Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Humberto Musacchio

Ante la ineficacia
policiaca, autodefensa

La autodefensa comunal tiene una larga tradición en México. En el siglo XIX, las guerras civiles y la inestabilidad impedían al Estado cumplir con su primerísima misión, que es proteger directamente vida y patrimonio de los ciudadanos. Para hacerlo se valió de grupo de autodefensa, los rurales, que solían colgar en el primer árbol a los abigeos, asaltantes de diligencias y otros delincuentes.
En el porfiriato, tales cuerpos cobraron incluso carácter formal, pues el viejo general entendió que las instituciones no contaban con fuerza suficiente para ofrecer seguridad. La revolución trajo nuevamente el caos y lo que emergió de él fue un Estado cuya gestación tardaría varios lustros, por lo cual se siguió contando con los cuerpos de rurales y con los pequeños ejércitos de los cacicazgos rurales.
Fortalecido el Estado mexicano con la actuación cardenista, en los años de la segunda guerra se pasó a una especie de militarización de la sociedad en la que izquierdas y derechas colaboraron con el poder para preservar la soberanía ante cualquier intento de agresión extranjera. A partir del alemanismo, los cuerpos civiles armados empezaron a ser indeseables. El Estado de la posrevolución ya era lo suficientemene fuerte para prescindir de tales apoyos.
Pero vino el fin de siglo y la avanzada descomposición del viejo régimen dio paso a la derrota del PRI y la llegada del panismo a la Presidencia de la República. Otra vez las instituciones fueron rebasadas y la delincuencia creció exponencialmente. Felipe Calderón creyó que la única medicina era la violencia y desató una guerra entre mexicanos que dejó 80 mil muertos, 20 mil desaparecidos, un cuarto de millón de personas desplazadas y otros saldos igualmente nefastos.
Pero la guerra emprendida por Calderón, lejos de proteger a la sociedad, la dejó más expuesta que nunca a la violencia delictiva. Ejército y Armada se pusieron a cumplir tareas para las que no están calificados, las muchas policías mostraron su ineficacia y su colosal corrupción y el Ministerio Público y jueces indolentes y venales llenaron las cárceles de presos, pero la criminalidad continuó en aumento.
La tradición de la autodefensa volvió a cobrar fuerza y en varios puntos del país la población se armó y organizó para protegerse. En Guerrero se dio carácter legal a las fuerzas de autodefensa desde 1995, pero los grupos de civiles armados para su protección y la de sus familias se han extendido a varios estados e incluso al Distrito Federal.
Para los habitantes de las zonas más asediadas por la criminalidad, la autodefensa se ha convertido también en una fórmula decepcionante, pues si se aprehende a los delincuentes y se les entrega a la policía, ésta, el Ministerio Público o los jueces suelen dejarlos en libertad, y no sólo por corrupción, sino también porque las fuerzas populares no siempre acatan los protocolos legales y resulta difícil probar la culpabilidad de los detenidos.
Ante la real amenaza de linchamientos o las detenciones masivas, como ocurre en Guerrero, los legalistas se desgarran las vestiduras. Por supuesto hay razones para preocuparse, pues nadie debe hacerse justicia por propia mano. Pero el hecho es que los grupos de autodefensa existen y se van a multiplicar y lo mejor sería otorgarles carácter legal, capacitarlos, organizarlos y educarlos. Los estatólatras los ven como una amenaza, pero en el México de hoy parecen ser el último dique para una delincuencia que hace años rebasó a las instituciones.

468 ad