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Se fueron en octubre al campo melonero de Ajuchitlán; almorzaban cuando los mataron

Luis Daniel Nava

Mitlancingo, Ahuacuotzingo

Indignación, rabia pero también miedo hay entre los habitantes de esta comunidad de la Montaña, de donde eran originarios la mayoría de los jornaleros asesinados el domingo en un campo melonero de San Pablo Oriente, municipio de Ajuchitlán.
Por la mañana del martes, horas antes de recibir los cuerpos de cinco de sus pobladores, entre ellos dos menores de edad, asesinados con el tiro de gracia allá en la Tierra Caliente a la hora del almuerzo, el comisario y los pobladores acordaron no recibir a ninguna persona extraña al domicilio de los deudos ni que sus mujeres den la cara.
Por la tarde, en el humilde hogar donde más tarde se recibirán cuatro de los cinco cuerpos, hay dos toldos y algunas sillas, los familiares, todos hombres son herméticos y firmes en no hacer alguna declaración a la prensa ni dejar tomar fotografías ni video.
“¿En qué nos beneficia a nosotros?, ellos se van a dejar venir y nos asesinan, cuando se va acabar eso ¡nunca!”, denuncian con coraje.
Entonces, lanzan su exigencia de seguridad, “nos habría de gustar una palabra, que dijeran, ‘saben qué, todos ustedes son los afectados, traigo una orden que aquí los van a estar cuidando, resguardando’, pero eso ¿cuándo chingado?”.
“¡El gobierno lo que cuida es su bolsa, a nosotros que nos lleve la chingada!, así de fácil”.
“¡Es lo que me está dando más rabia!, que estoy perdiendo a un familiar, es lo que me está dando rabia, que caramba inocentemente, trabajando y almorzando y ahí llegan y les pegan, ¡ah cabrón no!”.
Los familiares se disculpan con el reportero éste se retira del domicilio en Mitlancingo, pueblo al que se accede luego de subir y después bajar al fondo de los cerros por una hora y media un camino de terracería, desde Chilapa.
En la casa del comisariado de Bienes Ejidales, cuyo hijo Alfonso Cirilo Huerta también fue victimado y su cuerpo traído en la noche, tampoco hay información ni acceso a nadie.
Mitlancingo, según cifras del gobierno federal tiene mil 4 habitantes, pero los vecinos dicen que son 400, otros que sólo hay 300; la realidad es que cada año la mitad de la población, sobre todo los jóvenes, se van a trabajar a los campos meloneros en la Tierra Caliente, a los estados del norte del país y algunos a los Estados Unidos.
En la comunidad se quedan las mujeres, niños, los señores de más edad y contados jóvenes a cuidar sus cultivos de autoconsumo como el maíz, frijol, calabaza, cacahuate, y a sus animales de granja: gallinas, cerdos, chivos, vacas, burros, caballos.
Con el sol cayendo a plomo en las calles de tierra y empedradas, otros pobladores dicen que se ven en la necesidad de salir a trabajar porque ahí la gente es muy pobre “no porque quieran ir a pasear”.
“Aquí, no hay trabajo, no hay dinero, ni siquiera para que se vista uno”, lamenta un vecino.
Los que aún conservan familiares trabajando como jornaleros quieren que se regresen al pueblo a sembrar su maíz, están preocupados por la masacre en Tierra Caliente que dejó afectada, más que a ninguna, a esta comunidad.
“No vale la pena perder la vida, aquí vamos a comer lo que haya, vamos a recoger la mazorquita”, expresa el vecino.
Los jornaleros, al regresar a su comunidad se dedican a sembrar, de mayo a junio, para después guardar la cosecha que servirá para alimentar a sus familias los meses del año en que vuelven a migrar para trabajar en otras tierras por contrato.
Desde octubre, los pobladores de esta comunidad, al igual que miles de está región de la Montaña pasan a la llamada Casa del Campesino en Chilapa a buscar un contrato para trabajar en los campos de diferentes partes del país y a registrarse para ser beneficiarios, con una cuota de 5 pesos, al seguro del Fondo de Previsión Social para Trabajadores Agrícolas del Estado (Fopresol) del gobierno del estado. El seguro cubre el fallecimiento del titular, que puede tener entre 12 y 70 años de edad; no obstante el seguro no cubre la muerte en caso de que los jornaleros sean asesinados, como ahora sucedió.
La oferta con que los contratistas enganchan a los trabajadores dice que el salario diario es de 110 pesos y 70 pesos por hora extra laborada, además de que serán transportados de ida y vuelta de manera gratuita.
A las 7:50 de la noche, en Metlancingo que está prácticamente a oscuras y en silencio, se escuchan tres anuncios por el “tocadisco”, como llaman al apartado de sonido que anuncia:
“La familia Ramírez está citando a todos los señores y jóvenes que tengan la buena voluntad para que puedan acompañar hoy de 9 a 10 para bajar los cuerpos que vienen de Altamirano”.
Y en efecto, minutos antes de las 10 de la noche, tres cohetes truenan en el aire anunciando que han llegado los cinco cuerpos, que vienen amontonados en una sola camioneta de una funeraria de Iguala, acompañados por un solo familiar, sin vigilancia, sin protección.
A la comunidad ninguna autoridad de ningún nivel de gobierno, ningún representante popular, ni de la empresa michoacana que los contrató, la Legumbrera San Luis, acudió a dar una explicación o por lo menos el pésame a los familiares de los fallecidos.
Así como Luis Fernando Ramírez de 17 años; Heriberto Ramírez de 15; Fidel Ramírez de 35; Zacarías Ramírez de 25 y Alfonso Cirilo de 24 partieron, así llegaron: solos, pero ahora en ataúdes y con sus vidas se extinguió la esperanza de sus familiares de poder mitigar su precaria realidad.
Ayer muy temprano, otro anuncio citó a los pobladores al panteón para ayudar a hacer las excavaciones donde serán enterrados los cuerpos de los jóvenes jornaleros por la tarde.
La comunidad está de luto.

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