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Humberto Musacchio

Mancera, entre herencias e indecisiones

Suele repetirse que cada presidente dispone al llegar de un periodo de gracia de cien días en los cuales, dicen, la ciudadanía está dispuesta a perdonarle casi todo. El gobernante debe aprovechar ese lapso para tejer las necesarias alianzas, aplicar algunas medidas impactantes y dar a la sociedad una impresión de seguridad en el rumbo y de firmeza en el piloto.
Lo anterior es aplicable a los gobiernos locales, que cuentan con la indulgencia de sus electores durante un plazo perentorio. Lo tiene Miguel Ángel Mancera, que llegó al gobierno de la ciudad de México con la legitimidad que le otorgan cuarenta puntos porcentuales de ventaja en una elección que no fue impugnada. Tiene, pues, un considerable margen de maniobra, pero el capital político, como el económico, se esfuma cuando no se invierte productivamente.
No es un secreto que el actual jefe de gobierno del Distrito Federal llegó impulsado decididamente por su antecesor, lo que inevitablemente significa que el nuevo recibe una herencia del anterior o, peor aún, que debe cuidar sus intereses porque le debe el cargo, lo que está muy presente en el empeño de Mancera por colocar parquímetros o permitir que sigan los abusos de las grúas, negocios ambos concesionados por Marcelo Ebrard, sin que esté claro quién o quiénes son los beneficiarios.
En el caso de los parquímetros, hay que decir que han servido para corromper líderes vecinales, a los que se ofrece dinero dizque para ser aplicado en obras públicas, como si no pagáramos impuestos para tener buena recolección de basura, banquetas decentes, calles transitables, camellones jardines debidamente atendidos, alumbrado y seguridad.
La actitud de Mancera ante estos problemas ha sido, o por lo menos eso parece, reverencial ante el antecesor, y las apariencias políticas, ya se sabe, son realidades ante la mirada social. Ante los hechos violentos del primero de diciembre y el despliegue de arbitrariedad policiaca, Mancera ha sido incapaz de castigar los excesos represivos y lejos de promover el desistimiento del Ministerio Público contra las personas injustamente detenidas, para liberarlas optó por impulsar una reforma legal en la Asamblea Legislativa. Dos actitudes que no muestran a un gobernante con claridad ni con energía.
El caso de las jaurías caninas no lo causó Mancera, pero le estalló en la cara. Iztapalapa, Chapultepec, el cerro del Tepeyac y muchos otros lugares son asolados por  los perros desde hace muchos años. Salvo batidas ocasionales, ninguna autoridad se ha decidido a terminar con esa amenaza pública. Otra vez, Mancera ha optado por eludir el asunto, dejando sin protección a los seres humanos para no molestar a los protectores de animales.
Ante la tala ilegal y las invasiones de Chapultepec por particulares, el gobierno capitalino cierra sus ojitos… Los ciudadanos siguen sin recibir una explicación por las obras inconclusas del segundo piso… Se intenta cobrar por el alumbrado público y luego se recula… Y la lista de indecisiones crece: el gobierno capitalino no se ha decidido a mandar a la embajada de Azerbaiyán la estatua del dictador Aliyev y frente a los atropellos de la señora Esther Orozco, quien sigue cobrando como rectora de la UACM, las autoridades de la ciudad siguen en espera de que haya muertos.
Frente a la indecisión, algo de emblemático tuvo la reciente manifestación de viajar sin pantalones. Por oposición, para expresar su protesta, ciudadanos con muchos pantalones convocan para el próximo domingo a un picnic junto a la estatua de Aliyev.

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