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Raymundo Riva Palacio

ESTRICTAMENTE PERSONAL

* La Familia mexiquense

En el estado de México se libra una nueva batalla del narcotráfico. Pero en esta ocasión no es entre cárteles de la droga como sucedió en la última década, sino de una banda criminal en contra de un gobierno. En palabras del secretario de Seguridad Ciudadana mexiquense, Salvador Neme, es La Familia Michoacana, que desde hace seis meses, cuando esparció un rumor que desestabilizó a Neza –con una población de dos millones de habitantes– ha provocado un baño de sangre enfocado en el valle de Toluca, el asiento del gobierno estatal para frenar la batida policial contra sus células.
Neme describió en una entrevista el lunes pasado en el Primer Café de Proyecto 40, cómo La Familia se han ido extendiendo desde el sur del estado –Luvianos y Tejupilco fueron escenarios de choques entre narcos y fuerzas de seguridad el año pasado– hacia el valle de Toluca, elevando su violencia como reacción a los golpes recibidos. Neme dijo que el problema es que regeneran sus jefes en un día. O lo que es lo mismo, será una lucha sinfín si la estrategia para enfrentarlos no se modifica.
La rapidez con la que los cárteles sustituyen a sus jefes de células y plazas, es la externalidad que nunca calculó el ex presidente Felipe Calderón ni su gabinete de seguridad cuando emprendieron la guerra contra el narcotráfico en 2006. Los tiempos de renovación se volvieron galopantes. Antes de la guerra contra las drogas, la vida criminal que iba desde el delito menos sofisticado como el robo de carteras, a ser sicario de un cártel, duraba seis meses si el criminal no iba a la cárcel. En el pico de la violencia en Ciudad Juárez, la carrera delictiva se achicó a 48 horas.
El gobierno de Calderón no encontró forma de acabarlos salvo matarlos o detenerlos más rápido que la capacidad de los cárteles para remplazarlos. La estrategia fue exitosa, como lo demostró la creciente participación de jóvenes en el narco –la reducción de la edad revelaba que ya no encontraban cuadros con experiencia para remplazar a los mandos superiores– y las fugas y matanzas en las cárceles –donde un cártel rescataba a sus cuadros y asesinaba a los rivales en el penal para que no hicieran los mismo–, pero el costo fue el elevado número de muertos y la percepción de que la guerra la iban ganando los narcotraficantes.
Perdida la batalla en la opinión pública, contaminó la opinión política, y junto con los conflictos en el gabinete de seguridad de Calderón, frenaron de alguna manera la estrategia y el combate frontal. Esto permitiría explicar por qué un cártel declarado extinto por la PGR el año pasado, renaciera en un estado que les había sido ajeno. La Familia Michoacana no era una banda autónoma, sino un brazo de Los Zetas, que cuando explotó el Cártel de Sinaloa –hoy del Pacífico– se dividió y se vinculó a los enemigos de los tamaulipecos. En aquella dinámica, fueron los ejércitos de Joaquín El Chapo Guzmán, los que con el apoyo de los michoacanos barrieron a Los Zetas del estado de México, y gradualmente La Familia se independizó.
La Familia Michoacana y su escisión de Los Caballeros Templarios, son bandas como no habían existido en México, con bases sociales que los protegen y a las que movilizan frente a las autoridades. En los 18 últimos meses ampliaron sus alianzas, como con el Ejército Popular Revolucionario. Por ejemplo, propaganda y documentos suyos fueron encontrados por la Policía Federal y la policía michoacana cuando restablecieron el año pasado el orden en Nueva Jerusalén, donde hay presencia fuerte de La Familia.
Si el secretario Neme no se equivoca y resurgió el cártel, las variables que se están conjuntando en la violencia expresada en el estado de México tiene componentes que no existían sino hasta el final del gobierno de Calderón, y que requieren un nuevo enfoque a su tratamiento, no sólo criminal y de seguridad pública, sino más amplio y en el contexto de seguridad nacional. Detrás del narcotráfico michoacano viene la guerrilla, con un proyecto político e ideológico montado en una organización criminal con la que pueden compartir bases sociales, refugio, protección, logística y financiamiento. Es el peor de los mundos, que requiere enfoques integrales geoestratégicos para enfrentar los nuevos fenómenos delictivos.

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