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Raymundo Riva Palacio

PORTARRETRATO

* El último caudillo

En vida como tras su muerte, Hugo Chávez será una figura que polariza.
Cientos de miles de personas genuinamente afligidas y en llanto que caminaron kilómetros para poderlo ver en el ataúd son parte de su legado, a quienes buscó beneficiar con políticas sociales que sacaron a millones de la extrema pobreza mediante una creciente intervención del Estado en la economía que, como consecuencia, tiene a Venezuela en el umbral del desastre económico.
Con Chávez nunca hubo término medio, y le dio a Venezuela y a su vida política un sentido que nunca, ni en los mejores tiempos de Carlos Andrés Pérez, tuvo: el sueño de un liderazgo latinoamericano que sirviera como una de las trincheras del mundo ante el imperialismo encabezado por Estados Unidos. Sin ser mesiánico, Chávez se veía como la reencarnación política de Simón Bolívar, sobre cuya memoria juró en 1983, bajo el árbol en uno de sus campamentos durante la guerra por la Independencia dos siglos antes, que no descansaría hasta “romper las cadenas de los poderosos que nos oprimen”.
Aquél desconocido capitán del Ejército se convirtió 30 años después en la figura más polémica del Continente. Comenzó a gobernar en forma moderada cuando llegó a la Presidencia en 1999 y una década después, con la reforma constitucional para levantar los límites a la reelección, se constituyó en un moderno tipo de caudillo que fue capaz de utilizar el marco democrático para ejercer un liderazgo autoritario que minó, precisamente, la democracia, vista como un sistema de organización social para todos, con pesos y contrapesos.
La fuerza de Chávez no fue sólo producto de la circunstancia. Fue una figura carismática y con enorme talento como comunicador, pero sobretodo, porque en ello se fincó, un político talentoso que enfrentó a una oposición en Venezuela que jamás estuvo a la altura del desafío que les representaba.
Utilizó recursos democráticos, como el referéndum, para darle la vuelta a las acotaciones constitucionales y llevar adelante su programa, el “Socialismo del Siglo XXI”, que incluyó la nacionalización de amplios sectores de la economía –incluidos los estratégicos de hidrocarburos, energía eléctrica y telecomunicaciones–, la expropiación de más de mil empresas, fincas y propiedades urbanas, sin compensaciones en muchos de los casos bajo el argumento que eran corruptos y que beneficiarían a los pobres.
Todas las reformas programáticas se fincaron en un barril de petróleo superior a los 100 dólares, que le permitió dilapidar la riqueza energética venezolana para subsidiar naciones. El petróleo venezolano inyectó vida a Cuba, Nicaragua y República Dominicana, que sin Chávez entrarán en nuevos periodos de turbulencia económica, y le dio apoyos políticos a Argentina y Brasil. Se convirtió en soporte y guía de los presidentes Evo Morales de Bolivia, y Rafael Correa de Ecuador, y la cabeza de playa de Irán, al forjar una relación política sólida con el presidente Mahmud Ahmadinejad.
Chávez irradió un expansionismo político en Latinoamérica como no lo habían tenido los venezolanos. Antes que él, Carlos Andrés Pérez fue uno de los promotores más activos del Tercer Mundo y de la Social Democracia, pero su influencia en un mundo bipolar nunca alcanzó los niveles de Chávez que se convirtió, a diferencia de su antecesor, en uno de los enemigos más molestos y difíciles de combatir de Estados Unidos, que no deseaban una figura popular entre las masas, antagonista a sus políticas.
Las políticas de Chávez generaron apoyos en un creciente número de países latinoamericanos que acudían a él por subsidios petroleros, y consolidó sus bases dentro de Venezuela al repartir dinero entre los pobres y dar grandes márgenes de acción a sus camisas rojas para generar economías informales sustentadas en la corrupción. El modelo se sustentaba en el alto precio del barril de petróleo –que incluso le dio a su aparato de propaganda para pagar alrededor de 30 mil euros a la firma Williams para que le diera un asiento en sus autos de Fórmula Uno a Pastor Maldonado–, pero que en 2012 tuvo un punto de inflexión dramático que apuntaba hacia un final económico desastroso.
Pese al alto precio del petróleo, el déficit del Producto Interno Bruto creció de 4 por ciento en 2011, a 12 por ciento el año pasado, mientras que la plataforma de producción se redujo en menos de dos años de 2.5 millones de barriles al día, a 3.2 millones. La caída en la producción venezolana estaba tan asimilada ya en los mercados internacionales que la muerte de Chávez no produjo, hasta ahora, ninguna alteración en los precios. Pero internamente hubo otro tipo de complicaciones.
En el sector petrolero, los accidentes en las refinerías se incrementaron por la falta de mantenimiento e inversión, lo que obligó a Venezuela a importar hidrocarburos, con lo cual los precios al consumidor se elevaron 10 veces durante los 14 años de gobierno de Chávez. El espejismo del petróleo fue el dinamo que impulsó las nacionalizaciones y expropiaciones, al no importarle a su gobierno el estímulo a la inversión extranjera, que cayó de 2.9 por ciento del Producto Nacional Bruto (PNB) cuando llegó al poder, a 1.7 po0r ciento en 2011. Reflejo también de esa política fue la capitalización de las empresas en la Bolsa, que se fue del 7.6 por ciento del PNB en 1999, a 1.6 por ciento en 2011.
No hay datos precisos sobre la fuga de capitales que provocó su conducción económica, pero el mercado negro de divisas se disparó. De una tasa oficial del bolívar de 6 por dólar, actualmente el cambio negro de divisas se encuentra, a la vista de todos, desde que uno llega al aeropuerto de Maracaibo, en 20 por dólar. Entre más intervencionismo del Estado hizo Chávez sobre la economía, menos recursos externos tuvo para mantenerla sana y más deuda interna adquirió. En su periodo de gobierno, se fue de 28 mil millones de dólares, a 90 mil: 300 por ciento de incremento.
El gasto público no se fue a bienes de producción, sino a su programa social. Buena parte de esa deuda, de acuerdo con analistas, se fue al subsidio de alimentos, salud, educación y vivienda para las clases más marginadas. El sueño revolucionario de Chávez tuvo sus claroscuros, y si bien elevó la calidad de vida de cientos de miles de venezolanos, al mismo tiempo los metió en dinámicas económicas perversas donde para enfrentar el deterioro propició apagones para ahorro de consumo eléctrico, déficit de alimentos y medicinas para administrar los inventarios y una caída en la fuerza laboral de 52 por ciento de cuando comenzó su gobierno, a 46 por ciento.
Amplios subsidios y ayuda solidaria sin capacidad productiva, ha sido la marca de los últimos años en Venezuela, donde la externalidad fue la delincuencia. Para un turista siempre le era recomendado tener mucho cuidado al salir del hotel y no pocas veces era acompañado hasta lugar seguro para evitar que lo asaltaran. Había zonas en Caracas donde recomendaban jamás transitar y la violencia callejera escaló sin problemas. Las tasas de crímenes del fuero común se triplicaron en el gobierno de Chávez, y el año pasado, el número de homicidios llegó a 16 mil.
Venezuela no estalló por la fuerza que emanaba Chávez. Pero el chavismo sin Chávez sólo parece tener una fuerza inercial. La gravedad del presidente muerto en América Latina ha sido comparada con la Juan Domingo Perón en Argentina, y con la de Fidel Castro en Cuba, en momentos y coyunturas particulares. El caudillismo en la región, que ha sido inseparable de la política, tuvo en Hugo Chávez su último exponente de altura, donde herederos, en el paisaje latinoamericano, no se ven.

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