Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

Zihuatanejo en los ochenta

Cuando llegué a Zihuatanejo, en septiembre de 1979, el municipio tenía ya su aeropuerto internacional y una carretera que lo comunicaba con el resto de la Costa Grande hasta Acapulco y por el  noreste a Michoacán, por el puerto industrial de Lázaro Cárdenas.
Una carretera difícil y accidentada que baja de la Tierra Caliente hasta la costa, siguiendo la depresión del río de La Laja, también permitía una comunicación terrestre con la capital del país para aquellos de espíritu aventurero o muy urgidos de llegar, pues el anuncio señalaba una distancia entre el DF y Zihuatanejo de 490 kilómetros sin aclarar que no podías manejar a más de 60 kilómetros por hora, ni tener vértigo por las alturas, y mucho menos temor por la zona de neblina que se extiende en la parte más peligrosa de la sierra.
Precisamente por esa vía, en el tramo más alto para cruzar la Sierra Madre del Sur, conocido como el Filo Mayor, a mediados de los ochenta murió accidentado el escritor Carlos Loret de Mola cuando su auto salió de la carretera y cayó al fondo de una profunda barranca.
En aquellos años para viajar por la región el transporte en avioneta era el más común y hasta pintoresco, siempre con los riesgos del caso.
Recuerdo que algunas veces utilicé ése transporte para viajar de la cabecera municipal de La Unión a Coahuayutla y en ambos campos de aviación la avioneta tenía que sobrevolar el pueblo para avisar de su llegada. El encargado entonces tenía que correr hasta el campo para despejar de ganado la pista de aterrizaje.
En el viaje a uno le podía tocar de piloto a un personaje que disfrutaba probando los nervios de sus pasajeros. Durante el trayecto del vuelo contaba cada lugar donde había caído una avioneta a la vez que señalaba el fuselaje de la nave caída.
El capitán Jorge Bustos Aldana, nacido en Veracruz, quien llegó a ser presidente municipal de Zihuatanejo y luego cronista de la ciudad, fue pionero en los vuelos de aviación y una autoridad en el conocimiento de la región.
Ya las bestias mulares para el transporte de carga estaban en desuso por la habilitación de camionetas de redilas como pasajeras en la zona de bosque aprovechando las brechas temporales que las empresas madereras construían para el saqueo de la madera.
Todavía en el ejido de Las Ollas, colindante con el de Zihuatanejo quedan vestigios de la maquinaria alemana de un aserradero abandonado cerca del poblado del Calabazalito, cuando no hubo más madera de cedro rojo que extraer.
Ahora en la capilla del lugar se puede ver habilitada como campana una parte de la caldera de vapor del aserradero que los lugareños cortaron con soplete.
Cuando llegué a Zihuatanejo terminaba su periodo de gobierno municipal Armando Federico González, un joven chilango que siendo parte del equipo de arquitectos que llegaron a la costa para la urbanización del puerto, pronto se aclimató a la vida costeña y a su modo de hacer política.
Como presidente municipal aplicó su idea de la cultura a la sociedad local. Construyó plazas, promovió murales, financió esculturas.
Con lo recursos del erario público hizo relaciones con gente importante aprovechando los atractivos turísticos y las bellezas naturales, casi idílicas del puerto.
Si ya desde antes de la modernización de Zihuatanejo, el puerto tenía visitantes ilustres, el gobierno de Armando Federico los hizo huéspedes distinguidos.
En sus últimos meses de gobierno me tocó asistir a una de las pláticas que organizaba con el apoyo de figuras relevantes de la cultura nacional. Frente a la biblioteca municipal y junto a uno de los murales que su gobierno promovió, una tarde de domingo escuché, conocí  y aplaudí a Juan de la Cabada, el poeta maya, militante comunista que en ese año fue electo diputado federal.
Después del periodo de gobierno de Armando Federico le sucedió en el cargo Fidel Gutiérrez Gordillo, un campesino serrano del ejido de La Laja.
De los personajes públicos que uno podía ver y saludar por las calles del centro de la ciudad recuerdo al pintor y escultor colombiano Fernando Botero, asiduo visitante del puerto; al actor mexicano Pedro Armendáriz y su compañera, la inteligentemente y hermosa Ofelia Medina.
Años después se sabía que con cierta frecuencia llegaban en plan de amigos y comían en un restaurante de la playa de la Ropa, Gabriel García Márquez, Carlos Slim y Felipe González, y aunque la verdad el suceso no era como para tratar de aparecerse por ahí buscando un autógrafo del Gabo, lo cierto es que desde el café donde departía con unos amigos, en una tarde de diciembre, descubrí caminando por la plaza, como cualquier paisano, al ex presidente socialista español, Felipe González. Para impresionar a mis amigos descreídos sobre la identidad del personaje les pedí que me siguieran a saludarlo. “Bienvenido Felipe, los compañeros socialistas de la costa te saludamos”. No sin asombro nos devolvió el saludo entre sorprendido y complacido mientras sus escoltas se acercaban presurosos.
A principios de los ochenta la economía local era tan dinámica que cualquier iniciativa de negocio prosperaba. Uno de ellos casi lo vi nacer, crecer y consolidarse en la playa de la Ropa. Me refiero al restaurant La Perla, negocio que don Chico Ibarra y su esposa emprendieron con tal dedicación y esmero que su prestigio lo convirtió en lugar recurrente para visitantes nacionales y extranjeros.
En esa misma playa funcionó hasta años después del echeverriato el hotel ejidal Calpulli, con una alberca popular donde mis hijos mayores aprendieron a nadar. Un mural  de Emiliano Zapata con el máuser extendido se veía desde el estacionamiento del hotel.
Zihuatanejo era desde entonces sus cuatro calles que desembocan en la playa principal de la bahía, donde no se veían más que unos cuantos puestos de conchas y caracoles, porque los pescadores en esos años atracaban sus pangas en la laguna de Las Salinas como parte del territorio común.
En realidad, La Noria, la vieja colonia de los pescadores era como otro pueblo en las cercanías de Zihuatanejo, pues ni siquiera existía el viejo puente de madera que años después  se construyó en la pequeña bocabarra, a un costado del muelle fiscal.
Al norte del puerto, pegado al cerro Viejo, vivía sus últimos años de independencia el pueblo de Agua de Correa que después se hizo una colonia más de Zihuatanejo.
En aquellos años todavía se debatía localmente si su nombre actual derivó de la repetida visita del agente de correos que bajaba al manantial a beber agua y descansar, o si correspondía más al lavado de las correas de un viejo del lugar que hacía huaraches.
Cuando la actual Secretaría de Salud era de Salubridad y Asistencia, en Zihuatanejo sólo había un centro de Salud que se inundaba en cada lluvia.
Su primer director fue el malogrado médico Isidoro Olivares a quien conocí en mi niñez porque llegó a mi pueblo para realizar su servicio social. Años después seríamos compañeros como regidores de la comuna porteña.
Por su destino Zihuatanejo se convirtió en un lugar cosmopolita. Además de ser lugar elegido para el rodaje de películas nacionales y extranjeras, sus gobiernos locales han respondido a esa características.
Quienes han criticado esa realidad demandando para los locales el monopolio de la política y aquellos que con espíritu más liberal la defienden, repetían entonces el chiste:
–Zihuatanejo ha tenido de todo en la presidencia municipal. Tuvo un presidente de Veracruz y otro chilango, bueno hasta un extranjero fue presidente.
–El veracruzano fue el capitán Jorge Bustos, el chilango Armando Federico González, pero ¿Quién fue el extranjero?
–Fidel Gutierrez Gordillo, dicen que nació en El Perú…
–Ah bueno, es verdad, nació en El Perú, pero ése pueblo es del ejido de La Laja, municipio de Zihuatanejo.

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