Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

HOY, HACE 200 AÑOS

* Las batallas de Morelos

Oaxaca: construyendo un doble poder

Dejamos a Morelos en nuestra última entrega (El Sur, 28 de diciembre de 2012) instalado en la ciudad de Oaxaca, después de que el 25 de noviembre de 1812 se había posesionado de ella con cinco mil hombres de las tres armas, acompañado, en la conducción de estas fuerzas, por los Galeana, los Bravo (Miguel y Víctor), Vicente Guerrero, Manuel de Mier y Terán y Mariano Matamoros. Hoy, hace doscientos años –11 de enero de 1813–, le queda aún poco menos de un mes para iniciar su tercera campaña militar, con la salida que hará –el 9 de febrero de 1813– desde la bella  Antequera para regresar al puerto de Acapulco y posesionarse del fuerte de San Diego.
Ya vimos en la entrega anterior que las claves de sus hasta ese momento inobjetables éxitos militares desplegados en el brevísimo ciclo temporal de dos años y días de lucha (octubre de 1810 a noviembre de 1813) tienen que ver con muy diversos factores, pero algunos de ellos, decisivos, tejidos alrededor de un eje fundamental, a saber: el descubrimiento que en el terreno y sobre la marcha hace el cura de Carácuaro de lo que hemos definido bajo el término de “las leyes” de la guerra popular. Ya se ha hablado de ello en el artículo anterior, por lo que ahora nos abocaremos a tratar de responder a la pregunta: ¿Qué hace Morelos y su ejército en los dos meses y medio de su presencia en la ciudad de Oaxaca?
A los pocos días de haber sellado su extraordinaria victoria sobre la que se creía era una fortaleza realista prácticamente inexpugnable, Morelos se dedicó a la conformación de un gobierno local que mostrara cambios radicales e inmediatos en cuanto al sentido profundo del esfuerzo independentista. Dicho de una forma más clara: se abocó a revolucionar las condiciones sociales y políticas hasta ese momento preeminentes para levantar desde allí los pilares de un nuevo edificio de gobierno que cumpliera al menos con dos objetivos: el primero, seguir la ruta marcada desde las enseñanzas de su jefe y guía ya para entonces fenecido (Hidalgo fue fusilado el 30 de julio de 1811) sobre la necesaria combinación, como parte de la lógica propia de la misma guerra, de golpes militares y reformas sociales en el aquí-y-ahora de la ruta independentista; el segundo, establecer una nueva demarcación o frontera de país o subpaís frente a los territorios del Imperio, fogueando desde allí, en los inevitables procesos de acierto-desacierto a los que debe someterse toda experiencia germinal- generadora, a los nuevos o emergentes núcleos o sectores sociales y políticos de gobierno.
La convocatoria a una asamblea general de los vecinos oaxaqueños fue una de las primeras acciones desplegadas. Allí mismo y en procedimiento a mano alzada se nombró a don José María Murguía para el cargo de intendente. Se fundó el periódico El Correo del Sur, que tuvo en los primeros días como su director a Manuel de Herrera y posteriormente al célebre Carlos María de Bustamante. Se constituyó un nuevo ayuntamiento integrado exclusivamente por nacionales, al tiempo que se nombró una junta de policía.
Lejos estuvieron esta y otras medidas constructivas de gobierno de marcar algún posicionamiento que rindiera culto al localismo: el 13 de diciembre (de 1812) se celebró en espacio público y con fiesta un juramento de obediencia a la Suprema Junta Nacional de Zitácuaro. Y, con la dignidad correspondiente y la idea de dejar evidenciada para todos su plena pertenencia a dicho proyecto nacional, se presentó Morelos a dicho evento de juramentación con uniforme de capitán general. (Grado que la propia Junta le había otorgado tiempo atrás. Conviene agregar aquí que el único retrato para el que Morelos posó en vida se hizo justamente en Oaxaca, vistiendo para éste el referido uniforme).
Ya hablaremos en la próxima entrega de otras significativas decisiones tomadas por Morelos en el proceso de cambios desarrollado en los dos meses y medio en que estuvo en Oaxaca. Entre ellos, nos referiremos a los que derivaron en la entrega de tierras a los campesinos y pueblos; a la libertad para esclavos y normas de conducta dirigidas a reducir o eliminar los terribles males del sistema de castas; a las radicales medidas económicas en el tema de impuestos, gravámenes o tributos; y, no de menor importancia, a lo que ya proyectaba entonces en el terreno programático para redactar sus Sentimientos de la Nación y algunas de las bases constitucionales del Congreso de Chilpancingo. Pero conviene marcar aquí algunos de los antecedentes que ya se habían acumulado entonces por los independentistas en estos específicos rubros.
En los “Fragmentos de una instrucción fechada en el Aguacatillo el 16 de noviembre de 1810” determinaba Morelos que “si entre los indios y castas se observare algún movimiento, como que los indios o negros quieran dar contra los blancos, o los blancos contra los pardos, se castigará inmediatamente al que primero levantase la voz o se observe espíritu de sedición, para lo que inmediatamente se remitirá preso a la superioridad, advirtiendo que es delito de pena capital y debe tratarse con toda severidad.” (En Colección de documentos relativos a la época de la Independencia de México, Impresa por Chagoyán, Guanajuato, 1870).
En el “Nombramiento de comisionados para el reconocimiento de las existencias de las rentas reales y administración de éstas”, expedido el 18 de abril de 1811 en Tecpan, estableció Morelos que, “[…] en cuanto a las tierras de los pueblos, [los comisionados nombrados] harán saber a los naturales, y a los jueces y justicias que recaudan sus rentas, que deben entregarles las correspondientes que deben existir hasta la publicación de este decreto, y hechos los enteros, entregarán las justicias las tierras a los pueblos para su cultivo, sin que puedan arrendarse, pues su goce ha de ser de los naturales en los respectivos pueblos.” (Los subrayados son nuestros). (Ídem). Y no fueron menores los avances alcanzados en el decreto que, establecido en Chilapa –también en 1811–, creó un amplísimo espacio de poder territorial independiente que, pasando por la de México y Puebla, se extendía desde la intendencia de Valladolid hasta la intendencia de Oaxaca.
Ello prefiguró con rasgos aún un poco irregulares y brumosos lo que con la conquista de Oaxaca se convirtió en proyecto vivo, claro y a la mano, a saber: la constitución de un poder territorial independiente de compactas y claras mojoneras, propias para abrir un nuevo ciclo, sin lugar a dudas promisorio, en la guerra popular emprendida desde el 15 de septiembre de 1810 contra el poder imperial.

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