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Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

* Para ganar todos

 

¿Les gustaría tener una chamba con plaza vitalicia y hereditaria (con opción de venta), bien pagada (al menos por encima de la media nacional), aguinaldo de 90 días, y permiso con goce de sueldo para ausentarse a discreción en días de marchas, cursos y asambleas sindicales, claro, sin excluir prestaciones y derechos de ley?
Y si la tuvieran, ¿se sentirían afectados, molestos y agraviados, si una reforma legal les quitara alguno de esos beneficios?
Y si así fuera, ¿protestarían en rechazo a esa ley, y en contra del autor de la iniciativa, de los legisladores y de los que deben aplicarla?
Si me preguntan a mí, respondería que obvia, segura y probablemente, en el estricto orden anterior.
Aunque las preguntas son demasiado simples y maniqueas como para construir una analogía justa de la oposición de los maestros a la reforma educativa, si se responden con sinceridad y sin hipocresía sirven bien para entender al menos parte del conflicto magisterial: ¿a quién no le gustaría semejante chamba, quién no se sentiría mal, y quién no protestaría?
Durante muchos años ha sido así y, hasta ahora, muy pocos ciudadanos habían manifestado su rechazo o desacuerdo por los derechos y las conquistas del magisterio guerrerense.
Quizá sea porque los maestros han perdido prestigio, respeto, reconocimiento y aprecio social, luego de tantos años de marchas, movilizaciones, protestas, bloqueos, plantones y paros laborales, de abandono de aulas y alumnos, y de debilitamiento de vocación y compromiso.
Quizá por eso el reclamo y reproche de muchos chilpancingueños y acapulqueños hacia los maestros se debe más a sus estrategias de movilización y presión políticas, que a sus causas sindicales, más a sus medios que a sus fines.
Por eso, sería un error de los maestros entender el regreso a la mesa de diálogo con el gobierno, como una victoria sindical; tanto como sería un error del gobernador Ángel Aguirre Rivero, entenderlo como una derrota política.
Y no porque el regreso a la mesa de diálogo no parezca y un poco sea una victoria para los maestros disidentes y una derrota para el gobierno estatal.
Para el gobernador, porque tuvo que ceder ante las marchas, plantones y bloqueos de los maestros, y porque (posiblemente) tendrá que devolver los salarios descontados, (probablemente) tendrá que retirar las órdenes de aprehensión, y (seguramente) tendrá que cancelar los despidos anunciados.
Para los maestros, porque lograron su objetivo y porque posible, probable y seguramente, lograrán lo mencionado.
Sería un error, porque si el gobernador entiende el regreso al diálogo como una derrota y el magisterio disidente como una victoria, ninguno ganará en la mesa de negociación y todos perderemos mucho.
Para ganar lo perdido, el gobernador debe asumir su decisión de no desalojar como una fortaleza, no como una debilidad.
Hizo bien, fue tolerante, prudente e inteligente. Fue tolerante, porque aguantó la beligerancia animosa del magisterio a pesar de su clara irritación y de que no pocos sectores de la sociedad civil le pedían desalojo y represión.
Fue prudente, porque le (nos) guste o no le (nos) guste, los maestros disidentes son sus (nuestros) maestros, y está obligado a atenderlos.
Y fue inteligente, porque un desalojo habría sido casi un suicidio político.
Para no perder lo ganado, los maestros deben asumir que la reforma educativa como tal es ya ley promulgada, y que su derogación no estará sobre la mesa de negociación.
Deben entender que su estrategia de movilización y protesta no es su fortaleza, sino su debilidad, y ofrecer una disculpa a la sociedad civil, sentándose en esa mesa con responsabilidad y madurez y negociar en todo el sentido de la expresión. Es decir, con la decisión de defender sus demandas con argumentos y con el compromiso de aceptar y participar en el esfuerzo educativo que la sociedad demanda y espera de ellos.
Para ganar en serio, ambos, gobierno y maestros, necesitan ofrecer y demostrar voluntad, buena fe, propuesta, argumentos y compromiso de reconciliación y acuerdos. Y. ¿por qué no?, también un poco de autocrítica, madurez y desprendimiento.
En pocas palabras, demostrar con hechos que el principal objetivo de todos es mejorar la calidad de la educación pública, y que todos están a la altura de los tiempos, circunstancias y retos que les tocó vivir.
No hay mejor motivo que la formación de nuestros hijos, ni momento más urgente que éste, para intentar un cambio verdadero y claro no sólo de la educación pública, sino también de la cultura de la anti-política, arcaica y degradante.
Sólo así ganará el gobernador, ganarán los maestros y ganaremos todos.

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