Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jesús Mendoza Zaragoza

Desde la autodefensa hacia una
ciudadanía para la paz

Es penoso que desde la clase política y desde los medios afines al gobierno no se haga una lectura adecuada de los movimientos de autodefensa ciudadana que se han dado en el estado de Guerrero y, sobre todo, en la Costa Chica. Un caso muy visible es el del señor Beltrones, coordinador de la fracción priísta en la Cámara de Diputados, quien al hacer su lectura de este hecho, los considera como una mera amenaza social y como una transgresión de la ley sin más. Es claro que esta manera de interpretar estas iniciativas ciudadanas inusuales y desesperadas se hace desde un interés político que poco tiene que ver con el inmenso dolor que pesa por la población y con el bienestar de los pueblos.
Creo que se hacen necesarias otras lecturas que ponderen el significado y el mensaje del clamor de pueblos que han decidido tomar las armas en sus manos para repeler a los delincuentes, simplemente porque los políticos no han cumplido su obligación. ¿Acaso el diputado Beltrones no se siente aludido y no se da cuenta de que las instituciones públicas, incluyendo a las legislaturas y a los partidos políticos, son las grandes responsables de la violencia por omisión o por complicidad ya que no han estado a la altura de lo que el país necesita?
Creo que este movimiento, cuestionado por el uso de las armas y por atribuirse facultades para hacer juicios, aún así representa un mensaje positivo en términos de participación ciudadana. La emergencia ante la violencia desató en los pueblos, que han protagonizado la autodefensa contra el crimen organizado, una movilización impresionante en la que han buscado darse a sí mismos la seguridad que necesitan. Esta acción masiva contrasta con la actitud resignada y fatalista de muchos que no se mueven para nada y se conforman con lamentos y recriminaciones.
La autodefensa como expresión ciudadana debe evolucionar en el sentido de una ciudadanía para la paz y evitar a toda costa que pueda derivar en el paramilitarismo. Esto es lo deseable y absolutamente necesario. Esta ciudadanía es clave para afrontar la complejidad de las violencias que nos tienen atrapados. El gran mérito de esos pueblos de la Costa Chica es que largaron el miedo y se pusieron de pie para decir con voz firme que están dispuestos incluso a morir para cambiar la humillante suerte de vivir en el miedo y en la rabia.
Una ciudadanía para la paz es clave para movilizar conciencias y para accionar estrategias ciudadanas que tengan incidencia pública. Las autodefensas guerrerenses y las que vayan apareciendo en el país nos dan un mensaje de inconformidad ante las omisiones y estrategias de las instituciones públicas y, a la vez, de responsabilización social. Esto es lo que importa, y en este sentido, son una propuesta digna de tomarse en cuenta. Estamos ante una sociedad civil que está emergiendo y se va desarrollando. Esta sociedad civil está enfocada hacia el bienestar de la comunidad, en la defensa de los derechos humanos y no está enfocada a la lucha por el poder político.
La ciudadanía para la paz puede tener una magnífica incidencia social en la medida en que estimule la responsabilidad en el interior de la sociedad y construya vínculos y acuerdos con actores diversos con una agenda a la medida de las necesidades y circunstancias de la sociedad. Esta incidencia social se puede desarrollar mediante la gestión de proyectos de desarrollo y la exigencia de respeto a los derechos humanos, incluyendo los derechos de los pueblos.
Pero la ciudadanía para la paz no se restringe a la incidencia social sino que tiene que incluir una necesaria incidencia política. Tiene que incidir en una manera de reconfiguración del Estado de derecho mediante una reorientación o rehabilitación ética de la política. Esta ciudadanía para la paz puede empujar reformas a la arquitectura institucional del Estado, de manera que las instituciones recuperen su identidad de servicio público y generen condiciones de justicia y de paz social. Necesitamos instituciones eficaces que no defrauden a la sociedad y para prevenir movilizaciones como las autodefensas.
Los ciudadanos que están al margen de los espacios del poder público pueden darle otro rostro a la política. En este sentido, pueden influir en la toma de decisiones en los asuntos públicos, empezando en los entornos comunitarios hasta los más complejos. Los pueblos indígenas y la gente del campo están ocupando el escenario público y en justicia debiéramos apreciar este hecho como un signo alentador. El deseo intenso de seguridad los ha concentrado en las modestas plazas públicas para tomar decisiones en torno a su propio dolor. Y, más allá de las consabidas leguleyadas de sus detractores, lograron resultados que les benefician en términos de seguridad.
La ciudadanía para la paz implica una viva aspiración a la paz, que está más allá de la mera seguridad pública, que muestra acotamientos y distorsiones evidentes. La ciudadanía para la paz está más a tono con lo que se denomina seguridad humana o ciudadana, la que implica la construcción de las condiciones económicas, políticas, sociales, ambientales y culturales necesarias para que cada persona tenga a su alcance las oportunidades que necesita para vivir con dignidad. Falta, ciertamente, mucho trecho para que esta aspiración se haga realidad pero, precisamente, por esa razón necesitamos de una ciudadanía para la paz, que se constituye cuando a toda la actividad ciudadana se le imprime el enfoque de construcción de la paz a corto, mediano y largo plazo.

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