política e ideológicamente, sin temple para defender las luchas de los pueblos de Guerrero y más bien arribistas, convenencieros y pusilánimes, los ciudadanos y ciudadanas estamos muy lejos de arribar a un año nuevo con mayor democracia, justicia, igualdad, seguridad, desarrollo equitativo, respeto a los derechos humanos y  paz.

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