Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

* Fotografías de Chilpancingo 1

Un señor que vende fotos

Seguido me encuentro en Chilpancingo a un señor que vende fotografías de la ciudad. Vive en Cuernavaca y tiene años recorriendo las calles con su bolsón de fotografías colgado del hombro. No sé cómo se llama, pero por lo menos una vez cada quince días nos encontramos e intercambiamos saludos. Me gusta su tarea: no lo imagino tratando de resolver en una cámara oscura los problemas de la multiplicación de las fotografías de Chilpancingo que tan fácil y heroicamente ha conseguido, ni me pregunto cuántas fotos vende ni cuántos billetes le entran a su bolsa de lona, sobre todo ahora que es directamente responsable de que de unos años para acá las paredes chilpancingueñas se hayan visto invadidas por fotografías antiguas de Chilpancingo o, si prefiere, por fotografías del Chilpancingo más antiguo de que se tenga memoria, respecto a imágenes impresas en películas o papel.
Que se trate de copias amarillentas o, en el mejor de los casos, color miel, no las hace menos deseables a sus numerosos clientes. Más bien es al revés: entre más amarillentas se vean, más antiguas parecen. Así ocurre con las fotografías originales. Eran en blanco y negro pero de un día (o años) a otro(s) se amarillaron, se volvieron café o siena y empezaron a retorcerse por las esquinas. Supongo que quienes las compran vislumbran en ellas una especie de legitimización de la ciudad, en las diversas aristas que ésta ofrece, y obtienen un boleto para documentar sus vivencias cotidianas y participar en el orgullo ranchero con que suele envolvernos la ciudad.
¿Qué vende, el señor? Memorias, vende memorias a la gente. A 45 cada foto. Le compran de a una, de dos. De tres, incluso. Por cada una que le compren de más, él les hace un descuento. Le han comprado paquetes en oficinas y restoranes, pero sus fotos también lucen en paredes de escuelas y hogares. Si las entrega con bastidor y embalsamadas, es decir, protegidas por una gruesa capa de acrílico o laca amarillenta o color miel, por cada una se gana 250 pesos.

Ciudad y fotos

Los principales compradores son chilpancingueños viejos. Esos que luego comentan: “Ésta es la calle Morelos, por aquí bajaban las yuntas el día de San Isidro”. O, quizá: “La casa que se ve al fondo ya no existe, era la del general Bravo, luego fue hotel y ahora es la plaza principal”. Cunden en paredes fotografías antiguas de Chilpancingo. En los restoranes, hasta los mirones chilangos que van de paso dicen qué bonito pueblo era éste y sienten nostalgia del terruño provinciano que no pueden añorar.
Y eso que, asegún se ve, tratándose de una ciudad fundamental para entender la historia de México, no hay tanta historia en las citadas o, mejor dicho, citadinas fotos. Consideramos históricos el edificio que durante años albergó a la escuela Anáhuac (hoy oficinas del Cobach) y la iglesia de Santa María de la Asunción. En Guanajuato, en Morelia, digamos, cada edificio es parte de la memoria de México. Las piedras, edificadas, con detalles y figuras sugerentes, están ahí desde siempre. Permanentemente atribulado, exprimido y retorcido como un limón por don Firio Díaz, olvidado por Arquímedes y Pitágoras, el pueblo de Chilpancingo jamás tuvo dinero ni tiempo para ponerle un buen estilacho a sus techos y paredes, hechos con adobe y piedra caliza, ya que, para acabarla, Chilpancingo es uno de los clientes predilectos del agrietado San Andrés. Ora que si alguien dijera: “La ciudad, en sí misma, es historia”, y aun: “Las fotos son historia”, aceptaría la reconvención.

Tenderete de imágenes

Me gustaría poder comprarle toda su súper colección de fotos chilpanchingonas a don Fotógrafo. Las distribuiría en una amplia explanada, en orden cronológico, para ver qué historias nos cuentan. Habría que juntarlas con otras. En primer lugar pondría las litografías del siglo XIX que nos platican de la Jefatura Política y Ayuntamiento (luego cárcel municipal, hoy Tribunal Superior de Justicia, del hospital Antonio Mercenario (1892) y del Instituto de Señoritas, o de El Chapitel (hoy Alameda Francisco Granados Maldonado), con sus amplios caminos entre flora escasa (una sola palmera), sus paisanos de sombrero y las casas blancas, sencillas, cubiertas con teja o palma, de preferencia sin ventanas, que aparecen al fondo. Seguiría con otra litografía (que tampoco trae en su bolsa don Superfotos): el general Nicolás Bravo (la estatua que indebidamente Alejandro Cervantes Delgado regaló a Chichihualco) señala con el índice el portón de Palacio de Gobierno (hoy Museo Regional de Guerrero). Está fechada en 1902. Como a la mano tengo una imagen del jardín Cuéllar y su hermanito el Bravo, aunque sea de 1928, la pongo. Del mismo año data una imprescindible: “En primer término –se lee–, el templo Parroquial en que se reunió (o realizó) el Primer Congreso de Anáhuac. En segundo término, el Palacio de Gobierno y al fondo, la calle”… que la hace de carretera México-Acapulco o algo así. Al frente, posando, dos forcitos. Otra foto, tomada seis o siete pasos adelante pero con la misma perspectiva y en el mismo año, “en primer término” aparece el arco de la Huasteca Petroleum Co., la primera gasolinera que hubo en el pueblo. Abundan las fotos del jardín Bravo y del edificio de enfrente (hoy MRG). Fue Palacio de Gobierno, en 1909 recibió la visita de Porfirio Díaz, fue Ayuntamiento, Instituto Guerrerense de la Cultura. Vueltos cárcel, en sus sótanos aún se han de oír los lamentos de delincuentes y luchadores sociales. Enfrente, a don Nicolás Bravo todavía le tocó ver las multitudes de aspirantes a bracero que se apilaban en bancas y áreas disque verdes del jardincito que llevaba su nombre, allá por los años 60.

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