Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Zona Roja

Un abrazo cariñoso para Los Terrazas de La Sabana, por el deceso de Alfonso, viejo y querido amigo

Mayambé

Mayambé fue el nombre de un bailarín travesti cuyo espectáculo batió récord de permanencia con 20 años en el escenario del cabaret Afrocasino La Huerta, en la Zona Roja de Acapulco. La danza voluptuosa de una “dama” escultural y glamorosa entusiasmaba a un público mayoritariamente masculino, mientras que la sorpresa final lo hacía bramar de júbilo. Muchos turistas extranjeros entre ellos, además de los periodistas Carlos Toby Bello (La Verdad) y Chema Gómez (El Gráfico y Prensa Libre).
¿Mayambé? José de Jesús Sansores Pech había sido uno de los alumnos más aventajados de la escuela de Danza de Bellas Artes de Mérida, Yucatán, discípulo de la ameritada maestra Socorrito Cerón. Termina sus estudios a los 20 años y no habiendo posibilidades de dedicarse profesionalmente a la danza clásica, opta por el burlesque. Su figura delgada y rostro agradable le permiten una sorprendente caracterización femenina, ayudado con dos cojincitos aquí, otro más abajo y, por supuesto, kilos de maquillaje. Dio sus primeros pasos en los centros nocturnos El Jaguar y el Yaanal Lu´um, de su tierra. Allá nadie pregunta por el significado de Mayambé pues hasta los niños saben que es “sendero maya”.
Viajeros acapulqueños de la blanca Mérida recomiendan a Alfonso El Secre Valverde el show de Mayambé: atrevido y muy cachondo –lo describen–, que ni mandado a hacer para la “Táhuer” (nombre críptico de La Huerta, usado en público y en reuniones familiares). Lo ponderan con tal entusiasmo que el hijo de Doña Lipa Valverde (fundadora de la empresa con el cabaret Rio Rita), se pondrá inmediatamente en contacto con el señor Sansores Pech. El propio bailarín se traslada al puerto para una demostración in situ. La contratación se produce a principio de los años 70 y la publicidad del show no mencionará la palabra travesti, por el contrario, la presenta como “Mayambé, la mujer misterio”.

Chotain

El éxito de Mayambé en el Afrocasino La Huerta será rotundo y de ello habla su larga permanencia en el lugar. De ahí saltará a otros escenarios como los teatros Blanquita y Manolo Fábregas, ambos de la ciudad de México. En este último forma parte del elenco de la pieza musical Hello, Dolly, con Libertad Lamarque. El aura erótica del yucateco será aprovechada por el cine en películas como Amor a la vuelta de la esquina, Carnaval en Mazatlán y La isla de los hombres solos. El escritor Jorge Arvizu lo hace personaje de su novela Nostoc.
“¡Chotain!” anuncia una voz en off con redoble de tambores. El M.C. (maestro de ceremonias, por lo regular un guía de turistas con dominio del inglés), hace la presentación de la primera variedad de la noche.
–”Con ustedes, por primera vez en Acapulco, directamente de Las Vegas, la grandiosa, la espectacular, la deslumbrante, la única Mayambé. La mujer misterio que con sus movimientos sensuales hechiza a los hombres y los hace estremecer de pasión. Recibámosla con un fuerte aplauso, como ella se lo merece”…

El escenario

El vestido del personaje, entallado y de pedrería, termina en una gran cola que arrastra pesadamente, espectacular e impresionando por su derroche de efectos luminosos. Y más: dos gigantescas alas confeccionadas con plumas la envuelven delicadamente haciéndola aparecer como una frágil mariposa. “Deshecha de ellas –dice una crónica anónima–, avanzaba al ritmo de la música sensual, haciendo su baile cada vez más atrevido y sin pudor. Los varones del público, hechizados, lanzaban gritos de ¡mamacita!, ¡mucha ropa!, ¡pelos, pelos!, ignorados por ella, posesionada del personaje Mayambé”.
Siguiendo el ritmo de los tambores, “la mujer misterio” baja del escenario y se confundía entre el público hasta llegar a su “presa”, casi siempre un turista extranjero. Se le acerca sobándole la cabeza para luego sentarse en sus piernas besándolo abiertamente en la boca. El hombre se deja querer gozando de aquellos arrumacos hasta atreverse a meterle la mano en la entrepierna. La palpa y soba. Ella aparenta gozar incluso hasta llegar al éxtasis. Luego de provocar a otros dos o tres turistas, Mayambé vuelve al escenario para despojarse, siempre al ritmo de la música, del vestido, las zapatillas de tacón de aguja 15 y las medias de red.
Enseguida, acompañada de los aplausos, gritos y jadeos frenéticos de una jauría arrecha, se despoja finalmente de la peluca, el corpiño y todo lo demás. Un ¡aaaahhh! surgido de todas las gargantas ahí reunidas era el mejor reconocimiento para el transformista. Las víctimas, en tanto, recibían las burlas más sangrientas de compañeros y vecinos de mesa haciendo que algunos de ellos salieran volando al baño dizque a vomitar.
Una variante del espectáculo lo hace Mayambé cuando el público es escaso. Entonces, cumpliendo la misma secuencia, se despatarra al borde del templete hasta donde llegan los voluntarios en disciplinada cola para hurgarle e incluso besarle la entrepierna. El resultaba no era diferente. El escribano tuvo un amigo profesor que cumplía muy frecuentemente con ese ritual, manifestándose cada vez sorprendido por el descubrimiento. “Se la comía”, en definición precisa del licenciado Rebolledo..
José de Jesús Sansores Pech, Mayambé, volverá a su tierra para morir víctima de un cáncer óseo. Su tumba siempre tiene flores frescas.
NOTA: No será revelada la identidad del lector que haga un añadido, corrección o rectificación a esta crónica ¡Por ésta!

La Zonaja

La primera” zona de tolerancia” de Acapulco se formaliza quizás en los años 30 en la calle Humboldt, entre Aquiles Serdán y Alvaro Obregón (hoy Cuauhtémoc). Allí, el más famoso tugurio era el Foco Rojo atendido por doña Susy y sus pupilas Gude, La Rompecatres, La Jedionda, La Pelos y La Petacona. (¿zona de tolerancia? –se preguntaba indignado un maestro jubilado–, ¿donde no se tolera una pinche miada al aire?).
Mucho antes, quizás en los albores de los años veinte, el comercio carnal se estableció en el cerro de La Candelaria, seguramente para captar a los marinos particularmente jariosos. Ahí, las hetairas más solicitadas fueron La niña verde (¡desde endenantes!), La nalgona, La Picospardos y La Güila.
Siempre empujada por la mancha urbana, la también zonaja se instala finalmente en Aguas Blancas, donde permanece hasta hoy aparentemente liquidada. Allí surge por los años 40 el famoso cabaret Rio Rita (hoy Arcelia), antecedente familiar del Afrocasino La Huerta. Algunos lenones muy populares son recordados por el escritor Alejandro Gómez Maganda en su libro Acapulco en mi vida y en mi tiempo:
“Florindo Flores (“de la Floresta”, endilgaban los bromistas), que se da carmín en las mejillas y usa choclos de anchas agujetas; Custodio, El Mariposo y Felipón. Cuando la flota americana se encuentra surta en la bahía, una parvada de chicos a quienes se apoda “remolcadores”, guían hacia los lupanares a la marinería y a las piqueras de baja estofa”. Recibían doble propina, del “remolcado” y del congal.

Talúa

La Rio Rita tuvo preeminencia incluso hasta los últimos años sesentas, antes de transformarse en La Huerta, junto con El Tívoli y El Burro. En este último triunfó noche a noche “Talúa, la diosa blanca de los ritmos negros”, dueña de un dominio muscular sorprendente. Los glúteos, por ejemplo, los movía a voluntad y llevando con ellos todos los ritmos de sus tambores. No pocas afamadas vedettes vinieron al puerto para recibir secretamente clases de ella y entre algunas Lin May. Talúa vivió de la caridad pública los últimos años de su vida, cantaba en la vía pública y en los camiones.
En el 13 Negro de la zonaja, cuya actividad se iniciaba a las tres de la mañana, las parrandas se prolongaban hasta las doce horas más tarde. Hoy allá sólo quedan tres lugares con pista para bailar: El Sarape, Arcelia y Temikos, además de varias cantinas con sinfonolas. O rockola, como también se llamó al voluminoso aparato toca discos.
Así como se acusa hoy a un meteorito de la desaparición de los dinosaurios sobre la faz de la tierra, hay quienes aseguran que la Zona Roja de Acapulco murió por culpa de los table dance que, como hoy los Oxxo, invadieron la ciudad llegando incluso a pocos pasos de la Catedral de Nuestra Sesñora de la Soledad. Desaparición parcial, por supuesto, porque está vivita y coleando entre Cuauhtémoc y la costera Alemán, ahora llamada La Zonita.
La Zona Roja de Acapulco atrajo en distintas épocas a escritores, poetas pintores y cineastas, seducidos por la magia y el encanto descubiertos por ellos mismos. Emilio Indio Fernández fue el más afamado. Filma aquí en 1976 la película Zona Roja, con libro cinematográfico acreditado a él mismo y al enorme talento de José Revueltas. Un caso curioso: filmada aquí, los exteriores de la cinta son veracruzanos. La estrella es la hermosa huetamense (de Huetamo, pues), Fanny Cano, acompañada por María Sorté, Meche Carreño, Lina Michel, Adriana Roel, entre otras bellas. Una película que ni mandada hacer para los voyeristas con hora y media de “chichis al aire”, como decía la abuela. Está en Internet.

Congo 69

El señor diputado de la historia pertenece a esa estirpe de borrachos que, estándolo, se tornan insolentes, majaderos, insoportables en una palabra. Llega al cabaret Congo 69, una terraza en el corazón de la Zona Roja atraído por el show de medianoche. Lo acompañan una docena de escuderos entre amigos, periodistas y guaruras. Se viven los años 70.
Solícito, Tomás Guerrero, propietario del lugar atiende al señor diputado con quien cuchichea. Inmediatamente se colocan nuevas mesas para ser ocupadas por olorosas mesalinas casi en pelotas. Al jefe se le reserva la estrella del espectáculo. Se llama Gloriela y es la sensación del momento por su bello rostro, su cuerpo de tentación, como se decía entonces, y sus danzas sensuales. También porque cotiza sus servicios extracurriculares en cinco mil pesos.
–Si no son mameyes, ¡pendejo!, contesta airada la bella dama cuando el señor diputado le pide una rebajita, aunque sea del 50 por ciento porque ando quebrado, le pide.
–Yo ya me voy, este cabrón ya se empedó y así no hay quien lo aguante, anuncia uno de los contertulios a eso de las tres de la mañana.
Y así uno tras otro hasta dejar solo al representante popular, sin él percibirlo porque ronca como fuelle viejo botado sobre la mesa.
Será a eso de las 7 de la mañana cuando el representante popular dé señales de vida con una estentórea amenaza.
–¡Tomás, quítame ese pinche reflector de la cara o lo apago a balazos, cabrón. Tomás, hijo de la chingada, te voy a cerrar este pinche burdel, quítame el reflector de encima!…
Un temeroso Tomás Guerrero corre como gamo hasta donde se encuentra el señor diputado. Se sienta junto a él, lo abraza y le anuncia que la cuenta ya está pagada. Ésta es su casa, señor, lo reverencia.
–¡Y el reflector, cabrón –insiste aquel–, ¡quitámelo de encima o lo apago de un plomazo!
–Perdone, mi lik, pero no hay ningún reflector, ¡es el sol!

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