Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Acapulqueños V

La Altamirano

Una lectora memoriosa nos aclara que la escuela Ignacio M. Altamirano no nació en la calle de Las Damas, más tarde Vicente Guerrero y hoy de La Quebrada sino en la de Cinco de Mayo (junto al desaparecido edificio Alzuyeta). Instalaciones, por cierto, de las que fue desalojada violentamente por el gobernador del estado, general e ingeniero Damián Flores. Para el último gobernante porfirista de Guerrero (1907-1911), la educación le hacía daño a los guerrerenses porque los volvía rejegos, flojos y violentos. Y con tal pensamiento se le hará fácil obsequiar aquellas instalaciones a la empresa Mexican Pacific Company, encargada de construir el ferrocarril México-Acapulco. Proyectado en tiempos de Benito Juárez, el potro de acero nunca podrá cruzar las montañas del sur.
Las visitas al puerto del gobernador Flores serán escasas pero cuando se produzcan –al decir de las beatas de la Soledad–, los diablos andarán sueltos en Acapulco. Algunas mujeres habían leído que Daimon (Damián) era el “funesto” para los griegos, mientras que otras aseguraban percibir emanaciones azufrosas del gobernante. Puras figuraciones, por supuesto. Sucedía que aquel hombre nacido en Tetipac, Guerrero, era de sudor agrio y concentrado y que además no acostumbraba como desodorante el limón asado.
Aquella paranoia parroquial hará clímax cuando Damián Flores venga a inaugurar el Teatro Flores, propiedad de su hermano Adrián. Un galerón de madera en la calle Independencia que arderá apenas lo abandone el mandatario y su comitiva (14 de febrero de 1909). El saldo pavoroso del siniestro será de más de 300 muertos; sin duda uno de los momentos más dolorosos para los acapulqueños en todo el Siglo XX.
“Cruz, cruz, que se vaya el diablo y que venga Jesús”, será la oración a la que se sumen los niños acapulqueños cuando escuchen el nombre de Damián.

Y hay más

La versión de que la primera escuela elemental para señoritas ocupó la sede del consulado japonés, como aquí se escribió la entrega anterior, tiene su réplica. La sustenta documentalmente don Rosendo Pintos Lacunza, participante con Chita Jiménez en la fundación del plantel.
El propio cronista acapulqueño –funcionario del primer gobernador revolucionario de la entidad, Francisco Figueroa Mata–, se da a la tarea de buscar un local para albergar a la escuela desalojada por el demonio Damián. Busca entre los juicios testamentarios rezagados y dos inmuebles llaman su atención. Uno de la señora Tomasa Sotelo viuda de Rivera y el otro de doña Sabina Giles Álvarez viuda de Soubervielle.
Él mismo narra la aventura: “Siendo don Nicolás Uruñuela el albacea de aquellos juicios testamentarios, tenía que pagar los impuestos y como carecía de fondos para hacerlo le propuse que me vendiera una casa para la escuela Altamirano.
Convino don Nicolás, consulté con don Pancho Figueroa, gobernador del estado, y fui autorizado para adquirir la casa cuyo costo fue de ocho mil pesos” (Monografía anecdótica contemporánea de la Revolución Mexicana, Rosendo Pintos Lacunza y Manuel Adolfo Pintos Carvallo, su hijo, un fino poeta y brillante oftalmólogo radicado en Puebla).

Los desfiles

Don Carlos E. Adame, otro de los grandes cronistas de Acapulco, recuerda los tradicionales desfiles cívicos de la época, el del 5 de mayo y el del 16 de septiembre de cada año. Los encabezaba el alcalde en turno embrazando el Lábaro Patrio, flanqueado por los ediles de la Comuna y seguidos por el personal del ayuntamiento.
Participaban únicamente dos escuelas, la “Real” Miguel Hidalgo y la Altamirano.
La columna recorría las calles de San Diego (hoy Carranza) Comercio (Escudero) y parte del Barrio Nuevo (Cuauhtémoc, hasta el IMSS). Luego volvía al punto de partida para la ceremonia alusiva. Un discurso, una poesía, una pieza de música y finalmente la imprescindible “tribuna libre”. Así llamada porque se abría a los acapulqueños para denunciar injusticias, fallas y omisiones en los servicios públicos y en general todo lo que les oprimiera el ronco pecho. La única prohibición consistía en no recordarle la progenitora al señor presidente, aunque fuera respetuosamente.

Cañoneo sobre Acapulco

Celebraciones cívicas que hacían recordar, irremisiblemente, un desfile del pasado durante el cual sus participantes fueron literalmente cañoneados.
El cañonero mexicano Guerrero vomita fuego destructor sobre la ciudad mientras transcurre el desfile del 5 de mayo de 1920. Participan como siempre las escuelas Ignacio M. Altamirano, para señoritas, y la “Real” Miguel Hidalgo, para varones.
Uno de los proyectiles dirigidos al fuerte de San Diego se desviará e irá a tronar muy cerca del lugar por donde transcurre la parada, provocando la desbandada de los aterrorizados escolares y sus maestros.
No pasarán muchos minutos para que un ejército de mujeres, desafiando el peligro, se agolpen en la ruta del desfile para llamar con voces angustiosas a sus hijos. Ninguno resultará lastimado, afortunadamente, Dios gracias, proclamarán aquellas.
La calma volverá al puerto luego de que la poderosa artillería del fuerte haga huir al Guerrero. Entonces, Acapulco entero se alzará justamente indignado por la felona agresión, responsabilizando de ella al propio presidente Venustiano Carranza.
Y es que este había autorizado al general Silvestre Mariscal la recuperación del puerto, su bastión revolucionario. Contra la engañosa venerabilidad del “viejo barbas de chivo”, los acapulqueños lanzarán andanadas de mentadas de madre, de esas que no sacan sangre pero si llegan al alma.
Los porteños nunca olvidarán aquel terrible momento. Será por ello, quizás, que le nieguen al Primer Jefe una de las calles de la ciudad, que no ha dudado en ofrecer incluso a pillos y bribones. El Carranza de la calle céntrica es Jesús, hermano de don Venustiano, quien estuvo aquí reagrupando a las fuerzas revolucionarias de ambas costas.

El curato

Ya que hablamos de don Rosendo Pintos Lacunza, digamos que fue un riguroso autodidacta, dueño de una vocación férrea y entusiasta para crear y participar en la creación de instituciones educativas y culturales (escuelas Altamirano, Acosta y Secundaria 1, la biblioteca Alarcón, el museo del Fuerte de San Diego y más). Uno de sus logros más atrevidos e ingeniosos en ese sentido, fue sin duda la creación de la primaria Manuel M. Acosta en la calle de La Quebrada, frente a su domicilio particular.
Se vive el primer año de la “guerra cristera” (1927) con escenarios bélicos en los estados de Michoacán, Jalisco, Zacatecas y Guanajuato. Aquí, las únicas noticias del conflicto las ofrece desde el púlpito el cura párroco de la Soledad, don Florentino Díaz, cuyo parte cotidiano es el de “vamos ganando”.
Un día, sin embargo, el sacerdote cierra el templo y el curato (enfrente), para aceptar la hospitalidad de doña Lupita García. Su único comentario será: “el luciferino Calles ha ordenado el cierre de templos y curatos en todo el país. Allá ustedes si no pelean por su religión”. Amén.
Don Chendo forma parte de la Comuna de Acapulco y las acciones del padre Florentino le hacen concebir una idea que es de una oportunidad genial. La pone en práctica más que inmediatamente.
Envía un telegrama al presidente de la República, Plutarco Elías Calles, dando cuenta de la rebeldía del clero local y le solicita la incautación de la casa cural abandonada. Que sirva para algo útil –le propone–, para que los niños acapulqueños reciban la instrucción primaria.
Nunca en la historia de los telégrafos nacionales un mensaje viajó a la velocidad del que contenía la respuesta presidencial. El “hereje” Calles aceptaba y aplaudía la propuesta de Rosendo Pintos, además de felicitarlo por su oportuna y generosa idea.
Le informa, asimismo, que el jefe de la oficina federal de Hacienda, Arturo Moguel, daría cumplimiento inmediato a su acuerdo, actuando en este caso como agente del MP federal.
Pero hete aquí que el señor Moguel, al decir de la plebe local, pertenecía al club de los “ennaguados” –luego mandilones o faldillones –, y por tanto incapaz de contradecir o enfadar a la señora Moguel, militante entusiasta ella de todas las cofradías religiosas pero particularmente de La Vela Perpetua.
Primero se hará ojo de hormiga y luego dará largas al asunto hasta que el propio señor Pintos lo amenace con acusarlo con Calles. El epílogo lo narra el cronista: “Se rompieron los sellos (del curato), y se entregó al señor cura lo que le pertenecía; lo de la iglesia se llevó a la sacristía, y acompañado de Erasmo Lacunza y otros me tocó recibir las llaves e iniciar el aseo y reparación del viejo caserón que, pocos días después, alojaba a un buen número de estudiantes de primaria”.

El fin de la guerra

Las generaciones de la Altamirano del fin de la Segunda Guerra Mundial serán las primeras en familiarizarse con los pochismos traídos por los braceros de regreso a casa y también por el súmmum de la gastronomía gringa: los perros calientes, las hamburguesas y otros muchos productos hoy llamados comida chatarra.
Recibieron certificados de primaria en 1945 Noah Elliot, Hilda Pedroza, Guadalupe Sánchez, Gloria Negrete, Amparo Añorve, María Luisa Rosas, María Elena Gómez, Filomena Caram, María de Jesús Estrada, Guadalupe Zamora, Cristina Rodríguez, Salvador Organes Pérez, Leonel García Guillén, Juan Salinas Torres, José Gómez Merckley, Romeo Caballero Tellechea, Jorge Othón Valdez, Edilberto Vela Arvizu, Eleazar Sánchez, Amadeo Cabada, Gabriel Vargas, Jesús Cárdenas Ríos, Javier Aivar Jiménez, Ramiro Gómez Galeana, Bernardo de la Cruz y José Thielve Soto.
Un año más tarde: Aurora Quevedo, Indalecia Lobato, Elia Muñoz Abarca, Crisantema Barrientos, Ma. Inés del Valle Garzón, Ernestina Galeana, Carolina Arteaga, Jaime Espinoza, Gildardo Salas, Javier Cruz Rojas, Pedro Andraca, Florentino Hernández, Abelardo y Antonio Castañón Flores, Jesús Galeana, Honorio Delgado, Praxedis Polanco, Héctor Núñez, Eugenio Messino, Felipe Sotelo, Salomón Sánchez, Sergio Negrete y Roberto Galván Flores.
1947: Estela Roque Caro, Thelma Flores Flores, Zaida Vielma Heras, María Luisa Román, María de la Luz Lobato, Juana Grado, Francisca Cortez, Noemí Liquidano, Sara Sánchez, María Enriqueta Castellanos, Carmen Loranca Bello, Arturo Escobar García, Carlos Diaz Bello, Alejandro Negrete, Tomás Alarcón Salgado, Hugo Aivar Jiménez, Luis Jiménez López, Arturo Suástegui León, Emilio y Eumelio Galván Flores, Rosalío Ramos Molina, Luciano Solís, Samuel Solís Adame, José Rivera Bataz, Luis José de Silva, Francisco Bailón, Eliseo Ozuna, Manuel Flores, Gabriel Bazán y Abel Abrego.
Y falta.

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