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Rubén Aguilar Valenzuela

El Papa y la dictadura

El jesuita Jorge Mario Bergoglio, ahora papa Francisco, fue provincial de la Compañía de Jesús en Argentina de 1973 a 1979. En marzo de 1976, los militares dan el golpe de Estado y nombran como presidente al general Jorge Rafael Videla, que permaneció en el cargo hasta 1981. Es el inicio de la “guerra sucia” que trajo la desaparición y el asesinato de miles de argentinos.
En mayo de 1976, los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, fueron secuestrados en el barrio donde trabajaban. Durante cinco meses estuvieron cautivos en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) donde fueron interrogados y se les mantuvo “atados y con los ojos vendados”. En octubre de 1976 fueron liberados y enviados a Roma por su provincial.
Yorio, que murió en Uruguay en 2000, y familiares suyos acusaron a Bergoglio de no haber evitado su arresto y que tampoco abogó por ellos ante las autoridades. El padre Jalics, que desde 1978 vive en Alemania, ha declarado que en 2000, cuando Bergoglio ya era arzobispo de Buenos Aires, tuvo “ocasión de hablar” de su arresto y dice estar “en paz” con quien fuera su provincial y da “los hechos por cerrados”.
En 1986, Emilio Mignone publicó Iglesia y dictadura. El papel de la iglesia a la luz de sus relaciones con el régimen militar donde menciona que Bergoglio habría estado vinculado con el secuestro de los jesuitas. La afirmación fue retomada por el periodista Horacio Verbitsky en El silencio, libro publicado en 2005. El ahora Papa siempre lo ha negado y también dicho que se entrevistó dos veces con el general Jorge Rafael Videla, presidente de la República, y otras dos con el almirante Emilio Massera, para pedirles la libertad de los jesuitas.
En Argentina hay quienes afirman que la única explicación de que estos no hayan sido asesinados es por la intervención de Bergoglio. El Premio Nobel de la Paz,  Adolfo Pérez Esquivel, como también otros luchadores de los derechos humanos han negado que el ahora Papa fuera cómplice de la dictadura, pero existen también los que lo acusan de tal cosa.
En 2010, Francesca Ambrogetti y Sergio Rubín publicaron El jesuita, conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio, S.J. Allí, él narra cómo protegió a sacerdotes perseguidos durante la dictadura y también afirma que “hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba para abogar por las personas secuestradas (…) Me moví dentro de mis pocas posibilidades y mi escaso peso”.
La iglesia jerárquica Argentina no tuvo una actitud beligerante contra la dictadura por la violación de los derechos humanos. Eso lo ha reconocido y pedido perdón. Dos afirmaciones sitúan lo que ocurrió en aquel momento. La de Pérez Esquivel que afirma Bergoglio nunca fue cómplice de la dictadura, pero “le faltó coraje para acompañar nuestra lucha por los derechos humanos en los momentos más difíciles”. La otra la de las madres de la Plaza de Mayo que plantean que no existe nada contra Bergoglio en lo particular, sino en contra de la iglesia a la que él pertenecía que calló los crímenes de la dictadura.

Twitter: @RubenAguilar

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