Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jorge Zepeda Patterson

No soy un consumado observador de juegos de futbol por televisión, pero tengo la impresión de que algo grave sucedió en el partido entre México y Jamaica celebrado el miércoles pasado en el estadio Azteca. El público asistente terminó abucheando al equipo nacional con un estruendo y un ardor digno de mejores causas. No es la primera vez que sucede, pero la intensidad de la repulsa generalizada y los oles con los que se festinaban los pases del equipo jamaiquino, se parecían mucho al odio y al deseo de humillar. No fue una ola lo recorrió las tribunas sino un afán de linchamiento. Los integrantes del tricolor no habían tenido un buen desempeño, ciertamente, pero en los últimos minutos parecían jugadores llaneros, apabullados y confundidos por el rencor que descendía de las gradas.
Lo peor es que ni siquiera se trató de un “maracanazo”, es decir, un resultado oprobioso o trágico para los locales. El partido quedó empatado a cero y ambos equipos tuvieron oportunidades para ganarlo. Pero por la actitud del respetable uno habría pensado que nos habían goleado 7-0 y quitado toda posibilidad de ir al Mundial.
En la irritación insoportable que experimentaron las gradas hay un desdén por el rival que raya en el insulto. El enojo desproporcionado exhibido en el minuto 90 se alimenta de las expectativas desmedidas en el minuto cero. Hay una especie de bipolaridad emocional digna de revisarse. El partido arranca con un ánimo en las tribunas como si se tratase de un encuentro entre la selección de España (México) y un equipo de la preparatoria (Jamaica). A medida que transcurren los minutos y México no golea al rival, la impaciencia se convierte en irritación y la irritación en deseos de venganza. Como si el público se sintiera humillado por la decepción y buscara desprenderse de tal humillación trasladándola a los jugadores. De allí los oles de burla y ridiculización.
He visto lo suficiente para darme cuenta de que el público en los estadios de beisbol, futbol americano o basquetbol no suelen comportarse así. Con satisfacción he podido ver partidos de futbol europeo en los que las gradas saltan al ritmo de cánticos incomprensibles pese a que el equipo local pierde 3-0 (y no, no es la porra de la escuadra visitante).
¿Qué dice de nosotros un comportamiento así? Alguien podría argumentar que al menos nuestros estadios no exhiben la belicosidad que existe en el futbol europeo o argentino. Y tendrían razón, aunque algunas porras ultras de Pumas a veces se empeñen en demostrar lo contrario. Trasladado a Belfast o a Liverpool el partido del miércoles pasado, nunca habríamos visto a los aficionados corear oles o festejar al equipo contrario y probablemente habrían cantado a favor de la selección local hasta el último minuto. Pero es muy probable que algunos hinchas se hubieran dedicado a golpear a aficionados del bando contrario al terminar el partido.
Pero yo estoy hablando del comportamiento del público del estadio en su conjunto, no de los excesos que 100 o 200 puedan cometer al término del encuentro.
Mientras que en otras latitudes el sentido de pertenencia raya en la militancia, acá se parece mucho a la flagelación y la auto conmiseración. La decepción está a flor de piel porque las expectativas son desmedidas. Nunca somos tan buenos como se cree al inicio del partido ni tan malos como se sentencia al final de encuentros decepcionantes como este.
Da la impresión de que la única manera en que el público puede soportar la frustración es deslindándose de su equipo. Al arranque del partido todos somos el tricolor. “Vamos a ganar 3-0”, se dice. Pero al medio tiempo y luego de dos goles fallidos, comienza el desplazamiento del primera persona en plural a tercera persona. “Son unos idiotas”. Y hacia finales del partido el deslinde es total: justamente el abucheo tiene el objeto de separar a la cancha de la tribuna. “Ya no somos uno, eres tú y no yo el que está haciendo el ridículo”.
No sé si la apatía política o la imposibilidad de combatir la corrupción (“porque todos lo hacen”) tenga que ver con estos comportamientos derrotistas. Lo que si sé es que la falta absoluta de solidaridad con jugadores que están haciendo todo su esfuerzo en la cancha (eso era visible) y las ganas de humillarlos, es muy sintomático de la vida pública que tenemos. Me parece.

@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net

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