Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Fernando Lasso Echeverría*

La Decena Trágica

En febrero  se cumple una centuria del final del breve paso de don Francisco I. Madero por la Presidencia de la República, después de haber sido el motor ideológico que aglutinó las fuerzas sociales que se levantaron en armas en 1910 y derrumbaron al gobierno de don Porfirio Díaz. Esta álgida crisis política, que duró diez días –la historia la denomina por ello, la Decena Trágica– inició el domingo 9 del mes mencionado con la toma –frustrada posteriormente por el general Lauro Villar– del Palacio Nacional por un regimiento de caballería antimaderista, y la liberación del general Bernardo Reyes y el sobrino de don Porfirio, Félix Díaz, que estaban encarcelados por insubordinación, después que el presidente Madero les había condonado la sentencia a muerte cuando fueron enjuiciados; y concluyó el día 19 con los asesinatos de don Francisco y su vicepresidente José María Pino Suárez.
¿Qué ocasionó este sangriento pasaje posrevolucionario?  Pues que Madero, miembro de una familia rica de abolengo, no podía pensar ni actuar como revolucionario, y no se atrevió a cimentar su gobierno en el pueblo que lo había llevado a la primera magistratura, sino que trató de conciliar los intereses –irreconciliables– de los opresores y los oprimidos, quedando mal con ambos bandos y naturalmente, no fue apoyado por unos ni por otros. Madero ganó en forma arrolladora las elecciones, y cuando subió al poder presidencial tenía gran popularidad y prestigio; sin embargo, en forma lamentable, poco a poco fue perdiendo la confianza popular y la de los grupos revolucionarios que lo apoyaron, porque no cumplió sus promesas de campaña, plasmadas en el Plan de San Luis, que aseguraba cambios sociales tajantes en beneficio de la población mayoritaria del país, entre ellos, un programa de reparto agrario a la población más desprotegida. Uno de los grupos revolucionarios más inconformes por este incumplimiento, lo fue el encabezado por Emiliano Zapata en Morelos, quien provocó  a fines de 1911, la promulgación del Plan de Ayala, que desconocía a Madero como presidente y tenía como lema la proclama de Tierra y Libertad.
Por otro lado, el idealista y soñador de don Panchito, al asumir el poder, pretendió gobernar en forma inexperta e inocente, con todo el aparato gubernamental creado durante la dictadura de Díaz, dejando intacta la estructura burocrática, económica y militar del gobierno porfirista; el ejército quedó íntegro, encabezado por militares de alto rango que habían desarrollado su carrera durante el gobierno de don Porfirio, y por ello, admiraban a Díaz y no comulgaban con Madero y sus principios; entre ellos se encontraba un militar con fama bien cimentada de alcohólico, siniestro y sanguinario, llamado José Victoriano Huerta Márquez, quien nombrado por el propio Madero, actuaba en el momento del cuartelazo como jefe militar de la ciudad de México, y en forma insólita, con poderes sobre el ministro de Guerra, concedidos por el presidente.
Finalmente, quizá el error más  grave de Madero –y el primero– fue actuar como si no hubiese habido un movimiento revolucionario triunfador, y en vez de apresar o expulsar del país a los principales miembros de la estructura burocrática del gobierno porfirista, poniendo a su vez a gente que había luchado a su lado, se le ocurre conceder un interinato que continuó el gobierno porfirista (sin don Porfirio) a través de la gente de confianza del ex dictador, hecho que prolongó el mismo sistema corrompido que estaba combatiendo. Francisco León de la Barra (ministro de Relaciones Exteriores de don Porfirio) asume la presidencia interina, mientras llegaba la fecha de las elecciones, y como tal, controló a la mayoría de los miembros de los congresos, a casi todos los gobernadores del país, a la prensa, y a los altos mandos del ejército federal. Envió a Huerta a combatir a los “bandidos agraristas zapatistas” en Morelos, enemistando a Zapata con Madero; alentó a la prensa en sus ataques contra Madero; agudizó las contradicciones entre las fuerzas revolucionarias, y sirvió a la burocracia porfirista y al clero (que nunca quiso a Madero) procurando conservar sus privilegios. Cuando Madero ganó las elecciones con el mismo León de la Barra como contrincante, éste se fue del país, pero volvió en 1912, y fue uno de los principales instigadores contra el presidente Madero, en los días previos a la Decena Trágica.

El plan original para terminar con el gobierno de Madero, fue madurado en La Habana por el general Manuel Mondragón, un militar que durante el porfirismo hacía cuantiosos negocios con el gobierno, mediante la compraventa en el extranjero de armamento para el ejército. En principio, sus principales cómplices lo fueron el diputado y general retirado Gregorio Ruiz –fusilado en el Palacio Nacional, por órdenes del mismísimo Victoriano Huerta, en los inicios del levantamiento, para ganarse la confianza del presidente Madero– y el rico ingeniero porfirista Cecilio Ocón, empresario de origen mazatleco, que fue un porfirista contrarrevolucionario muy activo, y deseaba reponer al antiguo régimen con el cual había tenido también negocios muy lucrativos. Posteriormente, se agregaron al complot contra Madero el embajador norteamericano Henry Lane Wilson, quien creó y encabezó un frente diplomático antimaderista, debido a que Madero le dejó de pagar una gratificación mensual que Díaz le daba al deshonesto embajador, y a que Madero (a quien Lane llamaba públicamente “loco incapaz de gobernar”) impuso ciertas medidas nacionalistas como un impuesto a la explotación petrolera y una nueva legislación ferrocarrilera, que protegía a los trabajadores ferrocarrileros mexicanos; y el militar michoacano Aureliano Blanquet, ascendido a general por Madero poco antes del golpe, quien aprehendió y encerró a Madero y a Pino Suárez en una oficina del Palacio Nacional, hasta el momento en que se ordenaron sus asesinatos.
Dicho plan consistía en dar un golpe militar en la ciudad de México y sacar de la cárcel a los generales Reyes y Díaz, militares emblemáticos del antiguo régimen, para que asumieran la dirección del movimiento y uno de ellos supliera a Madero. Mondragón, Ruiz y Ocón, entraron en contacto con don Victoriano en los inicios del golpe solicitando su apoyo, y aunque en principio se hizo el taimado para formar parte de la conjura, nunca la delató. El plan se cumplió: Mondragón y sus cómplices sublevaron primero a varios regimientos militares de la capital y luego liberaron a los generales cautivos; Mondragón, acompañado de Félix Díaz, tomó con gran facilidad La Ciudadela, pues sus oficiales estaban de acuerdo con el movimiento; mientras, don Bernardo se dirigió al Palacio para retomarlo, y fue muerto por Adolfo Bassó, un capitán de fragata de origen campechano, quien se desempeñaba como intendente  del Palacio Nacional, hecho que frustró la conquista del simbólico edificio por los sublevados; sin embargo, la oculta complicidad de Huerta con éstos impidió la reconquista de La Ciudadela, situación que descubrió Gustavo el hermano de Madero, y la expuso al presidente con pruebas y con Huerta preso, pero el ingenuo de don Francisco, obliga a Gustavo a devolverle la libertad y la pistola a Victoriano, después de que éste niega su participación en el complot, le ruega al presidente su libertad y le jura que en 24 horas acabará con el levantamiento. Con ello, don Francisco I. Madero firmó su sentencia de muerte, la de Pino Suárez, la de Gustavo su hermano y la de Bassó, dándole paso a José Victoriano Huerta Márquez hacia la primera magistratura, pues Bernardo Reyes ya había muerto y Félix Díaz, que pretendía también suceder a su venerable tío como presidente, fue enviado por Huerta a la mexicana chingada poco después de estos hechos. Esa es la historia.

* Presidente de Guerrero Cul-tural Siglo XXI AC.

468 ad