Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

* La degradación de la política

Lamentablemente,  la transición y la alternancia democráticas no pudieron (al menos no han podido) desterrar una de las clásicas formas patológicas del viejo gobierno hegemónico: la demagogia.
Lamentablemente, porque así como la tiranía procura la eliminación de la política y la oligarquía su banalización, la demagogia realiza, contumazmente, la degradación de la política.
De acuerdo con la tradición aristotélica, las tres formas de gobierno resultan intrínsecamente anti políticas, porque “el sucedáneo que generan para ambiente de lo público siempre olvida radicalmente a la persona humana”.
Para el politólogo venezolano José Benjamín Rodríguez-Iturbe, lo que saben hacer los demagogos “es política espectáculo; y, por tanto, frivolizar. Porque la formulación de una política de valores es, por lo general, radicalmente contraria a sus intereses”.
Aunque no se refiere a la política mexicana, en su ensayo Praxis Política y Praxis Jurídica. La Ideologización del Derecho y la Justicia, publicado en junio de 2011 en Díkaion Revista de Fundamentación Jurídica, Rodríguez-Iturbe parece retratarla fielmente cuando sostiene que “la política está cuestionada, rechazada y superada como fuente de certezas. La certeza, como sustituto de la verdad, en el sentido de la modernidad (certeza subjetiva, basada en la relatividad y en la apariencia), es su referencia. La verdad, en realidad, no le interesa para nada.
“Tal óptica ha logrado romper en el imaginario colectivo la percepción de los grupos políticos organizados como mediadores eficaces en el contexto de una sociedad pluralista para la búsqueda de los consensos democráticos. Los Parlamentos y los partidos auténticamente democráticos vienen a ser, así, obstáculos institucionales a una ambición de poder sin límite”.
Más adelante, el investigador de la Universidad de La Sabana, en Colombia, afirma que “la recuperación de la legitimidad de lo público es condición necesaria para la superación de la anomia creciente, con su lastre de anti política, en las sociedades del hedonismo. La negación de lo público conlleva, más pronto que tarde, la anulación social de las libertades cívicas y la muerte de los sistemas democráticos. Porque, en efecto, en una sociedad sin legitimidad de lo público no solo hay rechazo visceral de la política, sino que no hay confianza pública”.
Por ello, advierte que “en una sociedad sin confianza pública (es decir, en una sociedad donde impera la desconfianza) es imposible la búsqueda, la obtención, la consolidación y la proyección histórica-política de los consensos democráticos. En las sociedades de la desconfianza no cuentan la conciencia ciudadana y el respeto al otro, sino la fuerza. La sociedad de ciudadanos, por el contrario, requiere confianza en las instituciones, tanto públicas como privadas; posibilidades reales de diálogo y concertación social”.
Por eso, la prevalencia de la demagogia en la política mexicana es más lamentable. Porque la degradación de la política principalmente afecta a la sociedad civil, pervierte su participación, fractura su articulación y debilita su fuerza e influencia sobre las decisiones del poder.
No estoy seguro de que los políticos mexicanos perciban y entiendan el nivel de degradación de la política en la sociedad y sus efectos más perniciosos: escasísima legitimidad de lo público, rechazo visceral de la política y desconfianza social.
Los mexicanos somos tan proclives a la critica catártica y visceral, que preferimos repudiar hasta el escándalo las decisiones de El Poder, como la reciente determinación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, relativa al caso Florence Cassez, que entender en su justa medida la verdadera dimensión del proceso judicial.
“Ese reduccionismo es profundamente deformante de todo el vitalismo social y caldo de cultivo de impensables violencias”, argumenta Rodríguez-Iturbe. “Sin un soporte ético la existencia política y civil se degrada irremisiblemente. ¿Cómo puede clamarse contra la corrupción en la vida pública sin una exigencia similar respecto a la vida personal y social?
“La exaltación de los vicios y la burla de las virtudes, el desprecio por los hábitos rectos y la aquiescencia dada hacia la doblez, han generado el archivo del respeto mutuo. Se ha hecho patrón generalizado la desconfianza. Ello ha corroído al extremo la salud de las instituciones”.
Y precisa: “A menudo, en el cauce de la cultura dominante, es más frecuente el intento de catarsis que el de reflexión en la agitada sociedad contemporánea. La simple catarsis no es purificación. Ella no entraña, por supuesto, posibilidad segura de rectificación. Porque el desahogo, por sí mismo, no provoca –aunque rebaje la presión– ni el arrepentimiento moral ni la rectificación auténtica, que conducen a la recuperación de la rectitud y la bondad perdidas. No es, sin duda, una terapia de moralina lo que reclama, para su salud, la civilización que lucha por nacer en medio de los estertores de aquella que se apaga.
“Es necesario reclamar el liderazgo crítico del ciudadano con sindéresis (capacidad racional natural para ejercer un juicio correcto sobre una materia). La legitimidad de la política y de los espacios públicos no puede estar sujeta a los alardes retóricos apocalípticos de cualquier iluminado que pida la extirpación de la clase política como tumor social. Los consensos políticos, que se buscan con necesidad de medio en la licitud de los espacios públicos a través de la deliberación y de la confrontación pluralista, no los generan los profesionales hacedores y vendedores de imagen; no es un asunto de simple publicidad. El interés publicitario es auto céfalo. La voluntad de dominio lleva, a menudo, a esa óptica, a verlo todo bajo el ángulo de las relaciones de poder. Grave error”.
Quizá por eso, en muchas de las sociedades democráticas más avanzadas cada vez son más los ciudadanos que deciden organizarse en sentido inverso. Es decir, en lugar de distraerse en la crítica catártica de los políticos, identifican a los que defienden causas legítimas y relevantes para la sociedad, a los representantes populares que proponen o trabajan en el sentido que desean sus representados, para apoyarlos y reconocer, de manera condicionada, su liderazgo.
Quizá por eso, muchos feisbuqueros acapulqueños reclaman al alcalde de Acapulco, Luis Walton Aburto, más trabajo municipal y menos espectáculo escandaloso.
Quizá por eso, en una encuesta reciente, realizada por la empresa Grupo RC Respuesta Ciudadana, con preguntas directas en visitas domiciliarias el 12 y el 13 de enero, siete de cada diez entrevistados calificaron los primeros cien días de gobierno del alcalde chilpancingueño, Mario Moreno Arcos, como “buenos”, “productivos”, y con “resultados rápidos”, y en promedio le asignaron una calificación de 8.6, una de las más altas que se le pueden otorgar a un gobernante en estos tiempos.
Porque en medio de tanto desencanto, descrédito y frustración, basta poco para animar a los ciudadanos: audiencias públicas cada semana, obras de embellecimiento de zonas públicas de Chilpancingo, y la expectativa que despertó la capacidad gestora de Mario Moreno ante los gobiernos federal de Enrique Peña Nieto, y estatal, de Ángel Aguirre Rivero, para mejorar el abasto de agua en esta capital.
Poco, pero a la vez mucho. Aunque falta lo más importante: que los chilpancingueños condicionen su respaldo a que el alcalde capitalino siga en ese camino –que las audiencias ofrezcan respuestas concretas, que los camellones verdes no se sequen en unos meses, que los dineros del agua se ejerzan y resuelvan el desabasto–, y que no se aleje del camino a medida que se acerque nuevamente el jaloneo mezquino y degradante de las ambiciones electorales.

[email protected]

468 ad