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Tlachinollan

Maestras y maestros, ¡guerreros!

Para los maestros y maestras, siempre ha sido difícil tomar una decisión colectiva para defender en todo momento el derecho a la educación laica, pública y gratuita, que no es exclusivo del gremio magisterial, sino de todos los mexicanos y mexicanas. No es nada sencillo asumir el compromiso de movilizarse por una causa. Convencerse de que se tiene que luchar para conquistar los derechos que le pertenecen al pueblo. Siempre es complicado discernir lo que mejor conviene hacer como magisterio, ante coyunturas políticas y sociales adversas y riesgosas. Pelear contra el Estado es pelear contra un poder omnímodo que avasalla y destruye procesos organizativos y proyectos de vida personales.
Cuando en la Montaña los maestros y maestras toman el acuerdo de salir de las comunidades para ejercer su derecho a la protesta, tienen que informar, consultar y pedir la anuencia de la asamblea. La población no tan fácilmente acepta sus planteamientos. Los cuestiona, les pide resultados, los obliga a asumir compromisos para no desentenderse de sus responsabilidades como docentes. Al final, siempre les piden que rindan cuentas de sus luchas. Lo más impresionante es que en varias comunidades existe ese sentido de solidaridad y de generosidad, porque hacen causa común con los maestros y maestras. Entre todos y todas eligen a varios padres y madres de familia para que peleen al lado de los maestros y para que con su sola presencia y su silencio expresen su indignación a las autoridades. Tienen claro que salir del pueblo para protagonizar batallas en favor de la educación implica mayores sufrimientos, porque es salir a un mundo desconocido y hostil. Es luchar por la sobrevivencia en el asfalto, donde la mayoría de citadinos son racistas y en ellos no habita la solidaridad, la tolerancia y el respeto a la pluralidad de pensamientos y luchas. Por el contrario, experimentan la orfandad, el desprecio, las mentadas de madre, las amenazas, la arrogancia de las autoridades y los riesgos de ser reprimidos o encarcelados.
Cala en lo más hondo el linchamiento mediático promovido por las autoridades y los funcionarios públicos que no cejan de señalar a los maestros y maestras como flojos, intransigentes, vándalos,  revoltosos, radicales y como gente de bajo nivel académico. No hay nada más lejano a esta percepción que la realidad lacerante de maestros y maestras que están dispuestos a todo; a desplazarse caminando a cualquier comunidad que les asignen; a vivir en situaciones infrahumanas al igual que la gente que sufre el flagelo de la miseria. Están decididos a trabajar no solo en el aula sino con la comunidad, para compartir con ellos las adversidades económicas y los momentos festivos. Siempre se piensa que los maestros y maestras tienen una vida regalada, que se la pasan serenamente en el aula, que viven de los puentes y les encantan la pachanga y los concursos escolares. Que tienen un salario remunerador que no se merecen y que reciben grandes aguinaldos como si tuvieran grandes méritos. Nunca se valora la formación académica que adquirieron; su trabajo pedagógico con los niños y niñas; sus esfuerzos permanentes para superarse; sus cursos de actualización; su vocación de autodidacta; su aporte económico para solventar cotidianamente los gastos que las autoridades no cubren para material didáctico, material de oficina, compra de equipo, reparación del mobiliario, etc. Trabajan en condiciones inapropiadas, sin los mínimos necesarios para promover el desarrollo de las capacidades intelectuales de los estudiantes. Los anima el hecho de que los niños y niñas son un testimonio de la grandeza de nuestro país, por sus deseos de aprender, por su tenacidad, su fuerza para vencer la pobreza endémica, su alegría y sus sueños de ser una persona que tenga la dicha de realizarse profesionalmente.
Después de tres semanas de lucha, los maestros y maestras siguen con esa fuerza inquebrantable, con la firme convicción de defender la educación pública y de no permitir que se conculquen sus derechos laborales. Es admirable ver a compañeros y compañeras resistiendo; instalando sus campamentos, trasladando sus trebejos para la preparación de sus alimentos, cargando el tanque de gas, los garrafones de agua, los cartones y las bolsas para dormir. En fin todo lo necesario para acampar y vivir a la intemperie, sobre el cemento y con la fetidez del Huacapa.
Afuera del Palacio de Gobierno (que fue construido expresamente para repeler manifestaciones y protestas y para negarle la entrada a quienes increpan al poder), se encuentran las diferentes delegaciones sindicales de la CETEG, del SNTE y del SUSPEG, que trabajan en la región de la Montaña. En este plantón comparten un mismo espacio maestros me’phaa, na savi, nahuas y mestizos. Desde lo más recóndito del municipio de Acatepec, colindando con Ayutla hasta los límites con Oaxaca y Puebla. De Temalacatzingo, municipio de Olinalá, donde varios maestros apoyan a la policía ciudadana y popular, hasta Dos Ríos, una comunidad olvidada que siempre ha exigido  maestros y  los gobiernos nunca se han comprometido a atender dignamente a las autoridades y a los padres de familia que en su mayoría son monolingües. En esta región no hay escuelas, mucho menos clínicas. Esta violencia institucional a nadie de las élites le preocupa ni le afecta, porque son realidades invisibles que secularmente han padecido los hijos e hijas de la lluvia, los dueños primigenios de estas tierras, donde se encuentran los nichos ecológicos más codiciados por las empresas extractivas.
Maestros y maestras de la zona 19 de Tlahuapa cargan hasta Chilpancingo con sus problemas que enfrentan con algunas escuelas del municipio de Alcozauca. No solo hay conflictos educativos, también enfrentan situaciones difíciles por las disputas agrarias y las divisiones políticas y religiosas. Con orgullo vemos a maestros y maestras de la zona 042 de Zapotitlán que comentan que de los 141 docentes se encuentran allí la mayoría de ellos. Tienen el reto de hablar con los pocos compañeros que no están presentes, porque los compromisos asumidos son de cara a la comunidad a la que sirven y por una causa que es de toda la sociedad.
Los maestros me’phaa de la zona 046 de Malinaltepec, la 059 de El Tejocote, la 048 de Ojo de Agua y la 062 de Paraje Montero, siempre buscan estar bien informados, discuten y analizan las posturas de las autoridades y sobre todo revisan las reformas educativa y laboral. Están prestos para cualquier acción y siempre dispuestos para compartir la información con las comunidades.
De la zona 060 de Santa Cruz, municipio de Copanatoyac sobresalen las maestras que luchan al lado de sus pequeños hijos. Viven convencidas de que su causa es justa y que no esperan más de este gobierno que respete a las maestras y maestros que han hecho de la educación su proyecto de vida. Se han integrado en las comunidades y son ciudadanos y ciudadanas reconocidas y respetadas porque han optado por vivir como vive la gente sencilla del campo.
La Montaña de tantas luchas emblemáticas se encuentra ahora representada por sus maestros y maestras que varios de ellos han ocupado cargos comunitarios, como comisarios, comisariados, mayordomos, consejeros, principales, comandantes, coordinadores del sistema de justicia comunitaria, defensores de los territorios comunitarios y opositores a la entrada de las empresas mineras. Maestros y maestras que no sólo se circunscriben al aula; están en el surco, en los linderos, en las asambleas, en las luchas por la tierra, en las cimas de los cerros al lado de los sabios y sabias, en las luchas emblemáticas para hacer realidad los derechos del pueblo pobre.
La presencia del magisterio en la capital del estado ha causado molestias y enojos en sectores que siempre se han opuesto a las transformaciones sociales. Para las autoridades son una amenaza para sus planes privatizadores y representan un obstáculo para lograr los cambios que la OCDE y el Banco Mundial están demandando, para cubrir con las metas planteadas por los países desarrollados en cuanto a los ajustes estructurales que requiere este modelo económico.
La movilización creciente del magisterio que se dejó sentir en Acapulco y que representó un riesgo para los grupos empresariales y la clase política abyecta es una demostración del malestar social que existe en varios sectores de la población depauperada. Las protestas en lugar de bajar de intensidad adquirieron más fuerza e impacto, ante la cerrazón de las autoridades y la nula solidaridad y sensibilidad de los que viven de la política y los votos. Son tan grandes los intereses económicos que esconden todas estas reformas legislativas, que todas las cúpulas partidistas se han alineado a las directrices de las nuevas corporaciones multilaterales que son las que ahora dictan las políticas de los Estados nacionales. Hay la consigna de no permitir que el magisterio revierta estas reformas porque son como los dictados divinos que si no se respetan, el capital trasnacional los castigará con severidad y los sacará de sus órbitas financieras. Por eso está latente una acción represiva por parte de las autoridades estatales, porque pesan más las órdenes de la nueva presidencia imperial, que las justas razones de los maestros y maestras que han dado todo en estas jornadas de protesta, para defender la educación de un pueblo pobre que lucha por la justicia, la igualdad, la seguridad y una vida digna, como la que lograron forjar antes de la llegada de los gobiernos colonizadores. Los maestros y maestras esperan ver señales de diálogo desde el Palacio de Cobián. Confían en que las autoridades federales tengan la capacidad para encauzar el diálogo y restablecer una relación respetuosa con las y los guerreros del magisterio.

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