Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Julio Moguel

HOY, HACE DOSCIENTOS AÑOS

* Las batallas de Morelos

Tomar el fuerte de San Diego

Hoy, hace 200 años (22 de febrero de 1813), Morelos se encuentra en Yanhuitlán, y se dirige sin pérdida de tiempo hacia el puerto de Acapulco, plaza que ahora atacará sin ninguna reserva hasta alcanzar el objetivo mayor de su nueva campaña, a saber: conquistar el fuerte de San Diego. Su ejército transitará desde ese pueblo de la intendencia oaxaqueña por Tlaxiaco, Amuzgo y Ometepec, concluyendo su nuevo periplo el 29 de marzo, día en el que llega al campamento insurgente ya instalado de El Veladero. Su fuerza efectiva, sumados los que llegan desde Oaxaca con él y los que ya se encontraban allí bajo las órdenes de Julián de Ávila, sumaba alrededor de dos mil hombres y algunas piezas de artillería.
La historia –lo sabe entonces Morelos– tendrá en ese específico momento de arribo al puerto de Acapulco su momento preciso de máxima definición, pues marcará la guerra toda con un antes y un después que ya nadie podrá modificar. Pero eso no altera el ánimo y el temple del cura de Carácuaro, acostumbrado ya, como sabemos, a implicarse en los más diversos combates sobre el terreno sin perder de vista el plano mayor –nacional, pero sin duda también internacional– de la confrontación.
Ya entraremos en su momento a la discusión sobre si la decisión de Morelos de lanzarse sobre el puerto de Acapulco en lugar de tomar el camino hacia el Centro (en la ruta de Puebla y de la ciudad de México) fue o no una decisión equivocada. (Julio Zárate por ejemplo, en México a través de los siglos, opina que se trató de “un error fatal”). Me conformaré aquí con mencionar que en su determinación para marcar la ruta de Acapulco como nuevo punto de llegada en la guerra nacional se implicaron importantísimos factores de naturaleza distinta a la propiamente militar. Agregando a esta línea de argumentación la convicción de que la consideración de tales elementos en el balance historiográfico matiza o modifica necesariamente una aseveración tan tajante y negativa como la de Zárate, pues –como pretendo demostrar– la ruta que llevaba a ganar la plaza de Puebla para lanzarse desde allí a la capital del virreinato no estaba en absoluto asegurada, con el agravante, para las fuerzas comandadas por Morelos, de que aún no se había establecido un mando único legítimo y legal en las fuerzas insurgentes del país (se vive el tiempo más agudo de la contradicción de Morelos con las fuerzas de Ignacio López Rayón).
Trataré de ubicar en el espacio que queda de esta colaboración la visión que poco antes del inicio del cerco insurgente sobre Acapulco y el fuerte de San Diego tenía Morelos sobre la circunstancia internacional. La que se encuentra plenamente desplegada en una misiva que el cura de Carácuaro envía al intendente de Tecpan, Ignacio Ayala, desde el ya mencionado pueblo de Yanhuitlán: “Es indispensable que tengamos cuanto antes un puerto, pues de su posesión obtendremos inmensas ventajas… Ya estamos en predicamento firme; Oaxaca es el pie de la conquista del reino. Acapulco es una de sus puertas, que debemos adquirir y cuidar como segunda después de Veracruz, pues aunque la tercera es San Blas, pero adquiridas las dos primeras, ríase V. S. de la tercera.”
Y en la misma carta a Ayala, Morelos añadía: “El francés ya está en Cádiz, pero tan gastado que no se repone en dos años que nos faltan, y entonces ya lo esperaremos en Veracruz. El inglés me escribe como proponiéndome que ayudará, si nos obligamos a pagarle los millones que le deben los gachupines comerciantes de México, Veracruz y Cádiz. El anglo-americano me ha escrito a favor, pero me han interceptado los pliegos, y estoy al abrir comunicación con él y será puramente de comercio, a feria de grana y otros efectos por fusiles, pues no tenemos necesidad de obligar a la nación a pagar dependencias viejas, ilegítimamente contraídas y a favor de nuestros enemigos. Ya no estamos en aquel estado de aflicción, como cuando comisioné para los Estados Unidos al inglés David con Tavares, en cuyo apuro les cedía la provincia de Texas…”
El texto aquí citado muestra a un Morelos plenamente instalado ya en la idea de gobernar al país. Para ser más precisos: muestra a nuestro general de mil batallas pensándose a sí mismo como estadista y cabeza indisputable del poder ejecutivo nacional. Tomar el puerto de Acapulco forma parte entonces de un movimiento en el que se dibujan en perspectiva otros dos triunfos que Morelos cree que es posible alcanzar en poco tiempo: en primerísimo lugar la plaza de Veracruz; en segundo la del puerto de San Blas (con lo que se tendrá a la mano las tres “puertas” del país). Remite en la consideración o cálculo de dichas posibilidades de triunfo no tanto a una específica valoración de las relaciones de fuerza en el plano nacional (parecería que Morelos da en ese momento por descontado que se tiene ya una definida ventaja militar), sino a las condiciones favorables que en la visión del generalísimo se dan en esa específica etapa de la lucha considerando los hechos desde la perspectiva que ofrece el plano internacional: “el francés ya está (…) tan gastado que no se repone en dos años (…)”; “El inglés (ayudará) si nos obligamos a pagarle los millones que le deben los gachupines (…)”; y con los anglo-americanos se abre una perspectiva positiva, pues dado su interés básicamente “de comercio” no habrá “necesidad de obligar a la nación a pagar dependencias viejas”.
Puede entenderse ahora con relativa facilidad los posibles errores de cálculo cometidos por Morelos al pretender abarcar de una sola mirada el plano internacional, pues la información que llega entonces desde España o Europa tarda semanas en conocerse. Pero tales restricciones o limitaciones de la época no quitan mérito alguno al líder insurgente en su afán por establecer el nuevo marco en el que se mueve la insurgencia desde el momento en que alcanzó el triunfo sobre la plaza de Oaxaca (el 25 de noviembre de 1812), a saber: la de actuar ya no sólo como fuerza beligerante en lucha contra el poder imperial, sino también y de manera decisiva como un poder estatal alternativo, con un territorio propio y soberano (al que sólo le faltaba, veíamos, el puerto de Acapulco).
Ampliaré más adelante el análisis sobre este punto y regresaré al ya mencionado tema de la contradicción entre las fuerzas comandadas por Morelos y las representadas por Rayón.

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