Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Botica

La Botica Acapulco

A propósito del título de esta colaboración, en cuyos tarros se hará caber de todo un poco, la Botica Acapulco, ya lo hemos consignado aquí, fue fundada a finales del siglo XIX por la trasnacional californiana Link, Cia. y Sucesores. Se localizó en la esquina de la calle de La Quebrada y el callejón del Piquete, hoy Madero. Y no es que estuviera poblado por alacranes o tarántulas, pero sí por asaltantes con verduguillo.
La Botica Acapulco mantiene su nombre al ser adquirida en los albores del siglo XX por el médico hispano-cubano. Antonio Butrón Ríos, quien ocupará la presidencia municipal de Acapulco hasta por tres ocasiones: 1887, 1890 y 1901. Los punzantes porteños no le echarán en cara su aborrecible condición de fuereño, porque él sabrá granjeárselos con obras. Entre ellas el empedrado de calles, la construcción del primer hospital de Acapulco en el cerro de las Iguanas (destruido por el terremoto de 1909 y levantado en su lugar el civil Morelos), y el lazareto o leprosería en la isla de La Roqueta. Ocupado Acapulco por una de mil pandillas revolucionarias, nadie querrá acercarse a la “isla maldita” dejando a los enfermos a su suerte. Estos nadarán hasta Caleta para huir hacia la Costa Grande.
Cuando la Botica Acapulco se mude a un nuevo local, la casona que ocupaba albergará a la primera escuela Secundaria Federal de Acapulco (1939), la gloriosa Número 22, alma mater de los acapulqueños de todas las edades a partir de la tercera. La empresa farmacéutica pasa a manos de los hermanos Leonel, quienes la mudan a Jesús Carranza, donde se localiza actualmente. Hoy pertenece a los herederos de Josafat Cortés Ramírez, ex empleado de mostrador de la farmacia Moderna, de los Rojas-Vela. Sus compañeros de banca, entre ellos este escribano, lo veíamos como un ser de otro mundo porque adoraba y dominaba ¡la aritmética!

La casa del espía

Las costumbres discretas y morigeradas de la pareja darán pie a las primeras hablillas de los vecinos. El ingeniero Víctor Lagauth era francés de La Gazcuña y marroquí su esposa Soraya. Vivían en una de las primeras casas de la avenida México (hoy Cinco de Mayo).
–Apenas si dan la cara, no hablan con nadie, son muy misteriosos, –era la queja del vecindario.
–O se creen mucho, los cabrones, o andan en malos pasos, –discernían ellas.
En efecto, el matrimonio francés-marroquí salía a la calle muy poco, tampoco recibía visitas y era muy parco en cuestión de saludos. Las únicas salidas cotidianas eran de ella al mercado y de él al salón de billares Vucanovich, en la plaza Alvarez (hoy edificio Pintos). Hablaba lo indispensable con sus compañeros de carambola y una vez colocado el taco en su lugar volvía al hogar, siempre en silencio.
Y, bueno, los acapulqueños tendrán razón al murmurar que: “esos pinches fuereños algo muy gordo se traen”. Lo confírmará el propio monsieur Lagouth a su compañero de billar don Víctor Isasola, vicecónsul de España en Acapulco al calor de un Habanero Palma. ¡Que esto quede entre los dos!, suplica aquél.
El francés de finos modales, piocha bien cuidada, vestido siempre de traje de lino blanco, parece quebrarse ante la posibilidad de perder a Acapulco como su último refugio. Ha vagado por medio mundo acosado siempre por una jauría rabiosa con intenciones de despedazarlo a dentelladas. Sólo aquí ha encontrado la tranquilidad buscada por tanto tiempo.
–Quiénes y por qué, interroga alarmado el amigo ocasional.
No obstante, Logauth no se abre de capa. Su cabeza se mueve intensamente para comprobar que nadie lo escucha y calla cuando se acerca el mesero. Su tic nervioso de golpear la mesa con el dedo índice se acelera y no se atreve a la revelación. Apenas si esboza un dato muy vago que habla de su afiliación a una organización secreta con sede en París, Francia, y cuyo centro de operaciones se ubica en el norte de África. Ofrece nuevas sesiones de plática mientras se dispone a abandonar el lugar.
Antes de que lo haga, el vicecónsul hispano le aconseja poner el asunto en mano de las autoridades y en lo personal le ofrece la compañía permanente de dos hombres bien armados, por lo que pudiera ofrecerse.
–¡No, por Dios, amigo Isasola, no! Sería insensato de mi parte involucrarlo en un asunto tan personal y riesgoso. Se lo agradezco infinitamente, de veras…
Pasados dos o tres días de esta conversación, Acapulco amanecerá con la noticia de la muerte del misterioso monsieur Logauth. De acuerdo con la versión policíaca, que nadie cree, por supuesto, el hombre de había encerrado en el baño de su casa y, sentado en el retrete, se había atravesado el corazón con un fino estilete.
–¡Madres, a este cabrón se lo echaron por espía! –será la reacción inmediata de la población.
Y espía será el francés a partir de entonces, tanto que la que fuera su residencia en Cinco de Mayo será conocida en adelante como La casa del espía. Dejará de serlo cuando la adquiera el compositor acapulqueño y mecenas deportivo Juan Calleja, padre y abuelo de periodistas.

El pinto y La caimana

Se ignora por completo el mes y el año en que llegó al puerto un médico francés, portador de una hipótesis tremebunda sobre el origen del mal de pinto. No obstante que fueron muy pocos quienes la tomaron en serio, por contradecir básicamente a la naturaleza humana, la especie circuló tomando más tárde los visos de una leyenda atroz.
Leyenda que adjudicaba el mal de pinto al ayuntamiento de un hombre con una ¡caimana!, quizás en la laguna de Tres Palos. Así pontificaba el franchute ante azorados auditorios.
“El nativo llama con silbidos a la caimana, esta sale del agua y se tiende boca arriba en la playa. Casi inmediatamente llegará hasta ella el jarioso amante para hacerla suya hasta el desfallecimiento de ambos. Este hibridismo produce las manchas moradas en la piel de tan exóticos enamorados, trasmitiendo al mal a toda la especie para toda la vida y toda la descendencia.
–¡Ta’cabrón!, ¿y si se voltea?–, era el comentario más frecuente de la cátedra.
El presunto médico estaba en México interesado en el estudio del mal de pinto que conoció en su tierra. Y es que muchos de sus paisanos lo pescaron durante la invasión francesa en Tierra Caliente.
En Acapulco, a propósito, los soldados galos de ocupación no se quitaban las botas ni para dormir. Tenían el convencimiento de que el mal de pinto lo producía algún animalito que penetraba al cuerpo por la planta del pie. Se despojaban del calzado únicamente para brincotear sobre el amasijo de sus sabrosas baguettes. “Pan de pata”, le llamaron por ello los acapulqueños.

Pipa que arde

El incendio de una pipa mientras descargaba combustible en la gasolinería de Pepe Polín, entre el mercado Zaragoza y el Palacio Federal (hoy Woolworth), provoca justa alarma en el centro de Acapulco. El riesgo de una hecatombe que haga incluso desaparecer la ciudad se hace presente cuando se escuchan voces advirtiendo que el fuego puede llegar a los tanques de almacenamiento. Los acapulqueños huyen del peligro por una ruta de evacuación intuitiva que los llevará a los cerros del anfiteatro, cuya eficacia ha sido probada por siglos.,
Aquel 22 de enero de 1942 sólo quedan dos almas en el área de peligro, Armando Ladrón de Guevara, chofer del carrotanque, y su ayudante Mariano M. Mendoza. Ambos decididos jugarse el todo por el todo.
–¡Hay que echarle güevos zanquita o a todo esto se lo va a llevar la chingada! –exhorta el chofer a su ayudante y éste lo sigue tan resuelto como aquél.
La pipa ardiendo cruza veloz el mercado Zaragoza prendiendo todo a su paso. Corre por la actual Cinco de Mayo provocando caos y confusión hasta salir finalmente de la ciudad. El conductor logra su propósito de llegar a Hornos para ahí sofocar el fuego con arena. Lo logran solo ellos.
La hazaña de Armando Ladrón de Guevara y Mariano Mendoza será reconocida por el pueblo y sus autoridades. Durante una ceremonia en el Palacio municipal el alcalde Elpidio Rosales, líder obrero de la fábrica La Especial (hoy Industria de Acapulco), los declara Hijos Valerosos y Predilectos de Acapulco. El edil elogia y agradece en su discurso el valor de aquellos dos hombres, quienes aun en riesgo de sus propias vidas, salvaron a Acapulco de una hecatombe.
Y ahora lo mejor, anuncia el propio Pillo Rosales, como paradójicamente era conocido siendo él un hombre honrado a carta cabal. Y diciendo y haciendo: les entrega una bolsa repleta de billetes y morralla producto de una recaudación popular. Agradece también a los promotores los señores Manuel y José Muñúzuri.
–¡Déjame sopesarla, hermano! –pide Mariano a su jefe y luego de hacerlo diagnostica:
–¡Fácil nos alcanza para un “pedito” de cinco días!

Club de Yates

Albert Pullen, tejano fraccionador de la península de Las Playas; Wolf Schoemborg (cuya esposa Florenne era heredera de las tiendas estadunidenses de “cinco y diez centavos”, más tarde Woolworth) y Lewis A. Riley (productor de teatro neoyorkino, casado con la actriz Dolores del Río), fueron los precursores del yatismo en Acapulco y creadores del Club de Yates.
Fue la deslumbrante actriz mexicana la encargada de colocar la primera piedra del futuro establecimiento en Playa Larga y ella misma cortará el listón inaugural el 19 de diciembre de 1955. Aquí se conoce con Riley y aquí se casan luego de varios años de amancebamiento, como se decía entonces. La regata inicial entre Newport Beach, California, y Acapulco culminará con la internacional San Diego, California, Acapulco. Eventos que dieron fama y prestigio al puerto.
Todas las regatas terminaban con una lunada en la playa Pichilingue y en ellas el mayor atractivo era el treasure hunt. Consistía en “tesoros” enterrados a lo largo de toda la playa y cuyo mapa de localización se entregaba a a los participantes. Los tesoros consistían en botellas de tequila de un litro y nunca quedó una sin descubrir y mucho menos sin consumir.

Dolores del Río

A Dolores del Río le apenaba cuando alguien, en reunión de amigos, recordaba opiniones de celebridades en torno a su belleza. Por ejemplo, la de la germana Marlene Dietrich que la consideraba “la mujer más bella de Hollywood”. O la que aseguraba que tenía mejores piernas que la propia Dietrich y mejores pómulos que la divina Greta Garbo. La muy autorizada de la modista italiana Shcipqarelli, rival de Coco Chanel: “He visto a muchas mujeres hermosas en mi tienda, pero a ninguna tan completa como Dolores del Río”.
Y una opinión muy particular y sorprendente, la de Rebeca Welles, hija de Orson Welles y Rita Haywoorth: “Mi padre la consideró el gran amor de su vida, ella es una leyenda viviente en la historia de mi familia”.
Cuando Orson Welles llega a Acapulco en 1947 para filmar su película La Dama de Sanghai, estelarizada por Rita Hayworth, pregunta por Lola, su mujer por espacio de cuatro años, pero ella no responde. Orson había dejado a la mexicana por seguir a Rita y, cosas del destino, en Acapulco, Rita lo abandona para viajar a Europa en pos de un amor incógnito.
Recordaba Concha Hudson que Dolores le entraba bien y bonito a los mejillones, la langosta y el agua de coco, desmintiendo así la leyenda en torno a su eterna belleza. Su dieta para conservarla –se aseguraba–, consistía en comer pétalos de orquídeas y dormir 16 horas diarias.

Con la ayuda de…

Concha Hudson, Julio Sesto, don José Manuel Lopezvictoria y el imprescindible Internet.

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