Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Eduardo Pérez Haro

A 100 días: la transformación de México (idea, sociedad y Estado)

Para Raúl y Alma

Los 100 días se perfilan como “el botón de la muestra”, como el lapso en el que se enseña “el sello de la casa”, “el estilo personal de gobernar”, la etapa en la que “se presagia lo que vendrá”. En la opinión del presidente del PRI “lo mejor está por suceder”, una manera de agradecer y entusiasmar la buena recepción de parte importante de la sociedad que deja ver este sentir. No nos resulta necesario sumarnos a esta percepción social ni uncirnos en el alabo, como tampoco restarle por definición; empero, la reforma laboral, la educativa, el ajuste del fuero o la ley de amparo, el Pacto por México y la cruzada contra el hambre, incluso la detención de Elba Esther Gordillo aún no nos permiten reconocer su alcance de resultados en la perspectiva de la transformación de México. En repetida ocasión hemos visto golpes de timón sin atestiguar la transformación de México sino al contrario, su escalonado rezago con respecto a los progresos en otras partes del mundo.
Se toman medidas, se crean expectativas y ante la ausencia de resultados en el empleo y el ingreso, en los precios de los bienes de consumo general, en la calidad de los servicios públicos, en la seguridad y en general en la calidad de vida de los mexicanos del campo y la ciudad, se dan explicaciones, al final, a veces se derraman lágrimas o se besa la bandera pero eso no nos cambia la suerte. Desde ese balance de resultados queremos mirar lo que está pasando. La diferencia entre administrar y transformar si parte de romper inercias, modificar reglas que han perdido vigencia, etcétera, pero su valor de cambio, su capacidad transformadora no está en su espectacularidad y el aplauso, aunque la gobernación pasa por ello. Lo importante está en los contenidos que se colocan en su lugar, y puede ser gradual, debe ser gradual, pues pasa por el concilio de intereses, la concordancia de criterios y el ensamble de voluntades y desempeños, el arte de la política que no sólo es el de “salirse con la suya”, establecer, ganar, dominar, imponer.
Y no porque sea malo sino que a la larga y en contexto eso no funciona. Quienes aconsejan esta fórmula flaco favor le hacen a quien encara la responsabilidad principal que no está ante el desafío del éxito sino el de la trascendencia histórica.
México no puede repetirse indefinidamente en el intento, porque la dinámica de las transformaciones en el mundo lo pueden sumar o expulsar. Los signos de modernidad que ofrecen las grandes empresas, los hombres acaudalados o la efervescencia comercial de algunas avenidas en las principales ciudades, el glamour de un aeropuerto o la altura de algún edificio son tan limitadas respecto del amplio espectro de pobreza de la clase media y popular que resulta irónico enorgullecerse de estas simbólicas realidades, no son más que referentes que alimentan la ilusión y evaden la crudeza de la realidad que es de las grandes mayorías de hombres y mujeres, empresarios y trabajadores, profesionistas y empleados, de adultos y jóvenes. La transformación de México no descansa en la voluntad de la eficacia sin adjetivos diría Cordera, sino en la definición de objetivos definidos y precisos más allá de las generalidades sobre la justicia, el cambio o el desarrollo, preceptos con los que todo mundo queda pasmado ante la imposibilidad de contraponerse… hasta caer en su despersonalización e inmovilización adherente.
La idea o proyecto de transformación no puede quedar en una cadena de ajustes legales y políticos, económicos o burocráticos, ahí podría empezar pero no tiene fin y se vuelve insostenible como patrón de cambio, porque el problema de fondo no está en las deformaciones, vicios, inercias de la conducta indebida; el problema de fondo no está en lo que se hace sino en lo que no se hace. La alternativa no es corregir lo que se hace, sino hacer otra cosa. El atraso, los desequilibrios y las desigualdades que anclan al país y abaten la calidad de vida de los mexicanos, provienen de la ausencia de un desempeño de empresarios, ciudadanos y políticos acorde con las exigencias de cambio y progreso que se despliegan en la órbita mundial contemporánea. Por no caminar de acuerdo con las transformaciones productivas, sociales y políticas del mundo hemos creado, con sus excepciones en todos los casos, un empresariado premoderno, una ciudadanía impreparada y una burocracia política atrasada. El Estado por consecuencia comprende en su interior estas deficiencias. México, como toda nación recibe un ingreso nacional por lo que produce y vende, sea en el mercado interior o externo, al igual que las personas. Ya se respondieron ¿qué produce México y qué vende?, ¿ya se lo respondieron en lo personal?
La transformación de México precisa de una idea clara y explícita sobre la modernización tecnoproductiva y tecnoeconómica, porque ya está en curso en otros países y éstos son los que reciben el ingreso principal pues cuentan con la preferencia de los consumidores de todo el planeta. Este cambio tiene sus resistencias de quienes se han enriquecido o empoderado sin necesidad de ello, tiene sus exigencias y lleva su tiempo, pues además de vencer resistencias habrá que crear nuevas capacidades. Ningún país bajo ningún régimen político ha salido del atraso en ausencia de las sociedades no sólo movilizadas sino capacitadas e integradas en la transformación económico productiva. ¿O dígame usted un ejemplo? Ello implica un Estado y en particular un gobierno reorganizado en esa perspectiva y ello supone no sólo abaratar los costos de la contratación para hacer lo mismo pero más barato, eso no es competitividad. El patrón de consumo actual se resuelve en una nueva generación de productos, y la producción y los servicios de la era digit@l no es tan simple como producir más o suponer más exportaciones en plena crisis de los países desarrollados particularmente Estados Unidos. Es preciso responder ¿cuál es el perfil productivo al que se dirige el país y cuál la ruta?, ¿cómo va a jugar el sistema financiero? –al que no se le hacen más reformas que refondearlo cuando en su sobreproducción de crédito al consumo se estrella con el impago de los deudores–. Pareciera que la ausencia de estas definiciones y su explicitación obedece a que aún no está hecha a cabalidad la lectura del mundo económico, social y político contemporáneo ni aquella que en el plano interno define los nuevos esquemas de política económica, política industrial, política agropecuaria y política política, con los cuáles los mexicanos nos moveríamos con un sentido claro y en un canal específico. Abramos los foros y aterricémoslo.
eph_aná[email protected]

468 ad